Artes&Letras / Libros

Antonio Gamoneda: memoria de «extraños recuerdos»

Transcurridos once años de la publicación de la primera parte de sus memorias aparece «La pobreza», que recoge sus recuerdos desde la adolescencia hasta la actualidad

BRUNO MARCOS

U n armario lleno de sombra, la primera parte de las memorias de Antonio Gamoneda, comienza cuando el autor abre el armario de su madre recién fallecida y su olor hace despertar en él los recuerdos que dan pie a la exploración del pasado familiar, sobre todo a la búsqueda del padre, muerto cuando él tenía un año y hallado en el único poemario que este escribiera y que le sirvió para aprender a leer con las escuelas cerradas por la guerra civil. Al cumplir catorce años Gamoneda entró a trabajar de meritorio en el Banco Mercantil de León y en ese punto finaliza el libro. Abrochada así su etapa inicial con la clausura de su infancia quedaba un reto importante para el escritor obligado a plasmar en la segunda parte un periodo mucho más extenso y diverso. Gamoneda ha dado solución a esa labor narrativa haciendo convivir en este tomo, que aparece ahora con el título de La pobreza, escritos de distinta naturaleza, memorias pero también un extenso diario de escritura, apuntes ensayísticos y entradas de dietario.

La dilatación del proceso creativo -once años- en la redacción de la actual entrega de la historia de su vida probablemente se haya debido a las dudas que el autor ha tenido ante las diferencias de ambas partes. Tantas han sido estas que han obrado un muy largo preámbulo que habla exhaustivamente de la elaboración del texto, un diario de la propia escritura que incluye la explicación de sus arrepentimientos, la noticia de las versiones que destruyó o la preocupación por las confesiones que podían causar dolor.

El largo preámbulo constituye un diario de la propia escritura, con sus arrepentimientos

Las memorias, pues, no empiezan donde habían quedado hasta la página 124. De ahí en adelante el autor describe la vida en un banco de una ciudad de provincias en la primera posguerra, una posguerra que se ve a través de las percepciones de un adolescente narradas desde la perspectiva y el recuerdo de un poeta anciano. Aquí retrata Gamoneda a los empleados componiendo un friso de personajes dispares que son un muestrario humano de la vida que le esperaba. Usa a veces el esperpento para dibujar una sociedad que se adentraba en la falsificación de la vida, como cuando recuerda la procesión de prostitutas que pasaba rozando los ventanales del banco de camino al mensual examen en el Instituto de Higiene. Los relatos de lo terrible siguen apareciendo con ecos de la guerra reciente, como el del mutilado comandante Navas, familiar que le procuró el puesto de meritorio, del cual se dice que dictaba condenas de muerte a pesar de quedarse dormido en los juicios frente a una botella de coñac. Hay también párrafos de fuerte simbolismo como aquel en el que se describe cómo el niño, que tenía que encender la calefacción del banco a las cinco de la mañana, descubrió la experiencia estética un amanecer mientras el riego de la calle hacía espejear una ciudad doble e invertida en el asfalto.

Este tramo del libro es el que constituye el núcleo del tomo, ya que luego el discurso se dispersa y salta de un momento a otro, hacia atrás y hacia delante en el tiempo, siguiendo el devenir mental del autor que introduce las digresiones con las figuras del entresueño y lo fantasmal. En algunas ocasiones presenta relatos muy nítidos, como el de una excursión que hizo a pie y en solitario por el paisaje natural de la montaña leonesa quedando confinado cerca del pueblo de Caín un par de jornadas ante la sospecha de que fuera un maquis. Resulta sorprendente, revelador e interesante lo que recoge sobre la entrevista que mantuvo con el psiquiatra Castilla del Pino, quien le recomendó para curar su depresión que no escribiera poesía: «Piensas más en la muerte que en la vida. Si rompes ese hábito te librarás del castigo que en forma de depresión te autoinfliges». Anota también Gamoneda la práctica picaresca que puso en marcha en cooperación con Ramón Marquínez para ganar a medias premios poéticos en diversos juegos florales que debía recoger el amigo provisto de esmoquin, actos que el ahora premio Cervantes justifica con la necesidad material que padecían. Este detalle y otros, como las envidias dentro del propio clero hacia González de Lama, la laxa formación que recibía a distancia en un hermoso instituto luego derruido por el sacerdote que lo dirigía para eliminar la imaginaria causa del reúma que padecía, o el concurso amañado para cubrir su plaza en los servicios culturales de la Diputación, van impregnando todos los niveles que describe de mezquindad, de la «mentira» que también poetizaría, una mentira que además de asentada en las instituciones aparece interiorizada en los individuos.

Ha querido Gamoneda hacer una extensa galería de retratos en los que muchas veces añade el certificado de defunción del retratado, lo cual va pintando un cuadro estático, parado en el tiempo, del cual su voz se convierte en testimonio. Ha empleado en estos retratos unas veces la ironía afectuosa y otras el análisis más hondo, pero a todos ellos dedica pocas páginas en comparación con las que concede a Jorge Pedrero, un pintor y vidriero de condición humilde que causó sobre él un magnetismo poderoso hasta el punto de considerarlo su verdadero maestro, quien le hizo percibir la «estética de la pobreza» en una «fraternidad sin esperanza». Pedrero fue «el vigilante de la nieve». A partir de él y de otras personas que aparecen en las tertulias de la biblioteca Azcárate de la Fundación Sierra Pambley se presentan varios episodios de militancia política contra el franquismo en una sucesión de estampas que se limitan a narrar ciertos encuentros clandestinos sin consecuencias.

La pobreza es, en definitiva, un libro muy distinto a Un armario lleno de sombra. Además de haber transcurrido más de una década entre ambas entregas, los contenidos de cada libro se distancian en cuanto a extensión y hechos personales e históricos. En el primero se produce un magnífico relato personal construido como drama con la guerra civil como telón de fondo y en el segundo hay una fragmentación mayor que recoge un periodo de paralización como fue la posguerra seguido de un tiempo de normalización que llegó con la transición y la democracia, etapas, acontecimientos históricos, sociales y personales que conducen a experiencias lectoras diferentes.

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