Pixies, una leyenda en retirada
La banda de Boston presentó el discreto «Beneath The Eyrie» en el Sant Jordi Club de Barcelona
Si hace treinta años, con «Doolittle» recién salido del horno y los aullidos de Black Francis alimentando las turbinas del rock alternativo, alguien le hubiese dicho a un fan de los Pixies que llegaría un día en que un concierto de los duendecillos de Boston se le acabaría haciendo largo, lo más lógico hubiese sido llamar a un loquero. ¿Demasiado Pixies ? Eso nunca. Pues bien: después de una resurrección y de tres discos; después también de infinidad de visitas a salas y festivales de casi todos los tamaños y de un par de cambios en la alineación, el temido día llegó el miércoles en el Sant Jordi Club.
Incluso se podría fijar el momento más o exacto. A saber: poco antes de las once de la noche, cuando, en el tramo final de la actuación, Black Francis y los suyos empezaron a enredarse con medianías de su último disco («Silver Bullet», «In the Arms of Mrs. Mark of Cain» y «Daniel Boone»), sacrificaron «Hey» para tocar (por segunda vez) «Wave Of Mutilation» y entre el público más de uno empezó a echar miradas furtivas a la hora y a la salida.
Vale que luego cayeron, «Velouria» y «Debaser», palabras mayores del universo Pixies, pero a esas alturas ya se había quebrado el dique de contención que parecía mantener a salvo los directos y a los autores de «Come On Pilgrim» se les pegó a la piel la indolencia y también algo del aburrimiento de «Beneath The Eyrie», su último trabajo y del que tocaron nada menos que doce canciones. Doce de cuarenta para constatar que, en efecto, las comparaciones pueden ser peligrosamente odiosas.
Así que ahí estaban los Pixies, señores mayores del indie que llevan quince años cobrándose en diferido la fama y la fortuna que se les negó en sus años mozos, jugando con dos barajas y tratando de celebrar desde un presente poco halagüeño su gozoso y explosivo pasado. Y eso, claro, se acabó traduciendo en un concierto de rumbo algo errático, sin rastro alguno de «Trompe Le Monde», presencia testimonial del mucho más inspirado «Head Carrier», y socorridos desvíos hacia Neil Young –su «Winterlong» sigue siendo puro gozo– o los Surftones de la inaugural «Cecilia Ann».
La buena noticia es que, por más que cada vez quede más claro que la alquimia de sus cuatro primeros discos, ese hechizo retorcido y disfuncional, se les gastó de tanta usarla, los Pixies acumularon tanta munición y tan buena que aún pueden disparar unas cuantas ráfagas de genio. En Barcelona, por ejemplo, ocurrió con la furia atómica de «Crackity Jones», «Isla de Encanta», «Something Against You» y «Caribou», miniaturas retorcidas servidas prácticamente del tirón; y con clásicos inexcusables como «Monkey Gone To Heaven», «Where Is My Mind», «Vamos» o esa «Here Comes Your Man» con la que la gente incluso se olvidó del móvil y se limitó a gozar.
Y es que, por más que anden algo justitos de emoción y entusiasmo, canciones como «The Holiday Song» y «Nimrod’s Son» aguantan lo que les echen. Incluso unas compañeras de baile que, se mire por dónde se mire, no están a la altura.