Artes&Letras

Piedad Isla: la memoria de un mundo desaparecido

Una exposición instalada en el Museo Patio Herreriano recoge imágenes de la montaña palentina en los años cincuenta y sesenta, la memoria de un tiempo y una comarca preservada por la fotógrafa de Cervera de Pisuerga

Fotos: HERAS

C. Monje

Nacida en Cervera de Pisuerga en 1926, el destino de Piedad Isla casi parecía escrito: aprender «todo lo que estaba previsto que ibas a hacer cuando te casases». «Ese era todo el porvenir que tenías». Pero ella quiso «hacer algo diferente», y eligió un oficio «que no era normal que lo hicieran las mujeres». No había ninguna ley que se lo impidiese: «Voy a ser fotógrafa».

Lo contó en el capítulo que le dedicó la serie documental La voz de la imagen. Maestros de la fotografía española, dirigido por José Luis López-Linares y producido por López-Li Films y Publio López Mondéjar para la Subdirección General de Promoción de las Bellas Artes; un testimonio en primera persona intercalado con imágenes de un archivo fotográfico que documenta la vida en la montaña palentina a partir de los años cincuenta. Para empezar (en 1953) tenía 6.000 pesetas, que se fueron en el alquiler de un local, en la primera cámara -una Retina de segunda mano que le costó 2.000- y en material fotográfico. Y comenzó a trabajar, a revelar, a retratar a la gente que acudía a su todavía precario estudio y a desplazarse a otros pueblos de la zona para hacer las fotos del DNI. Primero con una motocicleta en la que tenía que dar pedales para subir las cuestas; después, en una Vespa.

Acordaba con los alcaldes el día y la hora, al principio entre la sorpresa de los vecinos cuando descubrían que el fotógrafo era una fotógrafa. No era un mero trámite y la gente no se iba en cuanto posaba delante de la sábana blanca. «Se quedaba allí todo el pueblo (...) era casi una fiesta», asegura Piedad Isla en el documental. Recuerda también que se conchababa con el cura de Cervera para sus reportajes de las primeras comuniones. Para retratar a alrededor de cincuenta niños comulgando no le llegaba un carrete, ella tosía cuando se terminaba y el sacerdote simulaba que se le habían acabado las formas para acercarse al altar y darle tiempo a rebobinar y cambiar la película.

Bodas, bautizos, comuniones y carnés suponían ingresos, pero el interés iba por otro lado. Da buena cuenta de ello la exposición «Piedad Isla. Un testimonio fotográfico», instalada en el Museo Patio Herreriano de Valladolid hasta el 19 de septiembre y comisariada por Maximiliano Barrios Felipe y Feliciano López Pastor. «Me gustaba más hacer las fotografías que no eran de encargo, cuando iba a una boda estaba muy pendiente de la gente que había alrededor, de lo que hacían, de cómo bailaban y de todas estas cosas; esas son las que más han retratado lo que era la vida», reconocía ella en el documental de López-Linares.

Entre las imágenes expuestas en el Herreriano figura «Son quintos», que ella misma consideró una de esas primeras fotografías especiales, al margen de encargos. Los «viejos de Alba» que aparecen le ofrecieron «una estampa tan auténtica como que formasen parte del mismo paisaje», y al fondo, «el socarrón, el cura». O la de un vecino al que se encontró en un pueblo a lomos de un burro cuando acudió para una sesión de DNI, Pepe «Leyes», apodado así porque era «el que sabía de leyes en el pueblo, todas las que le beneficiaban». Y algunas que reflejan ese «porvenir» al que ella escapó, representado por mujeres aprendiendo a coser.

Las ferias de ganado multitudinarias, procesiones, tradiciones como el mayo y la celebración en torno a un misacantano, las nevadas, retratos de pequeños y mayores en Cervera y su entorno durante los años cincuenta y sesenta hablan de un mundo ya desaparecido. Como el de la mina, representado en la muestra con imágenes de La Pernía y que marcó un antes y un después en su trabajo como fotoperiodista. Colaboró con El Norte de Castill a , Diario Palentino , El Diario Montañés y EFE , señalan Maximiliano Barrios Felipe y Esteban Sainz Vidal en el texto del catálogo Piedad Isla. Fotografía humanista en la montaña palentina (2018). Como corresponsal de la agencia tuvo que cubrir en 1964 un accidente con cuatro mineros muertos, esperar el rescate de los cuerpos y «sacar las fotos de la familia más íntima». Hizo el reportaje e incluso se lo premiaron, pero inmediatamente comunicó a EFE su renuncia. «No podía hacer ese tipo de trabajos», aclara en La voz de la imagen.

Lo que ella quería era dar testimonio de la vida. Y lo hizo de una forma intuitiva, al margen de las teorías, modas y corrientes fotográficas. «Piedad Isla carece de influencias directas, pues el desconocimiento que tiene del trabajo que se está desarrollando en otros ámbitos es absoluto, nada conocía de sus colegas españoles y no digamos de los movimientos internacionales. Sus influencias habría que buscarlas lejos de la profesión, en la literatura y en su instinto», apuntan Barrios Felipe y Sainz Vidal en el citado texto. «Su original mirada no se puede asociar por tanto a las corrientes imperantes del momento y sí entroncarla con su ideario vital», añaden antes de subrayar otra característica impresa en su obra: «No es una espectadora extraña, se zambulle en el alma del pueblo desde la pertenencia, desde el reconocimiento y conocimiento profundo, en simbiosis con un mundo de semejantes que deriva en una total identidad entre el fotógrafo y el territorio en el que habita».

Empezó en 1953 con 6.000 pesetas para alquilar un local y comprar una cámara de segunda mano y material

Era plenamente consciente de la importancia de dejar constancia de un tiempo y una forma de vivir, como prueba otro empeño suyo por conservar la memoria de la comarca: el Museo Etnográfico que creó en su propia casa de Cervera de Pisuerga. Junto a su marido, Juan Torres, comenzó en los años setenta a rescatar en los pueblos de la zona, y en tiendas de anticuarios, enseres y aperos arrinconados por la llegada de la maquinaria y el abandono del campo por los habitantes de la zona. Con el mismo propósito filmó el románico palentino o las ferias de San Salvador de Cantamuda y se embarcó en proyectos reivindicativos para proteger el patrimonio arquitectónico de Cervera y el natural del valle de Pineda, amenazado a finales de los ochenta por el pantano de Vidrieros.

Piedad Isla fotografió una concentración de vecinos de la Plaza Mayor de Cervera para despedir a unos misioneros, momento que recoge otra de las imágenes de la exposición. En el verano de 2009, unos meses antes de morir, recreó aquella foto y reunió a cerca de un millar de personas en el mismo lugar. En el medio siglo que las separa retrató a varias generaciones y preservó todo un mundo en más de 200.000 negativos conservados en su archivo.

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