Crónicas pandémicas
Calçots, ni brasas ni romesco
A pesar de poder seguir cultivando la tierra y produciendo, ya que son considerados consumo prioritario, los payeses afirman que las ventas han caído gravemente debido a la pandemia del coronavirus
Han sido, sin duda, uno de los planes truncados de estos días por culpa del coronavirus. La calçotada , el evento socio-gastronómico por excelencia de la arrancada del año en Cataluña, es la excusa perfecta para pasar un buen día con grupos de amigos o familiares, a poder ser al aire libre. Vamos, lo que ahora todos añoramos. Agendados, seguramente, desde hacía meses y tras un tira y afloja de fechas, ahora han quedado en nada, o como máximo una videollamada grupal para intentar pasar el antojo de la velada que no pudo ser.
La crisis por el Covid-19 ha afectado también a los productores de este producto arraigado al Alt Camp (Tarragona) pero que ahora traspasa fronteras. Lo curioso de la historia es que a pesar de englobarse en el sector de alimentación, y por lo tanto de poder seguir vendiéndose sin problema, el calçot es un producto social , usado básicamente para reunirse entre amigos. ¿O es que conocen mucha gente que haga calçotades en la intimidad?
«Nos queda una cuarta parte de la cosecha, duele mucho ver cómo se han quedado en la tierra», lamenta a ABC Francesc Xavier Amill, presidente de la Indicación Geográfica Protegida (IGP) Calçot de Valls. Su agrupación engloba a unos cincuenta payeses que intentan diferenciarse con una acreditación de calidad avalada por la Unión Europea. Justo este año celebraban su 25 aniversario . «Llevábamos muy buena temporada, el clima nos había acompañado y augurábamos un récord de ventas», comenta.
Ahora, solo la IGP calcula unas pérdidas de entre 450.000 y 500.000 euros . Los payeses habrán perdido, además de las ventas, las horas de dedicación y la ocupación de terrenos -casi un año, entre una cosa y otra- que podrían haber dedicado a otras producciones con salida. «Los payeses trabajamos la tierra, como si fuéramos una granja, y no podemos dejar de cuidarla. Por suerte, todavía nos dejan trabajar porque somos consumo prioritario. Continuaremos con otras cosechas», comentan resignados los afectados.
Los productores empezaron a notar hace casi un mes una caída de comandas de privados y de cancelaciones de restaurantes y para evitar un mayor descalabro han intentado fomentar la cocina del calçot en casa, sin brasas ni romesco. Su venta sigue permitida y también se pueden comprar de manera online, como hacen año tras año y como consiguen así exportar este evento gastro por todo el mundo.
Por eso, aunque evidentemente no es lo mismo que tomarlos entre amigos, con el pitet y las manos sucias, los productores recuerdan que esta particular cebolla puede usarse para sofritos, cremas -consejo, pruébenla-, cocas, mermeladas y otros tantos platos. No todo tiene que acabarse con las calçotadas .
«Ojalá tuviéramos patatas o naranjas porque seguro que así venderíamos nuestras existencias, pero no hay que olvidar que son un tipo de cebollas y hay que treure-li suc», comentan con la esperanza de conseguir compradores para su excedente.
A salvar las comuniones
El Covid-19 también ha hecho mella en prácticamente todos los locales de restauración del Alt Camp, que tiene unas ochenta masías y restaurantes especializados en estos ágapes. Aunque para ellos la temporada empezó en noviembre y estaba en su recta final, lo cierto es que llevan desde el 14 de marzo con los restaurantes cerrados por ley. Antes, sin embargo, algunos ya sufrieron el temor por el virus y veían sus comedores cada vez más vacíos.
«Tuvimos un 60 por ciento de cancelaciones», explican desde Casa Fèlix, uno de los históricos templos para los amantes de las calçotades. Tras haber podido cancelar parte de la comanda pendiente, y a pesar de haber desperdiciado muchos ejemplares que ya tenían comprados, sus propietarios esperan ahora que pase la pandemia para intentar salvar, con la llegada del buen tiempo, parte de sus reservas de comuniones y bodas.
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