Manel, evasión y victoria en el Grec

«Esto no es la realidad, es un pequeño milagro», dijo el cantante de Manel, Guillem Gisbert al poco de pisar las tablas del Teatre Grec de Barcelona. Y, en efecto, aquello era cualquier cosa menos algo normal. Un milagro, sí. No sólo por la ya habitual coreografía de mascarillas, plantas velando por la distancia de seguridad y acomodadores con sobrecarga de trabajo, sino porque los barceloneses, de nuevo en la carretera tras cuatro meses de parón forzoso, lograron vencer cualquier reserva y las no pocas prevenciones que acompañan estos nuevos tiempos post confinamiento agotando entradas en tiempo récord.

Suya fue, de hecho, parte de la culpa de que la web del Grec se colapsara el día que salieron a la venta las entradas del festival, lo que se tradujo anoche en unos minutos de tensión cuando unos pocos espectadores llegaron a sus butacas y descubrieron que su entrada estaba duplicada. Más trabajo para los acomodadores, nuevos héroes de proximidad de estos días extraños, y algún que otro bufido por debajo de las mascarillas.

Por megafonía sonaba el tema principal de « El bueno, el feo y el malo», homenaje a Ennio Morricone que añadió un poco de dramatismo al momento, pero justo cuando uno empezaba a fantasear con duelos a la luz de la luna blandiendo un puñado de ficus sintéticos, se esfumaron las quejas, todo el público fue recolocado y Manel pudieron retomarlo justo donde lo dejaron el 7 de marzo, cuando ofrecieron su último concierto en Cornellà.

«Hasta hoy no habíamos vuelto a subir a un escenario. Esta es nuestra historia, vosotros tenéis la vuestra», dijo Gisbert. Si se trataba de un guiño velado a esa soberbia «Les estrelles» que sonaría más tarde sólo él lo sabe, pero unas pocas palabras bastaron para enmarcar el rumbo de una noche con la que, dijo, no buscaban ninguna catarsis, sino ayudar a que la gente pudiese abstraerse durante un por horas «de esta barbaridad que estamos viviendo».

Dicho y hecho, Manel recuperaron en el Grec el guión de «Per la bona gent» para seguir ahondando en las piruetas electrónicas y el pop de amplio espectro y al final, con el público desmadrado y eyectado de sus asientos para recibir «Boomerang» y «Benvolgut», hubo un poco de todo. Abstracción y evasión, sí, pero también catarsis. ¿Cómo definir sino el ejército de timbales colina abajo de «Teresa Rampell» o el irresistible nervio funk de «Boy Band»? En realidad, el milagro fue que la gente guardase la compostura durante tanto rato.

 El público tenía ganas de Manel y Manel tenían ganas de público, así que la mezcla fue (casi) perfecta. ¿Casi? Sí: la mutación sintética de «Captatio Benevolentiae» sigue sin acabar de encajar, por más que ese «a vegades ens en sortim» resonase ayer con épica reforzada; y «Canvi de paradigma» y «La cançó del dubte» reclaman algo más de músculo, minúsculos borrones que quedan en nada al lado de deliciosas perversiones como «Amb un ram de clamídies», «Els entusiasmats» y «Jo competeixo» y de los temblores eléctricos de «Les cosines» y «Sabotatge».

Y es que poco o nada queda ya de aquella inocencia folk que asomó ayer la patita en «La cançó del soldadet» para, acto seguido, ceder todo el protagonismo a la exuberancia expresiva que Guillem Gisbert, Roger Padilla, Martí Maymó y Arnau Vallvé han ido ganando con cada nuevo disco y que tan bien refleja la turbia y oscura «Per la bona gent», despedida y cierre de otra noche de euforia compartida y grandes, gigantescas ambiciones. Incluso consiguieron que, con menos público que su pase de hace unos meses en el Poble Espanyol, el entusiasmo ambiental fuese prácticamente igual. El sonido fue aún mejor, por lo que la victoria fue doble. Evasión y victoria en el Grec.