Fallece Jordi Bonet, el arquitecto de la Sagrada Familia

Fue el director de obras de la obra de Gaudí durante 27 años

Los secretos de la Sagrada Familia, como nunca antes los habías visto

Bonet, durante una visita de obras al templo hace unos años Inés Baucells

Àlex Gubern

En noviembre de 2010, pocos días antes de que el Papa Benedicto XVI consagrase como basílica la Sagrada Familia de Barcelona, Jordi Bonet, arquitecto director de las obras, resumía para ABC el significado del momento histórico. «La consagración es muy importante, porque esto no es ni un auditorio ni un parque temático, esto es una transmisión a través del arte. Aquí hay un propósito: el arte para llegar al espíritu».

Bonet explicaba en pocas palabras el significado de su labor como continuador de las obras desde su puesto como director, cargo que ocupó entre 1985 y 2012. Los suyos fueron unos años decisivos: asumió la responsabilidad quizás en el momento en el que los trabajos de continuación de la obra de Gaudí fueron más discutidos –tras la cuestionada fachada de la Pasión encargada al escultor Subirats–, y lo dejó con el templo consagrado como basílica, la nave central cubierta ­–un acierto que hasta los más acérrimos críticos le reconocieron– y los trabajos encarrilados gracias al acelerón económico propiciado por el maná turístico.

El Patronato de la Junta Constructora de la Sagrada Familia destacaba en un comunicado precisamente esta labor decisiva al «sacar adelante las obras en momentos en que la continuación era polémica entre la sociedad catalana».

Fallecido el lunes en Barcelona a los 97 años por causas naturales, Bonet, hombre de genio, carácter enjuto, encarnaba a la perfección el perfil de arquitecto-misionero, el único posible al frente de una obra tan colosal, y espiritual, como la de la Sagrada Familia. El mismo carácter devoto con el que Antoni Gaudí se consagró a la obra, y que luego continuarían otros como Lluís Bonet, discípulo del genio del modernismo, y que cedería el testigo a su hijo Jordi, traspasado ayer. Lo suyo, como él mismo explicaba a ABC, más que un trabajo era una misión , la misma que desde 2012 prosigue Jordi Faulí, otro misionero de la arquitectura que, a diferencia de sus predecesores, sí que podrá ver acabados los trabajos de una obra que, a caballo entre tres siglos, sigue apuntando al cielo.

A Jordi Bonet, cuando le preguntaban por la finalización de las obras, siempre respondía lo mismo: «Dar una fecha sería mentir. La misma pregunta ya se la hacían a Gaudí, y él siempre contestaba: mi cliente no tiene prisa ».

Bonet tuvo que luchar contra muchas amenazas. La más persistente, la incomprensión, al final en parte vencida, de una ciudadanía que durante muchos años abominó de la continuación de los trabajos –perdidos los planos originales , el diseño es una interpretación de lo que se supone que quería Gaudí– y que desdeñaba el templo como una gran «mona de Pascua», como muchos colegas de profesión la definían. Ni el templo ni el propio Bonet eran de su cuerda. Otras amenazas se demostraron infundadas, como el supuesto cataclismo que iba a suponer el paso del túnel del AVE a los pies del templo, una obra contra la que Bonet, con gran desgaste, luchó sin descanso.

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