Artes & Letras
Impresiones con rostro
Jiménez Lozano publica «Impresiones Provinciales», séptima entrega de los diarios iniciados hace 30 años
Cuando se cumplen ahora los 30 años de la publicación de Los tres cuadernos rojos, primer diario de José Jiménez Lozano -Ámbito, 1986-, la editorial Confluencias, acaba de editar Impresiones Provinciales , que hace el número siete de estos singulares diarios. Lejos de incidir en el relato pericial del yo, en las circunstancias descriptivas, o en los cabildeos de la relación literaria, lo que cuentan estos diarios, desde hace tres décadas, incide en dos apuestas que subrayaba Ernst Jünger, y que Jiménez Lozano hace suyas. Primera, ordenar los «acontecimientos y pensamientos que afluyen» como «parte de la tarea» reflexiva del escritor. Y segunda, mostrar alguna utilidad filosófica a lo Boecio: como mínimo «un consuelo solitario del que se siente necesidad». Capital escritura, por tanto
Esto explica que los diarios de Jiménez Lozano sean atípicos, distintos entre sí, y con una riqueza acumulada que, editados en su conjunto, proyectarían una potentísima imagen de la condición humana y del pensamiento españoles en los siglos XX y XXI. Hablamos de cuadernos de notas que hace un intelectual como explicación de la historia, de las lecturas que realiza, de la sociedad en la que vive y se implica, de los hechos que han conformado un tiempo concreto, de las realidades estéticas cambiantes, y también, cómo no, del yo que ha sido testigo de esas elecciones y que el azar, la naturaleza, o la política, han puesto en sus pupilas telescópicas.
Estas Impresiones Provinciales son distintas a las de cualquier periodo del escritor abulense. El título no se elige al azar. Nos remite a las 18 cartas de Blaise Pascal -escritas de 1656 a 1657-, conocidas por Lettres de Louis de Montalte à un Provincial de ses amis et aux Révérends Pères Jésuites sur la morale et la politique de ces Pères. Una referencia externa con sus claves íntimas. Casi al final del libro, Jiménez Lozano hace una aclaración para que el lector no se pierda en estos nuevos diarios, pues no es todo Pascal lo que aquí reluce. Tampoco se trata de una rectificación, ya que Jiménez Lozano no pretende «convertir a nadie», ni embellecer una escritura, ni siquiera marcar distancias retóricas con el pensador francés que es su amigo. Se trata de una construcción arquitectónica propia en la que el escritor castellano pone la palabra exacta a un hecho dentro de unas Impresiones con rostro poco Provinciales.
En suma, que transcienden al reducto regional. El rostro de estas impresiones se restringe a un periodo concreto del siglo XXI: el que va desde «2010 hasta julio de 2014». A lo largo de 165 páginas, todo se universaliza y se explica por lo que delata una fisonomía audaz, por lo que sugiere una actitud ética o detestable, por el rechazo o ruptura que provoca un hecho social o histórico, por lo que proyecta una lectura reposada sin ambiciones críticas, por lo irreparable de una pérdida que afecta a lo más íntimo de la propia relación humana, o por lo que resucita un sentimiento leve, pero intenso, que resuena en las conciencias dormidas como un trallazo.
Todo se relata aquí -otra originalidad más-, al modo de Jiménez Lozano. Es decir, con el sentido del humor que tienen los productos humildes que recalan en las alturas y en las bajuras sin imponer la altisonancia de las palabras o los hechos deslumbrantes o las demostraciones apodícticas. En cada apartado, marcado por asteriscos, sólo aparece el hecho asociado a su idea que le confiere verosimilitud humana, filosófica o crítica. La crítica es tan sutil que rueda con las palabras como una bola de nieve. Para ver, por ejemplo, cómo se despeñan Tolstoi, o cualquier otra importancia histórica o literaria que la actuación mediática ha puesto en candelero por la razón que fuere, el tobogán humorístico de Jiménez Lozano -el que Juan Valera identificaba con la modestia- apunta a la socarronería inteligente que lo reduce todo a devenir y pavesas.
El aire de intimidad que rezuman estas Impresiones Provinciales afecta también a las realidades líricas, en las que Jiménez Lozano cala muy hondo. Recurrir por ejemplo a la «lectio divina» tiene su encanto al final del día como reconciliación, pero no anula para nada la historia del hombre. «Muchas veces he visto un canecillo/ en una iglesia abandonada,/ un bufón burlándose:/ -¿Sigues riendo?- le pregunto./ -Aunque soy de piedra- dijo,/ ¿qué podrías hacer, si miro al mundo?/ Yo hago mi oficio». A esto se reducen estas impresiones con rostro: a un modo irrenunciable y atractivo de mirar el mundo.
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