Artes&Letras / Narrativa

Una novela excelente

La Diputación de Salamanca publica de forma póstuma la obra de Ignacio Carnero «La campana del carnaval», ambientada en Ciudad Rodrigo

Ignacio Carnero, en una imagen de archivo

NICOLÁS MIÑAMBRES

Todas las ciudades antiguas han rendido un homenaje polivalente a sus campanas: polisémico a su estructura y a su historia, sobre todo en sus catedrales y en sus torres. Este es el caso de la catedral de Ciudad Rodrigo. El fallecido Ignacio Carnero, escritor, periodista y aficionado a los toros, parece el creador ideal de una novela como ésta, por su extensión y profundidad, la variedad de sus gentes y la acción de su argumento. El objetivo se complica al describir unas fiestas de semejante actualidad: los encierros de Ciudad Rodrigo, ciudad de gran popularidad. Todo ello exige estas casi quinientas páginas, que comienzan casi in medias res: «La aurora que precedió al inicio de las fiestas carnavalescas se había presentado intensamente gélida», y se completa con una observación: «Sin orden ni concierto, sino a medida que en cada hogar se iniciaba el diario afán de sus almas vivientes». En la ciudad, de inmediato, surgen dos personajes: Marino Seco, Sietevidas, barrendero urbano, y El Churri, propietario de la churrería La Moderna. Desde su espacio, ambos contemplan la ciudad, que en algún sentido es la de La Regenta, también con su campana.

Detalle de la portada del libro

No es fácil sintetizar el argumento, pero en los índices temáticos Juan Zurguén toma parte. Es uno de los personajes esenciales e, inesperadamente, asalta al cura viejo, Don Martiarián de las Encinas, símbolo de la pobreza y la humildad. Pero el encargo que Juan Zurguén hace al cura don Martiarián de las Encinas condiciona la novela: «-Por la memoria de mi difunta esposa y de mi santa madre, las dos personas que más he querido en este mundo, le prometo don Martirián, que este es dinero honrado es ganado por mí, peseta a peseta y duro a duro- explicó medio resollando al final de la frase, de una extensión, para él, últimamente, tan desacostumbrada». El dinero será un móvil incuestionable, como lo son los objetos religiosos robados en la iglesia. Y aquí subyace la motivación argumental: la actitud y comportamiento de los estratos sociales de la ciudad (especialmente el femenino) las reacciones del numeroso gentío, enloquecido la fiesta y el canto de las bellas canciones populares.

Son abundantes los grupos sociales, pero ofrecen un encanto especial el mundo de los toreros, con el maletilla Luis Alba, entregado a su incipiente vocación taurina y figura importante de la obra. Lo mismo, pero en sentido distinto, ocurre con otros estratos, pero llama la atención la actitud de la familia del militar, «Virtudes Garciñor, la hija del terrible coronel», sumida en el miedo a su padre y esclava de su rancio sentido de la religión.

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