«El Covid complica los duelos porque se ha llevado la despedida»
Con un 2020 que ha registrado un 26% más de fallecidos que el año anterior, estos días marcan en el calendario una visita a la tumba de los seres queridos que no pierde valor, pero que se enfrenta en esta ocasión a lutos «enquistados»
Al despuntar noviembre, los cementerios florecen. En torno a los días de Todos los Santos y Todos los Difuntos, la tradición general y la religión tienen un pacto para llevar flores y recordar a los seres queridos que murieron. Sin embargo, muchas familias en Castilla y León aún no pueden realizar esta visita sin atravesar un intenso dolor. «El Covid ha complicado mucho los duelos, porque se ha llevado la despedida y ha dificultado la readaptación en ausencia del fallecido», explica Jesús de Blas, vicedecano del Colegio de Psicología de Castilla y León (COPCYL). Un entierro «siempre ha sido algo social», recuerda. Ese lugar en el que «empezar a compartir anécdotas, momentos, fiestas» -siempre con el apoyo de otros- para comenzar a curar y a recordar desde el cariño. La situación epidemiológica mejora, pero de los meses más duros queda ese momento perdido, esa secuela: la de los «procesos enquistados».
«El duelo es un proceso de readaptación», define De Blas, «consiste en reorganizar la vida y las expectativas sin esa persona» . Si «se elabora bien», puede durar en torno a un año, mide el profesional. Pero también puede no cicatrizar correctamente: este alerta de que «no celebrar el ritual funerario o perdérselo puede llevar a una patología y a estancarse en el dolor».
Y si por algo se ha caracterizado la muerte en tiempos de Covid es por no poder celebrar este tipo de despedidas como de costumbre. Obligadas a la distancia y la soledad, las hospitalizaciones impedían quedarse a acompañar al enfermo, y las inhumaciones restringieron sus aforos. Todo eso con casi un 26% más de fallecidos durante 2020 que durante 2019 . En total, 36.177 vidas, fuera por Covid, infarto o vejez, entre otras causas. Según La Asociación Nacional de Servicios Funerarios (Panasef), en ese año, la Comunidad fue la tercera autonomía española (sólo por detrás de Madrid y Castilla- La Mancha) con mayor aumento en su volumen de decesos.
De Blas asegura que también se han incrementado las consultas psicológicas en Castilla y León desde el comienzo de la pandemia, aunque parte podría deberse a «consultas retrasadas» por el confinamiento. Las iniciativas específicas escasean, pero el abril pasado, en convenio con el Ayuntamiento de Salamanca, el colegio ofreció asistencia psicológica para familias afectadas por el coronavirus. Recibió más de doscientas llamadas en un mes. «Los duelos no resueltos han hecho que explote la necesidad de cuidar la salud mental» , reivindica Jesús de Blas, que pide reconocimiento para otros temas «desatendidos» en este ámbito, como el acoso escolar o el suicidio.
Ahora, el peso se reparte entre 2.500 colegiados a lo largo de la Comunidad. «Hemos trabajado con duelos en residencias, pero ahora todo esto se canaliza a través de consultas privadas», explica el experto, que relata que «muchas veces», quien llega a consulta no sabe que lo que necesita resolver es un duelo .
Dolor camuflado
Pueden ser muchos y muy distintos los síntomas de un duelo no resuelto. Culpa, ansiedad, agresividad o estados depresivos son algunas de las respuestas que ofrece De Blas. El vicedecano del colegio realza la importancia de identificarlos y resolverlos, porque de no hacerlo, pueden provocar situaciones como la incapacidad para visitar la tumba. Pero también pueden llevar a decidir el cierre de habitaciones del ausente (no es sano crear «capillas ardientes» en ellas) o incluso provocar enfrentamientos en el seno de la familia . «El duelo depende mucho de la implicación emocional con esa persona», matiza el psicólogo, «el cierre de la sepultura es terrible, pero no lo es menos ordenar la ropa del fallecido».
Cuando se completa el duelo y ha pasado un tiempo, en cambio, acudir al cementerio es «una tradición que ni alivia ni daña», contrapone el vicedecano, con una función «de recuerdo, de añoranza».
Para llegar a ese punto, el decálogo para los duelos sin despedida que elaboró el COPCYL recomienda compartir las emociones propias con alguien de confianza o con un profesional, y aprender a aceptarlas como normales y válidas. Además, también aconseja ser paciente con los altibajos, no descuidar la alimentación ni el sueño y organizar una ceremonia para que los más cercanos puedan despedirse cuando sea posible, entre otros.
Emiliana parece reforzar la idea de que es posible recordar sin verse doblegado por el desconsuelo. Cuñadas jóvenes, hermanos… Nunca olvidará a ninguno de los suyos, pero hoy es una mujer madura que transmite paz y cariño. «Al final, a todos se les quiere, a todos de un modo distinto, pero no se olvida nunca a un hermano porque se tenga más, o a una amiga si ha sido de verdad», opina. Parece un poco ajena al movimiento que se aprecia estos días en el cementerio de El Carmen, en Valladolid, porque viene casi todas las semanas. Sobre todo para visitar la tumba de su difunto marido, en la que riega con cuidado las flores que allí coloca desde hace seis años. «A veces me acuerdo más de él en casa, que es donde vivimos tantas cosas juntos», confiesa. Hoy no hace falta regar, porque ya llueve, pero aún así, Emiliana repite el gesto de la visita para el que fuera su enamorado. «Siempre fue muy bueno y yo siempre le he querido mucho», reconoce, con sencillez.
Historias de amor
No es la única en experimentar una dosis extra de añoranza. En todos los camposantos de Castilla y León entran en estás fechas más coches, más parejas, más familias a pie. Una dinámica Julia sonríe. El domingo han venido a «arreglar» la tumba, el lunes es el día de la visita. Es una tradición familiar «sagrada», puntualiza. El puente festivo transcurre nublado y lloroso, como si acompañase a todos aquellos que viven la tradición con un nudo en la garganta. Dos ancianas se acompañan, y otra más va en silla de ruedas con un niño y una mujer joven. Quería haber venido antes de «los días de jaleo», pero bueno, estuvo enferma. Aun así, viene siempre.
Adentrándose en el laberinto de piedra, se encuentran tumbas desleídas, antiguas y reventadas por el olvido, pero también ángeles, lápidas cuidadas y personificadas al detalle. Ante una de estas últimas, se puede ver a un hombre mayor vestido de negro que permanece de pie. Sin gente alrededor, fuma, y seguramente conversa en silencio. Para él, es «día de luto». Cuenta que su esposa falleció hace un mes, y se guarda el resto, porque las lágrimas asoman a sus ojos. A menudo son ellas, las lágrimas, las que necesitan contar esas otras historias de amor. Es pronto para que se relaten en palabras ni tradiciones.
Sin embargo, muchos visitantes esperan reencontrarse con sus seres queridos al otro lado o aprenden a cuidar ese afecto, también después de la muerte. «Pienso que somos inmortales en la medida que se acuerdan de nosotros», resume Francisco Fonseca, que saca una maceta del maletero. «Así que yo voy a intentar que a mis padres y a mis abuelos se les recuerde el mayor tiempo posible», indica.
No en vano, hasta los propios muertos expresan el deseo de vivir en la memoria de los suyos y, con suerte, de estrecharse de nuevo en otra vida. Un niño de 13 años llamado Guillermo lo condensó en su epitafio, cerca de la puerta de la necrópolis: «Papi, obviamente, aquí te espero. No tengas prisa...», pide por él la piedra.
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