La gran vista de Barcelona

Monumento, nicho y mirador, en el enclave de los cañones del Turó de la Rovira la ciudad muestra sus capas históricas y despliega sus paisajes y sus peligros

Vista de Barcelona desde los cañones del Turó de la Rovira INÉS BAUCELLS

J. T. ALMENAR

Si los años setenta del siglo XX en Barcelona no se explican sin las actuaciones reivindicativas de los llamados Movimientos Sociales Urbanos, la transformación de la ciudad a partir de los noventa está guiada por el turismo. Como se sabe, los hoteles y apartamentos han reconfigurado barrios enteros, y la «urbanalización» asociada a los usos turísticos se expande ya por los barrios no estrictamente centrales o «históricos». Es éste el caso del Turó de la Rovira y su mirador de las baterías antiaéreas, que hasta el año 1990 fue una zona barraquista. En el Carmelo, junto a esta zona conocida como Los Cañones, y situada justo por encima del Bar Delicias que frecuentara el Pijoaparte de Marsé, existieron dos áreas más de este tipo de urbanismo extremo: la de Francisco Alegre y la de Raimon Casellas.

La microhistoria urbana de este lugar apartado por la topografía y ocupado por la necesidad nos ilustra con algunos episodios interesantes, como es en primer lugar la fundación de la Asociación de vecinos del Carmelo, y su trabajo diplomático esforzado e intensísimo, que les llevaría a negociar con los sucesivos alcaldes (Porcioles, Masó, Socías, Serra...) persiguiendo una lista de demandas que podían parecer a la vez necesarias y contradictorias. Lo ha contado Custodia Moreno: en primer lugar, servicios indispensables (agua, luz, pavimentación, cloacas...) y en segundo la construcción de viviendas sociales para reubicar a los barraquistas. La construcción de los bloques de Raimon Casellas , que permitió a parte de los vecinos reubicados permanecer en el barrio, y se diseñó codo a codo con los arquitectos en un proceso participativo avant la lettre, fue uno de los logros de la asociación.

Varios jóvenes charlan en el mirador INÉS BAUCELLS

Volvamos a Los Cañones: en el 2011 el equipo de arquitectos de Imma Jansana y Jordi Romero se encargó de restaurar el conjunto de las baterías antiaéreas y las trazas del barrio/pueblecito de barracas. Una intervención sensible e inteligente que buscaba mantener las áreas y los materiales más significativos, con tal de mostrar la superposición de capas de historia, de los alicatados tipo andaluz y los restos de las paredes chabolistas a las geometrías militares más pesadas. La forja en las barandillas y el tamiz anaranjado de la iluminación a ras de suelo ayudan al propósito de fijar sutilmente el lugar, y son elementos que pasan prácticamente desapercibidos.

El problema es que este enclave privilegiado no ha pasado desapercibido a los ojos de redactores de revistas de tendencias y guías de viaje, ni a publicistas de móviles y artefactos con cámara (el Xperia Z5 de Sony mostraba la gran aventura de skaters a lo Kurt Cobain bajando del mirador). Muchos se han apresado a recomendar la “gran vista” de 360 grados sobre la ciudad. Y ahí está: lo que era un lugar común de paseo, palique y besos para los vecinos, ahora se ha convertido en polo de peregrinación erasmus y botellón turístico. Hete aquí los Movimientos Turísticos Urbanos. En última instancia, el Ayuntamiento se ha encargado de ponerles la alfombra roja a los visitantes, y ya estaba últimamente desplegando a sus operarios para pavimentar como es debido las calles que llevan hasta Los Cañones.

La ciudad, a los pies del Carmelo INÉS BAUCELLS

La escena no tiene desperdicio: un nuevo suelo de materiales exquisitos y detalles delicados, que busca adecuarse a cada milímetro de cambio de cota, a cada recodo y saliente, a cada puerta y rampa de las modestas casitas, humildes y graciosas por su naturaleza de autoconstrucción o urbanización popular (la de Labèrnia). Cuarenta años después, esta reivindicación de la mejora en la pavimentación se ha satisfecho con un despliegue de medios sorprendente. ¿Final feliz, pues? Que vayan con cuidado los vecinos: ese pavimento no fue pensado para sus pies.

Este punto altísimo de la Rovira nos da la oportunidad de observar la ciudad en toda su extensión . El comentario es muy Lonely Planet o Time Out, ya, pero señala la importancia añadida de un sitio ya de por sí interesante por la densidad histórica y material que ofrece. De los íberos a los militares, de los inmigrantes a los guiris. Compendio de la cronología de la ciudad, escena y soporte de su pobreza y su violencia, es ahora un panóptico de la realidad urbana, de cerca o a lo lejos: las lucecitas de los coches por la cuadrícula del llano, el amontonamiento de farolas y teles por el lado de Horta. Es, pues, la posibilidad de una isla de silencio, aire y paisaje.

Las charlas aquí arriba parecen oxigenadas y más libres o inteligentes. Alguien toca Estopa mientras otros descorchan un espumoso, y al anochecer los enamorados abrazados se confunden con los cáctus. Este monumento militar en pedazos, que acogió los nichos de los currantes y ahora es el balcón del botellón, se nos ofrece como el contrapunto alpino del Fórum. Un lugar lejano allá en la costa, el espacio para la soledad posmoderna o la ensoñación de las azafatas pegadas al móvil, la plaza de belleza desoladora que esconde en sus sótanos la mierda y la memoria del dolor de la ciudad.

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