Artes&Letras / Hijos del Olvido
Beatriz de Bobadilla: una mujer en el almario
Dama de corte de Isabel la Católica, de quien recibió el marquesado de Moya, acompañó a la reina desde niña y la guio en sus decisiones
No es ésta la primera Bobadilla (¡ojo!, que es con mayúscula, no confundirse) de la que hablamos en esta sección mensual dedicada a personajes inexplicable e injustamente opacados por el paso del tiempo. Antes fue Isabel de Bobadilla, primera gobernadora de Cuba, y ahora le toca el turno a otra Bobadilla, aún mayor por su relevancia histórica. Na cida en Medina del Campo, hacia el año 1440, Beatriz de Bobadilla fue hija de Pedro de Bobadilla y María de Maldonado, un matrimonio de la nobleza menor castellana. Beatriz fue una joven viva y despierta; una mujer, después, de las de armas tomar, fino olfato político y firme carácter. Una dama de corte que llegaría a ser la mano que meció la cuna de la más grande reina que ha tenido España… y el universo mundo, probablemente. Quiso la suerte que al padre de la Bobadilla, en el albor de la segunda mitad del XV, le cupiera el honor y la responsabilidad de ser el alcaide del castillo de Arévalo, lugar al que con el ascenso al trono de Enrique IV el Impotente, hermanastro de la futura Isabel la Católica, ésta, su hermano Alfonso y su ya por entonces demenciada madre, Isabel de Portugal, fueran a parar. Allí una muy niña Isabel, de apenas tres años, trabaría lazos de amistad y guía con una casi adolescente Beatriz. De aquella relación infantil, que duró en esa primera etapa ocho años, hasta 1462, surgiría con el correr del tiempo una relación de respeto mutuo, cariño sincero y deuda vital, o si se quiere, una relación muy parecida a la amistad.
El rey Enrique veía con buenos ojos aquel ascendiente que demostraba la Bobadilla sobre la joven Isabel y, a fin de tener bajo control a ambas, en 1466 dio a doña Beatriz por esposa a su mayordomo Andrés Cabrera. Pero lejos de ser aquel matrimonio un ‘tanto monta’, la que fue todo el tiempo montada a la jineta en la coyunda fue doña Beatriz, hasta el punto de que, cuando años después, ya con Fernando e Isabel en el trono, se les concediera el marquesado de Moya a Beatriz y a su marido, un marquesado ‘ex novo’, el cronista Alfonso de Palencia describiera a Andrés Cabrera como ‘el marido de la Bobadilla, la marquesa de Moya’. ¡Y estamos en el siglo XV español, señoras y señores!
De la Bobadilla se podría decir que no sólo asistió en primera persona a todos los grandes hitos acaecidos en la vida de la reina Católica, sino que fue en prácticamente todos ellos muñidora, actriz principal e, incluso, cláusula resolutoria de los mismos. Lo fue cuando en ese mismo año de 1466, justo uno después de que los nobles de Ávila proclamaran rey a Alfonso, el ilegítimo Alfonso XII, éste determinara el casamiento de su joven hermana con el maestre de Calatrava don Pedro Girón, treinta y cinco años mayor que ella. Isabel era ya entonces una joven princesa con las ideas claras y el corazón exaltado, y rezaba por que aquel enlace no llegara a buen puerto. La Bobadilla le aseguró a su amiga que, aunque tuviera que clavarle ella misma una daga al prepotente Girón, aquella unión no se celebraría. ¿Sería entonces casual que Girón muriera, tan accidental como convenientemente, cuando se dirigía a cumplir el mandato del rey? Dudas hay. Y otro tanto sucedió cuando el avieso marqués de Villena, Juan Pacheco, que había sido determinante en la llamada ‘farsa de Ávila’ que entronizó a Alfonso, quiso separar a la joven Isabel de sus damas. La Bobadilla impuso su voluntad y logró que la corte del rey acogiera a las cinco damas de la futura reina en la corte real.
Villena luego sería el envenenador directo del joven rey Alfonso (un pongo y quito rey a mi antojo; muy en contrario a Du Guesclin), que curiosamente llevaría a Isabel a ser proclamada, en el llamado Pacto de Guisando, como heredera legítima al reino de Castilla. Y de nuevo la posición de la Bobadilla y, en este caso, de su marido como poseedor del Alcázar de Segovia y de su tesoro serían determinantes. La Bobadilla supo maniobrar para que su marido, hostigado de nuevo por Villena, no entregara el tesoro y la plaza a Enrique IV, sino a los recién matrimoniados Isabel y Fernando. Lo que a la postre resultaría definitivo en la guerra civil entre Isabel y Juana la Beltraneja, y en el posterior ascenso de Isabel al trono castellano.
Fue una joven viva y despierta, una mujer de las de armas tomar, fino olfato político y firme carácter
Es famoso, porque incluso ha quedado en la retina de quienes un día siguieron la serie televisiva dedicada a la reina Católica, el episodio en Granada, durante la guerra, en el que un moro renegón asaltó y asestó varias puñaladas a la Bobadilla, al confundirla con la reina. Y de aquella también salió victoriosa y casi indemne nuestra protagonista. El destino estaba escrito. No está, sin embargo, documentado, que fuera la Bobadilla quien animara a su reina a creer en la loca aventura de un marino genovés que decía que a las Indias y a Cipango se podía llegar navegando hacia el oeste. Pero es más que probable que la reina consultara con su mano derecha -a quien llamaba siempre su ‘hija marquesa’, según refiere el cronista real Fernández de Oviedo- el asunto, antes de tomar la decisión que cambiaría el mundo, por más que algunos ignorantes hoy clamen contra la hazaña colombina.
Y en fin, que hasta su muerte, acaecida en Madrid en 1511, ya fallecida la mujer que la había colmado de gracias por ser ambas almas de un mismo almario, siguió siendo la Bobadilla el sostén principal de la llamada Casa de la Reina, el consejo áulico del que la Católica tantas veces había echado mano para llegar a ser la primera reina de España.
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