Coronavirus
Entereza, la última lección de don Francisco
Maestro de profesión, el segoviano Francisco Herrero sabe que a sus 96 años el positivo le aboca al final y ha pedido a sus hijos cómo quiere ser enterrado. Rechaza ir al hospital, se queda con su mujer en la residencia
Al otro lado del teléfono, la voz de Francisco Herrero –o Paco, como muchos le conocen– cada vez suena más débil. Las conversaciones son menos frecuentes y más cortas. El virus avanza y sus fuerzas ceden . Silente, el Covid-19 se coló en su cuerpo y prosigue en su batalla comiendo terreno a una saturación de oxígeno cada vez más baja. Su cuerpo se consume, pero a sus 96 años, la lucidez de su cabeza se mantiene intacta . Es consciente de que la meta final en esta carrera está cerca. «Es una etapa más de mi vida y sé que al final me tengo que morir» , ha confesado a Pilar, una de sus cuatro hijos en estas últimas conversaciones que ella ya guarda como «pequeños tesoritos». «Está muy entero», dice.
Y tan consciente es de que en esta batalla el enemigo vencerá que hasta ha dado instrucciones sobre cómo quiere ser enterrado y ha hecho llamar al seguro de decesos para cuando llegue el momento. De profundas convicciones católicas, siempre fue partidario de la inhumación, pero en este estado de alarma por la pandemia del coronavirus, «sabe» que tendrá que ser incinerado . Por eso también ha pedido que, cuando esto pase, ya hagan la ceremonia en la que puedan darle el último adiós.
En una sepultura en el cementerio de Aldea Real (Segovia) , el pueblo que le vio nacer en 1923 y en el que quiere reposar para siempre. En la lápida, el nombre y una foto con la que hoy es su mujer, Matilde Fernández , pero de hace siete decenios, cuando eran unos jóvenes que apenas se acababan de conocer y comenzaban su noviazgo. «Yo estoy más serio, ¡pero mamá está muy guapa!», recuerda todavía de ese momento que ha llevado siempre guardado en su cartera y desea que le acompañe para la eternidad. «Si tienen que quemar todo, que la foto no la quemen» , ha implorado para que rescaten el recuerdo de ese Paco joven en su primer destino como maestro, en La Granja de San Ildefonso (Segovia), donde conoció a Matilde, aún una estudiante con su uniforme de las Jesuitinas. Desde entonces, toda una vida juntos que quieren compartir hasta el final.
En la residencia en la que viven desde el pasado septiembre y ya han hecho su hogar, en Aguilafuente, a menos de siete kilómetros de Aldea Real, comparten habitación. Y por primera vez en 69 años de casados –en febrero celebraron el aniversario–, el coronavirus ha obligado a separar sus camas. «Nosotros nos quedamos juntos », respondieron marido y mujer tras conocer que el test de Francisco, tras varios días con síntomas, era positivo en Covid-19, pero el de Matilde, no, pese a su estrecha convivencia. Le preguntaron si quería ir al hospital, pero «dijo que prefería quedarse con su mujer en la residencia, que allí se sentía muy bien tratado» . En el centro, con oxígeno desde el primer momento, recibe la medicación hospitalaria que hasta ahora ha conseguido que los síntomas avancen despacio, pero sin tregua. «Se va apagando».
Juntos y distantes
De Paco y de los trabajadores de la residencia dependía Matilde, de 93 años , para moverse. Aún no se ha recuperado de la segunda rotura de cadera y sigue en silla de ruedas. Así que, en el mismo cuarto, pero guardando unas distancias insalvables , el matrimonio se ve, se mira y observa el inexorable avance del coronavirus. Gestos, miradas... suficientes para entenderse. Tan cerca y tan lejos. Ya apenas pueden hablar. La voz de Paco cada vez tiene menos fuerza y con el oxígeno apenas resulta audible para Matilde, con problemas de oído. Aún responde al teléfono, un viejo Nokia que sólo sirve para llamadas, pero una vía de comunicación que hace sentirse a su hijos unos «afortunados».
«¡Han sido tan plenos estos ratitos hablando!», recuerda con emoción Pilar, la mayor de los cuatro hijos, consciente de que en esas últimas conversaciones más largas –ahora apenas duran medio minuto– «hemos ido despidiéndonos» . Reconoce que le «encantaría estar sentada a su lado y darle la mano, pero sé que estamos ahí y él aquí», «Siempre nos ha dicho que va a estar viéndonos», señala, «cada vez más orgullosa de mis padres».
Resalta la «entereza» con la que Paco, don Francisco en sus tiempos de docente de educación especial que le llevaron a Logroño y Madrid, afronta su destino e imparte su última lección en la vida : «Serenidad, lucidez y tranquilidad» con la que sabe llega el final.
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