Artes&Letras

Miguel Delibes: reivindicación de la dignidad de Castilla

«Cuando yo tomé la decisión de escribir, la literatura y el sentimiento de mi tierra se imbricaron», declaró el escritor, que enarboló una defensa del terruño desde el periodismo y la literatura, tanto en obras de ficción como en ensayos

Miguel Delibes, durante un paseo cerca de su casa de Sedano HERAS

C. Monje

«Yo nací en Ávila, la vieja ciudad de las murallas, y creo que el silencio y el recogimiento casi místico de esta ciudad se me metieron en el alma nada más nacer. No dudo de que, aparte de otras varias circunstancias, fue el clima pausado y retraído de esta ciudad el que determinó, en gran parte, la formación de mi carácter». El primer párrafo de la primera novela de Miguel Delibes, La sombra del ciprés es alargada, editada en 1948 tras ganar el Nadal, apunta -en boca del protagonista- algunas claves de lo que será la obra del vallisoletano. Ya está ahí Castilla y la tierra como condicionante de una forma de ser. En el caso del novelista, también de una forma de escribir.

Entre esa presentación y la declaración de Minervina Capa, que cierra El hereje, transcurren cincuenta años y una obra inmensa alentada por el paisaje castellano, el carácter de sus gentes y su forma de vida.

La tierra, dijo, le dio los personajes, los escenarios y los argumentos de su literatura

«Cuando yo tomé la decisión de escribir, la literatura y el sentimiento de mi tierra se imbricaron. Valladolid y Castilla serían el fondo y el motivo de mis libros en el futuro», decía el propio Delibes en el discurso de respuesta a su nombramiento como Hijo Predilecto de la ciudad del Pisuerga, en 1986, doce años antes de regalarle a su lugar de nacimiento la gran novela vallisoletana que es El hereje. A renglón seguido matizaba que ni Valladolid ni Castilla le debían nada (en contra de la opinión mayoritaria). «Al contrario, soy yo el que me siento deudor, porque de ellos he tomado no solo los personajes, escenarios y argumentos de mis novelas, sino también las palabras con que han sido escritas», remachaba.

Conocidas son sus negativa a abandonar su ciudad, las oportunidades rechazadas de trasladarse allí donde supuestamente su obra hubiera podido volar más alto. «Sencillamente, estoy aquí, sigo aquí, porque no me hubiera acertado a estar en otra parte, porque, sin este cepellón de tierra bajo mis pies, me hubieran faltado nutrientes y tal vez mi imaginación se hubiera esterilizado», añadía en esa misma intervención, recogida en el séptimo volumen de las obras completas editadas en 2007 por Galaxia Gutenberg y su sello de siempre, Destino.

CACHO

En otro discurso, el pronunciado al recoger la Medalla de Oro de la provincia de Valladolid -que aparece en la misma obra-, recuerda cómo amplió su horizonte vital, y con él el literario, más allá del entorno del Campo Grande, al resto de la tierra vallisoletana y de toda Castilla y León. Y de ese conocimiento nació la reivindicación que enarboló en el periodismo y la literatura. «Mi paso por la dirección de El Norte de Castilla me dio ocasión de romper una lanza por su pobre economía (...) Y cuando las circunstancias se agravaron y se impuso en el país la ley del silencio, yo trasladé a los libros mi preocupación por lo mío. Y ya no solo para defender su economía sino para reivindicar al campesino, a nuestro labrador, su orgullo, su dignidad, el sabio empleo de nuestro idioma».

«Fervor campesino»

El declarado «fervor campesino» de Delibes impregnó toda su obra y supuso un rasgo distintivo en su creación. Fue un «hombre de aire libre», «un hombre de pueblo» (sentía que Sedano era el suyo) nacido en una ciudad. En el acto de investidura como doctor honoris causa de la Universidad de El Sarre (Alemania), en 1990, declaraba: «En mis libros he tratado de reflejar la Naturaleza y la vida rural. He buscado en el campo y en los hombres que lo pueblan la esencia de lo humano. (...). Al contrario que la mayor parte de los narradores contemporáneos, que mostraban preferencia por la gran ciudad, por la urbe, yo me he aproximado a las pequeñas comunidades dominado por la idea de que la megápolis uniformaba al hombre, que cada día resultaba más difícil hallar en la gran ciudad a un individuo, a un hombre diferenciado. Me parecía que la urbe producía grupos de hombres iguales, indistintos; hombres en serie».

«Castilla desangrada»

Aunque toda su obra encierra una reivindicación de la tierra y sus habitantes, en Castilla, lo castellano y los castellanos, lo hace también al margen de la ficción. En esa reflexión sobre su propia literatura, publicada inicialmente en 1979, Miguel Delibes critica «una política arbitraria que permite subir el precio de la azada pero no el de la patata». Junto a un «suelo pobre», «dependiente de un cielo veleidoso y poco complaciente», y «el recelo proverbial del hacendado castellano, cicatero y corto de miras, que prefiere, por más seguro, invertir en la industria los menguados beneficios del campo», esa política dejaba a Castilla «sin hombres y sin dinero», lamentaba el escritor. Ya no podía darse por bueno el dicho de «Castilla hace a sus hombres y los gasta», porque «la Castilla desangrada de esta hora está resignada a hacer sus hombres para que los gasten los demás», continuaba en su denuncia.

Denunció una política «que permite subir el precio de la azada pero no el de la patata»

Esos condicionantes terminaron por influir en el carácter castellano, concluía el autor, que quiso echar abajo el tópico del castellano «inhospitaliario y desabrido». «Lo que en realidad hay en el campesino castellano-leonés es un trasfondo de desconfianza ante el forastero, que si alguna vez llamó a su puerta nunca fue para darle nada. Pero esa reticencia inicial, que es, en definitiva, una actitud de autodefensa, nada tiene que ver con el desabrimiento. Nuestro campesino es muy perspicaz; le es suficiente una mirada para separar, mentalmente, el grano de la paja. De entrada ya no espera nada de nadie y sabe que aquello que obtenga lo deberá a su propio esfuerzo (...). De ahí su tibieza política. De ahí su socarrona difidencia ante las grandes palabras».

En el fondo, señala, «el recelo y la desconfianza» «no excluyen el señorío y la hospitalidad», cualidades que se dan -señala- en personajes como Cayo, de El disputado voto...

En Castilla, lo castellano y los castellanos plasma de nuevo el arraigo de su literatura en los parajes de esta tierra. En Las ratas, La hoja roja, Diario de un cazador, La mortaja y Viejas historias... están «los campos yermos de Valladolid, Palencia y Zamora, el norte del Río Duero». En Las guerras de nuestros antepasados, Parábola del náufrago, El disputado voto del señor Cayo, Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo o Mis amigas las truchas, «la bronca comarca intermedia, el norte de León, Palencia, Burgos y Soria, tal vez la parte de Castilla menos exaltada literariamente, aunque no la menos bella».

Todos esos libros y los que vendrían después constituyen también un homenaje al lenguaje hablado por los habitantes de la Comunidad. De nuevo al margen de la ficción, Delibes escuchó a los pobladores del campo y los convirtió en protagonistas de Castilla habla (1986). A ellos y a sus oficios pegados a la tierra, y a un castellano hace tiempo en vías de extinción, con el que dio voz también a los personajes de sus novelas un autor que reconoció escribir «de oído».

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