Artes&Letras/Narrativa

Los trenes imaginados

Mar Sancho elabora en su poemario «Entre trenes» una apología del acto de viajar, en la que el destino es indiferente y el itinerario es la vida

La autora Mar Sancho F. BLANCO

ANTONIO PIEDRA

El tren es una metáfora de la vida: el itinerario, las estaciones y el horario que todo lo rige, trazan el mapa logístico de nuestra estancia en la tierra. En la literatura de viajes, ha supuesto una presencia arrolladora desde su invención. Incluso, ciñéndose sólo al género poético, ha sido un motivo fundamental durante los siglos XIX y XX. En la poesía española, de Machado hasta ahora, es una de las constantes imágenes que todo poeta debe afrontar como piedra de toque. No es de extrañar que Mar Sancho, viajera persistente por vocación y convicción -«la vida es un deporte velocísimo», decía el gran Guillén-, haya vuelto a la poesía, tras unos años de tregua dedicados a la gestión pública, con un libro titulado «Entre trenes».

Veinte años después de su primer poemario -otro libro sobre el viaje, Lisbon visited-, la escritora vallisoletana publica en la editorial leonesa Eolas este volumen en el que el ferrocarril conduce al lector por el universo lírico de una aventurera que, en primera persona, va a entonar una alabanza del viaje, y particularmente del viaje en tren. Cinco partes conforman el libro, dedicadas a cinco rutas de larga distancia: el Amtrak Cascades, entre Canadá y Estados Unidos por el Pacífico; el famoso Transiberiano; el Darjeeling del Himalaya, por las montañas de la India; el tren de carga Salta-Socompa, en los Andes; y el Alaskan Denali Star, en las tierras septentrionales de Alaska. Los trenes como estos, de largos y decimonónicos recorridos, no sólo invitan a escribir diarios de viaje, sino que configuran un ritmo poético particular, proclive a la observación, a las reflexiones melancólicas y a la metafísica en general.

No solo es la protagonista la que cuenta su peripecia, otros transeuntes aportan sus visiones

Mar Sancho elabora en «Entre trenes» una apología del acto de viajar: el destino es indiferente, mientras que el itinerario es la vida, como escribía Jorge Guillén: «El despertar, una estación». En ese tránsito, el viajero descubre el mundo ajeno, pero también el propio, en virtud de esa imagen tan definitoria de nuestro tiempo como es el pasajero reflejado en la ventanilla. La audacia de este libro radica en doblar la fuerza de esa imagen con las herramientas propias de una imaginación poética que, en versos largos como los raíles, extrapola la reflexión interior a la identificación con el otro: con el pasajero que comparte el trayecto o con el extraño que aparece fugazmente tras el cristal.

No sólo es la protagonista la que cuenta su peripecia, también los otros transeúntes aportan sus narraciones y sus visiones del viaje y, cuando no lo hacen, el poeta tiene que imaginarlas. De ese modo, los cinco viajes son historias reales -de hecho, los dos primeros se escribieron en el mismo tren- pero, al mismo tiempo, son historias imaginarias: «apenas precisamos mirarnos para saber que este viaje es imaginario». El romanticismo del viaje en tren se tiñe entonces de modernidad, pues el yo desaparece en un torbellino de encuentros, sensualidad y fascinación -«presiento que no existo en el vientre de este tren»- que supone un destello de intuición poética en el panorama literario actual.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación