Castilla y León recela de quitarse la mascarilla

A pesar de que ya no sea obligatoria en espacios al aire libre y con distancia, la mayoría de los ciudadanos la mantiene por prudencia

ICAL

Metro y medio no será aún distancia lo suficientemente pequeña para quedarse enlazados en un abrazo. Las medidas aún no permitirán plantarle dos besos a ningún conocido. Pero ya hay sitio para los cara a cara, para sentarse con cuidado en una terraza y para notar el viento en la piel. Desde ayer, las mascarillas ya no son obligatorias en espacios abiertos en los que se pueda mantener esa distancia de seguridad, pero los ciudadanos de Castilla y León aún recelan a la hora de descubrirse el rostro . En sus opiniones se trasluce esperanza, optimismo y alivio, pero también un gran miedo a anticiparse y una sensación colectiva de fragilidad ante el rebrote. Si algo pide la mayoría, es sentido común, más allá de la norma vigente.

Un matrimonio baja la calle Santiago, en Valladolid, dejándose acariciar por el viento y por el calor de la mañana. Ella lleva mascarilla , él no. En realidad, la lleva colgada de la muñeca, por si acaso. María Candelas García y Luis Iglesias ya han vivido mucho, están vacunados y pasaron el Covid sin complicaciones, pero cada uno lleva su ritmo. A Luis, una operación de pulmón a causa de la exposición al amianto -que cuenta que se llevó por delante a un par de compañeros de Renault- le hace preferir prescindir de la mascarilla. «Yo vivo gracias a los médicos, pero con ella puesta me costaba hasta andar, así que es una satisfacción que esto se haya acabado», sonríe. «Tampoco es que se haya acabado», disiente cariñosamente su mujer. «Yo me la quitaré, pero poco a poco, aún me da miedo, pienso que en septiembre podemos tener rebrotes», explica.

Bibiana Nieto, que atiende un kiosco de la ONCE, apenas ha visto a una o dos personas pasar a cara descubierta, y celebra que los viandantes parezcan concienciados. «Cada uno es libre de hacer como prefiera, pero yo aún la llevaré» , afirma, entre venta de billete y billete. «Opino que todavía tendríamos que seguir con cautela, no dejamos de compartir el mismo aire». Una mujer de mediana edad se coloca cuidadosamente el tapabocas al acercarse. Se llama María Jesús López: «Ahora me la pongo por respeto, pero había muchas ganas de quitársela», afirma.

Un grupo de adolescentes deambula cerca de plaza Zorrilla de Valladolid . Charlan, hace sol, están relajados. No hay otro objetivo que el de «dar una vuelta». Aun así, algunos rostros les hacen adoptar un aire de culpabilidad. «No eres de la secreta, ¿no? Llevamos mascarilla en el bolsillo, mira», se justifican. Se ven un par de quirúrgicas, pero los que aprovechan la nueva permisión dudan de ella en cada gesto, como si se preguntasen si se medirá un escrupuloso metro y medio para los que caminen al lado de un colega.

Cuatro enfermeras toman café en una terraza de la Plaza Mayor: «No tengo datos para saber si levantar la medida llega pronto o tarde, pero hay que quitarla en algún momento», se encoge de hombros una de ellas. «Luego cada uno tendrá sus circunstancias».

No falta quien critica con argumentos que se flexibilicen las normas: «Deberíamos llevarla hasta que toda la población esté vacunada, ahora falta todo el mundo de 40 para abajo y puede seguir siendo una irresponsabilidad», recuerda Leticia Juárez, que trabaja en el sector sanitario. Matilde Valdeviejo y Pilar Romo se muestran cien por cien de acuerdo. Es el tema del momento: «Precisamente lo estábamos comentando». «La llevaremos hasta que veamos la solución definitiva», espeta Rosa García, que apenas se para, con prisa. Unos pocos lamentan que se pueda tratar de «una cortina de humo» para acallar «el descontento con los indultos», opina Víctor, por ejemplo, que ha salido con su familia.

Pero también hay aspectos positivos para los habitantes de la Comunidad: «La medida es psicológicamente importante, a nadie le gusta llevar mascarilla» , contesta Guillermo Sanz en Valladolid. Eso sí, él la utilizará «hasta que esté vacunado y vea que funciona». Su hijo Hugo nunca ha estado obligado a usarla, pero el pequeño admite que cuando se la ha puesto le molesta «en las orejas». En esta ocasión, tímido, casi parece convertir la precaución en juego con una máscara que le han comprado en el Salón del Cómic.

«Por si acaso»

Mientras, en Ponferrada (León) también se impuso la prudencia en las primeras horas del primer día: la mayoría de los paseantes de la capital del Bierzo seguían con cubrebocas puesto. Sin él, realmente, eran pocos, pero también los había. Y la sensación general se compartía: los ponferradinos se mostraban dispuestos a seguir soportando la mascarilla, al menos en la ciudad, donde se antoja más difícil guardar la separación entre personas. Por eso, se impuso el sacrificio de «aguantar un poco más», frente al poder decir adiós al «agobio» de la prenda. Y «todo sea, para evitar que los contagios se disparen», como decía una mujer en la céntrica plaza de Julio Lazúrtegui.

La mañana del sábado coincidió con el tradicional mercadillo del fin de semana, que supuso más movimiento de personas. En las horas centrales de la mañana, en el centro urbano, resultaba difícil encontrar a alguien sin mascarilla . Había testimonios coincidentes entre quienes la llevaban «por si acaso», «porque no es fácil mantener la distancia en las calles» o «porque no están las cosas seguras al cien por cien», indicaban algunas de las personas consultadas. Otros iban más allá y cuestionaban que pueda ser «prematuro andar quitándola ya, porque podemos pagar después las consecuencias si se vuelven a disparar los casos». Es evidente que aún hay temor al contagio.

A pesar de ello, no faltó quien «festejaba» este primer día sin obligación de mascarilla. Paseaban en la plaza del Ayuntamiento y en el casco antiguo. Sin cubrebocas, pero con una «sensación rara cuando te cruzas con la mayoría de la gente que la lleva . La verdad es que sienta bien, muy bien», reconocía un hombre de mediana edad.

Minutos más tarde, en el entorno del Castillo de los Templarios, otra ponferradina compartía esa sensación de «no saber qué hacer, porque te cruzas con gente y te la pones. Pero al estar en la calle, te presta quitarla», confiesa. «A ver si poco a poco podemos ir quitándola del todo». Tampoco era extraño ver personas caminar con la mascarilla colocada en el codo o bajada a la barbilla, para echar mano de ella en caso de apuro.

En cualquier caso, tanto en Ponferrada como de vuelta en Valladolid, se nota que la ciudad «no es lo mismo que el pueblo» , matiza Gonzalo Saldaña, un veinteañero que optará por usarla este verano, salvo cuando vaya al suyo y haya realmente muy poca gente. Además, el centro es el centro, y más un sábado. «Hoy por hoy, por distancia, en esta calle no se puede quitar», señala Julián García, que pasea con su mujer Yolanda y su hijo Diego. Lo verdaderamente molesto, dicen, puede llegar a ser cruzarse con alguien que no la lleve y «no se moleste en separarse de ti» o vaya fumando. Por suerte, no les parece la norma: basta un vistazo para comprobar que la inmensa mayoría de la gente no se ha desprendido de su mascarilla o es respetuosa al hacerlo.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación