Artes&Letras / Libros
Dice el tango de Gardel
El autor de teatro, poesía, aforismos y greguerías Roberto Lumbreras debuta en la novela con ‘Veinte años’, ambientada en su Segovia natal
Dice el tango de Gardel «que veinte años no es nada», pero Alberto Arrese y su madre, Beatriz, y su enamorada Margot, protagonistas de la primera novela de Roberto Lumbreras, no estarán muy de acuerdo. En el caso de Alberto, porque ese juego de parchís que es el destino le comió una ficha cuando tenía veinte años y le contó -o le descontó, según se mire- otros veinte más, recluido en una cárcel de Tailandia en la que tuvo que ingeniárselas como pudo para sobrevivir. En el caso de su madre, porque la ausencia del hijo (adoptivo) se le habría hecho insoportable de no ser por la relación epistolar mantenida con el preso y por el constante auxilio espiritual de don Justo, un sacerdote que hace honor-o no- a su nombre. Y en el caso de Margot, librera y coleccionista de fracasos amorosos, porque esos veinte años son los que puede echarse como bagaje a las espaldas.
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Roberto Lumbreras debuta en las lides de la narrativa de larga distancia después de consagrarse como dramaturgo, poeta, aforista o autor de greguerías en su producción literaria anterior. Sin embargo, todos esos recursos creativos que tan bien maneja se coaligan en ‘Veinte años’, que sitúa en las calles, plazas y monumentos de Segovia, quizás porque la añoranza le incite a homenajear en la distancia a la ciudad que lo vio nacer.
Pero además de amalgamar con óptimos resultados diferentes registros literarios, Lumbreras tira de humor en infinidad de ocasiones a lo largo de la novela, unas veces con salidas aparentemente ingenuas, que arrancan una risa espontanea; y otras veces con sarcásticas cargas de profundidad que hacen reflexionar al lector. Y, a mayores de ese repertorio constructivo, el autor se apoya en numerosas notas a pie de página, que ayudan a comprender mejor la trama y que, con frecuencia, dejan sobre el papel la esencia más sutil de las marcas más conocidas del mercado de la perfumería o ambientan con una pieza musical un instante crucial de la historia.
Maneja Lumbreras a lo largo de la obra un lenguaje tan preciso como ágil e incisivo y, por si en el caso de algún lector mozalbete fuera necesario, añade al final de la novela un glosario con la jerga que se utilizaba en nuestros país en el año del Mundial futbolero de infausto recuerdo deportivo, y de infausto recuerdo para Alberto, que asumió en exclusiva en un aeropuerto tailandés una culpa, para librar del talego a su entonces novia, Mar, y a su mejor amigo, Jorge; al que encomendó la protección de su pareja.
Tan a pecho se tomó Jorge el mandato que se casó con Mar, y juntos se convirtieron en padres de Margot, mientras Alberto se oxidaba más que los barrotes que lo comprimían, ajeno a la distante verdad, para que no se viniera abajo como un edificio en ruinas.
Maneja Lumbreras a lo largo de la obra un lenguaje tan preciso como ágil e incisivo
Fiel a mi costumbre, no desvelaré en demasía cómo Margot y Beatriz, la aristocrática madre (adoptiva) de Alberto se confabulan para sustituir a Mar, cuando fallece, en la animosa tarea epistolar, ni cómo se fragua una incomprensible relación amorosa entre dos desconocidos, una insegura muchacha de veinte años y un atractivo galán maduro -su madre le llama «Paulnewmancito»- que la dobla en años vividos, que no experimentados, y que, tras recuperar la libertad, regresa a una ciudad por la que no parece haber pasado el tiempo.
En ‘Veinte años’ hay momentos para el amor, para la evocación, para la pasión, para el recuerdo, para el odio, para los celos, para la venganza, incluso para que sueños visionarios se conviertan en realidad o los naipes del azar terminen repartiendo las bazas a su gusto, por mucho que algunos personajes traten de hacer trampas con ellos. Y así, como en las piezas teatrales de capa y espada, la vida se puede truncar a cuchilladas una noche cualquiera en un sórdido callejón segoviano.
Dice el tango de Gardel «que veinte años no es nada»; pero probablemente, tras disfrutar de este ameno cóctel literario y sopesar su contenido, muchos de ustedes recurrirán, como yo, a la séptima acepción que la RAE hace del vocablo y pensarán que la letra del tango no es más que una milonga.