Artes&Letras / Libros
Antonio Gamoneda, raíces del sentimiento
El poeta y premio Cervantes escribe «de un tiempo y una pobreza» sin realismo exacerbado, entre recuerdos de nombres señeros y amigos inolvidables
En 2009, Antonio Gamoneda publica Un armario lleno de sombras y, ahora, La pobreza, con un aire desolado: «Este relato incomprensible es lo que queda de nosotros», escribe.No hay mejor forma estética para la expresión vital que las memorias, formato de las presentes confesiones.
Late en las páginas una duda poética, «¿para qué y para quién quiero escribir?». Se nota cierto temor del mundo externo: «Las combustiones urbanas. Los residuos se dan ligados a hidrocarburos y monóxidos, y se adhieren a la madera en una película aparentemente discreta; suave, si no mostrase la violencia menuda de sus gránulos». Es una alegoría de lo soñado, de momentos, sin las marcas del vivir. Las líneas marcan su ritmo, pero no siempre ofrecen su contenido verdadero. La objetividad parece innecesaria. Estamos ante la creación, con un «arca arrinconada», símbolo del pasado y del mundo. El fenómeno de las memorias tuvo su precedente en Un armario de sombras. Tal vez allí nació su vocación por ella. Su advertencia es sincera y afectiva: «Yo no voy a mentir, pero el silencio puede ser una impostura. No sé bien cuándo la mentira lo es realmente».
La escritura es un fondo de motivos humanos, en el que coincide la creación con la amistad: «Dejo colgadas mis razones. Voy a empezar mis memorias».
Ahí están las casi cuatrocientas páginas de La pobreza. No hay realismo exacerbado en el relato ni en su persona. Es una vida que empieza, con su trabajo en el Banco Mercantil en una ciudad de provincias: «Estoy escribiendo de un tiempo y de una pobreza. Lo hago relatando mi experiencia y anotando hechos aparentemente menores». A este nacimiento a la vida laboral lo acompañarán diversos elementos de hondo saber: La Biblioteca Azcárate, el Instituto Padre Isla y su director y sobre, todo, Espadaña, dirigida con el alma y el fervor por don Antonio González de Lama. Sobre su muerte, Antonio Gamoneda escribe páginas estremecedoras. Y hay que recordar la entrega invariable a la poesía y la pintura, como testimonio de su sensibilidad y cultura.
«Yo no voy a mentir, pero el silencio puede ser una impostura», advierte el autor
Aparecen nombres señeros, pero alguno de ellos, como Jorge Pedrero, amigo inolvidable. Pedrero, a quien el lector conoce por la visita del autor a su recinto. Dado su aspecto escalofriante, no debemos referir la escena, basten las palabras finales: «Ya sentado, mirándome, marcando más la sonrisa, Jorge habló: ‘¿Te traigo?’». Es triste la respuesta del poeta: «Me levanté y le pegué. Tardé en enterarme de lo que había hecho. Jorge siguió sentado, mirándome y sonriendo (…). Sin apresurarse, sin acritud, dijo una palabra: ‘Cobarde’». Tenía en él la marca invariable. Es uno de los ejemplos humanos de personajes que se arrastran por la vida, a los que Gamoneda siempre dio la mano.
La ciudad parece invariable: «León crecía, pero seguía siendo una ciudad pequeña en la que los adictos contrarios se miraban con recelo». Junto al devenir humano, hay que recordar el mundo del sueño, no siempre motivo de descanso, sino de misteriosa inspiración.
En el libro queda de manifiesto la relación personal con el mundo de la pintura y con los poetas de su generación y de los actuales.
Al final, nos quedan los motivos, entre ellos los referidos a la familia: «Confío en que Amelia no trate de competir con ella misma para superarse». Da alegría leer la referencia: «Ana, Ángeles, Amelia. No les pedí permiso para ponerlas en la vida. Espero que ninguna se vea obligada a perdonarme». Nos llega de imagen de la muerte de muchos personajes, como es el caso de Jorge: «Pasó el tiempo y murió Jorge. Las incógnitas quedaron en el aire y dejé de pensarlas».
Queda el apéndice, con una precisa observación: «Textos referibles a hechos y nociones que figuran en el literal de La pobreza». Pretenden tener un valor y una función semejante al bibliográfico o de consulta. El apéndice incluye los discursos que Antonio Gamoneda pronunció al recibir los premios Cervantes, Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2006), Premio Europeo de Literatura (2005) y nombramiento como doctor honoris causa en Rumanía en 2015.
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