Coronavirus
Ítaca estaba al final de la calle
Los niños salen por primera vez desde el inicio del confinamiento en un domingo de sol radiante y aceras llenas
Laia y Pau, 15 y 13 años, reposaban cara al sol con sus patinetes y una bolsa de patatas fritas cada uno. Hoy ha sido su primer día en la calle tras seis semanas confinados en casa por el coronavirus. No estaban agobiados, aseguran, pero agradecen poder salir. El tiempo ha acompañado y un sol radiante ha abrazado a los niños en este domingo de vuelta a las calles en ciudades como Barcelona. «Podríamos haber aguantado más» , promete Pau, el más pequeño de estos dos hermanos del barrio del Clot. A su alrededor, decenas de familias.
«Puedo salir de casa, ¡Por fin!», canturreaba Jan a pocos metros de los dos hermanos. También con un patinete pero acompañado de su hermana y sus padres. «Papa, la distancia, dos metros» , recordaba. Concienciados y entusiastas, cientos de niños y preadolescentes han tomado esta mañana la Rambla del Poblenou, que llega hasta el mar. En la Diagonal, pequeños grupos de padres celebraban encuentros «casuales» bajo la sombra de las palmeras. Esta mañana muchos pequeños se han cruzado con sus compañeros de clase a los que solo veían por videoconferencia desde hacía semanas, cuando se cerraron los colegios y se suspendieron «sine die» actividades y competiciones infantiles.
«Déjate de móviles y mira la calle», le exigía una madre a su hija. Otros padres, en cambio, inmortalizaban la estampa o, directamente, la emitían en vivo por sus redes sociales. «¡Saluda a la abuela!» . Niños pisando las aceras de sus barrios como Neil A. Armstrong pisó la Luna ese 21 de julio de 1969. Todo es historia al fin y al cabo.
«Estamos muy contentos, pero él más. Ayer le explicamos que podría salir y hoy se ha vestido y ha desayunado rápido como nunca. Está emocionado», explicaba Andrea sin despegar la mirada de Liam , su hijo de dos años y medio, que corría entusiasta disfrazado de dragón. «Se disfraza muy a menudo». El pequeño casi se cae, pero se ha levantado veloz para seguir la carrera hasta su padre, unos metros más allá. «Vamos a intentar salir cada día», remataba su madre antes de salir corriendo tras él.
Ni helados ni vermús
En el cruce de la rambla con Pallars sonaban sardanas de un balcón, en otro, una vecina había sacado el caballete y las pinturas para inmortalizar la estampa y en la acera, una docena de personas hacían cola para entrar en cuentagotas al horno Santanach. Un domingo casi normal a pesar del estado de alarma. ¿La gran diferencia? Las terrazas, cerradas en lugar de lucir rebosantes de clientes haciendo cañas y vermús. Más cerca de la playa, delante del casino de la Alianza, la mítica horchatería El Tío Che , que tampoco tenía su habitual cola de vecinos reclamando helados, murcianos y horchatas.
Con todo, el magnético destino de todos los viandantes del Poblenou era el mismo: la playa. «Es un día para recordar» , se escucha de fondo. A primera línea de mar, cientos de familias, niños, jóvenes y algunos perros. Refrescos, juguetes, patinetes y bicis para los críos. Charleta y algún periódico entre los padres. La playa, cerrada, desierta y custodiada por un helicóptero de los Mossos d'Esquadra volando a poca altura. A ras de suelo, una solitaria pareja de agentes recordando con paciencia a la gente que tiene que circular. Se impone el civismo y la gente se dispersa. Ítaca estaba al final de la calle, a un paseo de casa, o tres carreras de Liam .
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