Día 11
Diario de una periodista confinada: miedos
La percepción cambia por completo cuando se experimentan en primera persona las consecuencias de la pandemia

Llevo muchos días escribiendo sobre el coronavirus, contando cómo las cifras de afectados y de fallecidos siguen al alza, transmitiendo información diaria de la consejera de Sanidad, preguntando por la situación de los hospitales, y escribiendo sobre la labor de nuestros profesionales sanitarios. Sin embargo, ayer mi percepción cambió por completo cuando viví en primera persona las consecuencias de la pandemia y sentí lo mismo que miles de ciudadanos que tienen a un familiar afectado. La diferencia, afortunadamente, es que en mi caso finalmente fue una insuficiencia cardiaca y mi padre ya está en casa que, en este momento, es el lugar más seguro.
Fueron solo tres horas de hospital pero las suficientes para que el miedo y la impotencia te quemen por dentro y por fuera. Miedo a esa fría carpa junto a las urgencias del Clínico de Valladolid, en el que los sanitarios enfundados en sus equipos de protección te recogen los datos del paciente con la única indicación de que la información te llegará por teléfono; miedo a qué pasará dentro, en qué zona estará atendido, en si tendrá que ingresar y permanecer completamente solo, como los miles de afectados que llenan los hospitales, y miedo a estar más expuesto que nunca al contagio. La llamada llegó y mucho antes de lo que esperaba para indicarnos que fuéramos a recoger al paciente. La analítica y las radiografías confirmaron el diagnóstico. No alcanzo a imaginar el sufrimiento de quienes pasan por situaciones muchísimo más complicadas que la mías aunque, como decia mi abuela, «que Dios no nos dé todo lo que somos capaces de aguantar».
Lo positivo de la dura experiencia es que pude comprobar, aunque no lo dudaba, que el sistema funciona. No tuve ninguna dificultad para contactar con el centro de salud y hablar con la médica de cabecera; la ambulancia llegó al momento y en el hospital todo fue muy rápido, para reducir así al mínimo la estancia en el centro, y por la tarde continuó, el seguimiento médico desde Atención Primaria. Sí, funciona, porque además del coronavirus hay otras muchas patologías graves a los que nuestros sanitarios siguen dando respuesta. Y, por supuesto, justo es reconocer que los consejos y la tranquilidad que te trasladan por teléfono los amigos médicos también ayuda, y mucho.
Salí así de mi confinamiento, después de diez días, para ir al hospital y, en el trayecto, pude comprobar, para mi sorpresa, que había tráfico de vehículos y demasiadas personas por las calles. ¿Qué no hemos entendido? El sacrificio de la mayoría no puede irse al traste por la insensatez de algunos. Yo misma contemplé en menos de cinco minutos cómo la Policía Local advertía por megafonía desde el coche patrulla que no se podía salir de casa y cómo la Nacional reprendía a una pareja que iba a hacer la compra, obviando que sólo se puede ir de uno en uno. Así no. Sólo desde la responsabilidad individual saldremos de esta y mantendremos la esperanza de hacerlo más pronto que tarde
Mis adolescentes han tenido la mejor lección del día y no ha llegado por la plataforma escolar. Han comprobado que la infección por Covid-19 no es algo que les pasa a los demás y han descubierto que los contagiados también pueden estar en su entorno. No, todos somos vulnerables y estamos expuestos y por unas horas sintieron miedo e incertidumbre.
Por la noche, más tranquilos y para relajar un poco el ambiente, me sometieron a una prueba que circula por las redes con el objetivo puesto en progenitores y en la que acabas o mojado o anclado con una escoba en la mano. Ojo, padres y madres, que somos fáciles y la secuencia se graba. A la cama siempre mejor con una sonrisa. Y mañana a seguir pero sin olvidar que #yomequedoencasa.
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