Spectator In Barcino
Escenas de miseria moral
Los jóvenes estultos que se hacen selfies entre hogueras y cristales rotos se asemejan cada vez más a los guardias rojos de Mao
Cataluña, octubre de 2019. Un periodista (Xavier Rius) ejerce de periodista e inquiere al president que ejerce de activista: «Han estado siete años diciendo que la independencia estaba al llegar... Si ustedes persisten vamos a un conflicto civil, incluso sangriento…». Torra, que divide a los catalanes entre «represores y represaliados», ignora la cuestión. El fan de los hermanos Badia no perseguirá a los escamots que admira. Prefiere, de acuerdo con el Síndic Vitalicio, investigar a la policía. Un programa de -¿humor?- en TV3 compara a los Mossos d’Esquadra con «putos perros de mierda».
En el quiosco, un jubilado bien pensionado describe las noches de hogueras, vandalismo y delincuencias varias. Su comentario revela la frivolidad de una menestralía que ha creado un monstruo y ahora intenta disimularlo. Ayer estuvieron a pocos metros de aquí, dice, «la policía disparaba indiscriminadamente». «¡Ah! Para usted el peligro son los policías y no los violentos…», tercio yo. El setentón asiente. Pertenece al cínico coro que propaga la teoría de los «infiltrados» en un movimiento «cívico y pacífico». Agarro el diario: «¡Ya está bien de lacitos, que estáis destruyendo Barcelona!». El cretino responde tocándose teatralmente el pecho con el dedo, como cuando un futbolista niega haber cometido una falta clamorosa: «¿Nosotros?».
La violencia -física o ambiental- del independentismo ha entrado en modo rutina. Un día lanzan bolsas de basura contra la Delegación del Gobierno: les encanta el plástico, ¡son muy poco ecologistas! España es un vertedero, proclaman los antiguos votantes del clan Pujol. Al otro día estrellan globos de pintura contra el departamento de Interior y pintarrajean paredes con «Buch dimissió» (las dos eses denotan autoría catalana). Sus rutas barcelonesas son reiterativas. Delegación del Gobierno, Consejería de Interior, avenida Meridiana, Gran Vía, Diagonal y, cómo no, comisaría de vía Layetana… O la plaza España: la fuente de Jujol convertida en un espumoso fregadero.
En el balcón de la Generalitat cuelga una pancarta por la libertad de expresión, mientras que una horda de fanáticos -adolescentes o viejunos- hostiga y agrede a periodistas al grito de «prensa española manipuladora». Son gente pacífica, jalean hasta la afonía, pero rodean a un motorista, le quitan las llaves de la moto y un energúmeno de la tercera edad -en su caso, vaya edad más tonta- le insulta: «¡Hijo de puta!». Tampoco permiten que los estudiantes que quieren estudiar accedan a las aulas de la universidad pública. Cuatro encapuchados lo impiden en la Facultad de Derecho pese a las protestas del alumnado.
¿Dónde quedaron las nieves de antaño?, escribió François Villon. Las sonrisas de la revuelta separatista dibujan ahora la mueca del Joker. Tanto fardar de seny para que tus hijos -que han ido a buenos colegios- acaben robando televisores junto al lumpenaje internacional que, con tal de pillar cacho, se apunta a un bombardeo. «¡Las calles siempre serán nuestras!», berrea la masa. En julio del 36, Companys dio todo el poder a la FAI y a las injusticias siguió el caos, que todavía es peor, como advirtió Goethe.
Se atribuye a Millán Astray el alarido de «¡Muera la inteligencia!» y la Cataluña independentista cumple las reglas de la revolución cultural maoísta que solo permitía leer el Libro Rojo del Gran Timonel. Una estudiante se jacta de no ir a clase de Historia porque en la manifestación ya «hace» Historia.
El lazo amarillo estrangula la taquilla teatral que desciende hasta un 70 por ciento. El cómico Bozzo señala al dramaturgo Joan Ollé por mal catalán; pide el boicot a La mort i la primavera, la obra de Rodoreda que Ollé dirige en el Teatro Nacional de Cataluña: «A una persona como Joan Ollé que, imitando a Boadella, ha dicho tantas barbaridades e insultos contra Cataluña, ¡¿le dan trabajo cada año en el Teatro Nacional?! ¿De qué país sois Teatro Nacional?».
La alcaldesa de Gerona, Marta Madrenas, suspende las ferias de San Narciso, los correfocs y los castellers de la Fiesta Mayor: no se puede garantizar el orden público que violentan los vándalos que la misma Madrenas jalea.
Los jóvenes estultos que se hacen selfies entre hogueras y cristales rotos se asemejan cada vez más a los guardias rojos de Mao. Mientras Torra otorga todo el poder a los sediciosos estoy leyendo La tragedia de la liberación de Frank Dikötter (Acantilado): «Había terminado el tiempo de las risas y las canciones… En todas partes, en despachos del gobierno, fábricas, talleres escuelas y universidades, las personas pasaban por un proceso de reeducación…», escribe.
Que venimos de treinta años de reeducación nacionalista en las escuelas catalanas lo constata el odio de nuestros jóvenes ignaros. La consigna maoísta: «Todo el mundo aprende las respuestas correctas, las ideas correctas y los eslóganes correctos». El eslogan «correcto» de Torra: «Apretad». El desborde, la befa de la ley, la descomposición social y económica. Y, sobre todo, la miseria moral.