Daniel Tercero - Dazibao
Jesús Gil, «preso político»
«El populismo que sufrimos es relevante en tanto en cuanto tiene capacidad para convertirse en un régimen (Erdogan) y no padece de interferencias (Putin)»
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«Esta legislatura ya no tiene más recorrido político. Llega a su final». En un caso insólito en la democracia española, Quim Torra , presidente de la Generalitat de Cataluña, anunció el miércoles pasado, con las palabras exactas con las que se inicia esta crónica, que la legislatura autonómica estaba finiquitada. Es decir, los catalanes podrán acudir a las urnas, nuevamente. Sin embargo, lo insólito no era este anuncio en sí mismo, sino que, pese a convertirse voluntariamente en un pato cojo, Torra obvió la fecha de las elecciones. Solo él, y nadie más que él, puede fijar el día de la cita electoral. Pero en una intervención cargada de odio contra ERC, su socio de gobierno, se guardó el as bajo la manga. «Quiero comunicaros, así, que una vez se hayan aprobado los presupuestos en el Parlament , anunciaré la fecha de las elecciones. Y lo haré con la mirada puesta siempre en lo que sea mejor para el país -para Torra, Cataluña-. Es con este criterio que decidiré cuándo se harán unas elecciones que han de servir para rehacer el mandato democrático de un país -Cataluña, otra vez- que quiere democracia, justicia y libertad», advirtió el todavía máximo representante del Estado en Cataluña, confirmando, así, una anomalía más en esta región desde que, en 2012, Artur Mas decidió subir la montaña.
Este tipo de gestión de lo público, desvergonzado, sin complejos, donde se mezcla el interés personal y partidista con el común, no es algo nuevo en España. Estamos, todavía, asimilando el populismo de Donald Trump, Vladímir Putin, Boris Johnson , Recep Tayyip Erdogan y hasta el de Pedro Sánchez... cuando, en realidad, de lo que se trata es de descifrar la intensidad de sus acciones, hechos y palabras. Así, Torra no es más que un Jesús Gil de turno, heredero del cabeza de ratón que ahora disfruta de su escaño en Bruselas/Estrasburgo e hijo del padre de la Cataluña moderna y, ciertamente, algo podrida, pues la sociedad empieza a asumir con preocupante normalidad situaciones políticas que hace tan solo unos años soliviantarían a los intelectuales y la llamada burguesía.
Gil dominó a su gusto el Ayuntamiento de Marbella (Málaga) durante casi once años (1991-2002) y casi dieciséis, el Atlético de Madrid (1987-2003). Cuando se hizo con el club y arrasó en las elecciones municipales (tres veces) ya había sido condenado a cinco años de cárcel por la muerte de 58 personas y las heridas a otras 147, por el derrumbe de un edificio en Los Ángeles de San Rafael (Segovia) del que era dueño y promotor (1969). Se compró Marbella e intentó extender su modelo de negocio y mafia por la Costa del Sol, Ceuta y Melilla. Fue detenido en 1999 (acusado de varios delitos, como el de malversación de dinero público y el de falsedad documental) y su legado tiene nombre y apellidos: caso Malaya.
Hace unos meses, quince años después de su muerte, la vida pública de Gil saltó a las pantallas gracias a Enric Bach (director y guionista de El Pionero, HBO). Por los cuatro capítulos discurren las andanzas de un Silvio Berlusconi en potencia. Sorprende, y eso les honra, ver a tres de los cuatro hijos que tuvo Jesús Gil hablar del padre (¡siempre, el padre!) y del personaje. Una distinción que no elude los «errores», según sus palabras, que cometió el empresario y político. El documental refleja un tiempo que no ha pasado. Solo ha mutado. Ahí estaban, en 1999, a las puertas de la cárcel de Alhaurín de la Torre (Málaga), unas mil personas para pedir la libertad de Jesús Gil al grito de «preso político». Manifestaciones por Marbella en su apoyo y foco de todas las cámaras de televisión. Por un titular. Una frase. Una elocuencia. Una jugada maestra. ¡Fue un precursor! ¡Un adelantado a su tiempo!
El populismo que sufrimos es relevante en tanto en cuanto tiene capacidad para convertirse en un régimen ( Erdogan ) y no padece de interferencias (Putin). Es cuestión de intensidad (nacionalismo catalán) y de eficacia (Brexit). La irreversibilidad es el punto de no retorno.
La ruina que sufren los catalanes volverá a hacerse explícita, mañana, en el Parlamento autonómico. Carles Puigdemont comparecerá en la comisión sobre el 155 por videoconferencia desde Waterloo (Bélgica) . ¿Qué otra cosa puede decir más importante que explicar cómo y por qué se fugó de España dejando en la estocada a su gobierno y tirado al independentismo? Dicen que mañana se le caduca el Documento Nacional de Identidad (DNI), pero no importa porque viaja con el pasaporte de España, el segundo más importante del mundo (según Global Passport Power Rank 2020).
«De acuerdo, esta noche volveremos a la prisión. No pasa nada. En la prisión encontraremos mucha gente, mucha de esta mucho más honrada que muchos de los poderesos que nos condenan cada día». Así se despidió Oriol Junqueras tras su mitin en la misma comisión en la que mañana actúa Puigdemont. Como si fuera Jesús Gil. De hecho, Gil lo dijo tras declarar como imputado y a las puertas de los juzgados camino de la prisión: «Estoy muy tranquilo. Me voy a la cárcel ahora. No pasa nada. Sé las motivaciones políticas que esto tiene y por qué viene. Esto es lo que hay y esta es la Constitución que hay en España. No pasa nada. Me voy a defender y seguiremos adelante».
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