El Museo de Cera de Barcelona renace con Rosalía, Messi y Obama
La histórica atracción de La Rambla ingresa en el siglo XXI con nuevas figuras y tecnología punta
A lo bestia, igual que llovía y actuaba el Ayuntamiento de Barcelona en «Sin noticias de Gurb», es como ha ingresado en el siglo XXI el Museo de Cera de Barcelona, atracción histórica en franca decadencia que reabre este viernes sus puertas tras un completísimo y reparador lifting. Un cambio radical y también bestial, que viene a recuperar todos esos años de figuras inmóviles, colección varada en el tiempo y declive cada vez más evidente.
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Hacía quince años que el museo de La Rambla no recibía un nuevo inquilino -el último fue nada menos que Juan Pablo II -, por lo que hacía falta airear las habitaciones, sacudir el polvo y emprender el cambio de década y de siglo con paso decidido. Dicho y hecho, los nuevos gestores del emblemático espacio, una sociedad formada por Advanced Leisure Services y el expresidente de Endemol Toni Cruz, se han aplicado a fondo para renovar y actualizar un museo que, ideado en 1973 por el escenógrafo Enrique Alarcón, llegó a acoger más de 200.000 visitantes anuales en sus mejores tiempos.
Una época que queda ya lejos -los últimos datos hablaban de unos 80.000 visitantes- y que el nuevo museo aspira a revivir tras una inversión de seis millones de euros, más de setenta figuras nuevas, acondicionamiento de algunas de las viejas estatuas, tecnología punta y, sobre todo, un buen puñado de fichajes de altura. Ahí están, por ejemplo, Leo Messi y Rosalía, santo y seña de la nueva iconografía barcelonesa, trayéndose al presente la actualidad a un museo que llega sobrado de sangre fresca y, sobre todo, de cera nueva.
Así que fuera telarañas, adiós a muñecos de gusto digamos que cuestionable -la antigua sala dedicada a Star Wars, por ejemplo, bordeaba lo delictivo- y puertas abiertas a nuevas referencias deportivas, culturales, cinematográficas y políticas. Incluso la gastronomía ha conseguido hacerse un hueco y los tres hermanos Roca comparten fogones con Remy, la simpática rata cocinera de «Ratatouille», y las siluetas de Carme Ruscalleda y Jordi Cruz, adquisiciones recientes aún por llegar.
Antes de eso, a las puertas del edificio, un palacete de 1867 que albergó el Banco de Barcelona, Eusebi Güell y Antoni Gaudí ejercen de viejos centinelas salvados de la purga y custodian la entrada junto a una reproducción del dragón del Park Güell. No esconden los nuevos gestores que su intención es reforzar la conexión del museo tanto con la ciudad de Barcelona como con los barceloneses, por lo que la primera parada es una instalación inmersiva que, como el ascensor volador que manejaba Willy Wonka, le pasea a uno por las alturas de Barcelona, del puerto a la cima del Tibidabo y de Colón a la Sagrada Familia. No hay cera ni figuras, pero el resultado es bastante espectacular.
«Hemos cambiado el concepto. Antes la gente no podía tocar las figuras ni acercarse; era como un escenario; ahora el público forma parte del espacio», explica Ángel Díaz, director de negocio del museo. Un buen ejemplo de la nueva filosofía es el gigantesco King Kong que acompaña a Copito de Nieve e Indiana Jones y cuya descomunal mano está diseñada para abrazar al visitante. Esto último, sin embargo, hay que imaginarlo, ya que la mano no ha llegado a tiempo. Y es que, apuntan desde el museo, todos los plazos han sido tan ajustados -aún más con la pandemia- que algunas piezas llegarán en los próximos días. Entre ellas, las de Rafa Nadal o Stalin. «Es una colección viva, se irá ampliando año a año», dice Díaz.
Escaparate pop
Los personajes de «La casa de papel», muy convenientemente instalados en la antigua cámara acorazada del banco; deportistas de élite como Serena Williams, Michael Jordan, Pau Gasol y Marc Márquez; o aterradores personajes de ficción como el Joker y Pennywise («It») son, desde hoy, algunos de los nuevos reclamos del museo. Tampoco falta una renovada galería de astros del pop, con Adele, Rihanna, Billie Eilish y Rosalía compartiendo espacio con Elton John, The Beatles, Michael Jackson o un David Bowie un tanto fondón; estrellas del celuloide como Leonardo Di Caprio, Brad Pitt y Jennifer Lawrence; o artistas como Dalí, Cervantes o un impresionante Picasso.
Cada nueva figura, detalla Díaz, puede llegar a costar unos 20.000 euros, algunas incluso más. «Aunque no lo parezca, sigue siendo un proceso muy artesanal -explican-. Dedican mucho tiempo a hacer el molde de barro, luego hay artistas específicos para los ojos o para el pelo…». Incluso los viejos inquilinos del museo, figuras clásicas como las de Einstein, Marilyn Monroe, Marie Curie o Cervantes, entre otras, se han acicalado para la ocasión. «Tenía cierto encanto mantener algunas de las antiguas. Las hemos arreglado y puesto al día en cuanto a maquillaje, peluquería y sastrería», añade Díaz.
También se mantienen las inquietantes efigies de Franco, Hitler y Mussolini, contrapuestas ahora a Gandhi, Nelson Mandela y la madre Teresa de Calcuta, mientras que a los ya conocidos Macià y Companys se han añadido dos pesos pesados de la política internacional: Obama y Merkel. Ni rastro, al menos de momento, de representantes de la política española actual, no vaya a ser que quien se quede petrificado sea el visitante.
Por contra, el peso de la nueva cultura audiovisual es más que evidente y se hace carne (perdón, cera) en forma de Jack Sparrow, Harry Potter, Jon Snow, el temible Drogon, un majestuoso Chewbacca, Rey Skywalker… Un auténtico baño de realismo contemporáneo que el museo quiere tener muy en cuenta a la hora de crear nuevos personajes y de atraer de nuevo a todo ese público de Barcelona que había dado la espalda al museo y a sus estatuas.