«Subimos las escaleras a oscuras, con una bombona de oxígeno y una mascarilla parcheada con esparadrapo»
Los guardias civiles Antonio y Juárez rescataron a cuatro personas de un incendio en un bloque de viviendas de Oropesa
Antonio (56 años) y Juárez (47) llevan en Oropesa (Toledo) casi más tiempo que el parador de turismo, donde trabaja la mujer del primero. Además, desde este miércoles, sus casi 3.000 habitantes los han puesto en un pedestal, casi como a la Virgen del Pilar, patrona de la Guardia Civil. Porque Antonio y Juárez son miembros del benemérito cuerpo, donde llevan un puñado de años: el primero, treinta y tantos; el segundo, dos décadas.
Juárez y Antonio -tanto monta, monta tanto- atienden la llamada de ABC 18 horas después de haber rescatado a cuatro personas de un incendio en un bloque de pisos del pueblo y haber puesto a salvo a una decena de sus vecinos. «No creemos que merezca tanto como una medalla», dice Antonio, que en octubre se podría haber jubilado.
El miércoles, esta pareja de guardias civiles llevaba tres horas patrullando cuando, a la 1:35 de la madrugada, la central les avisó de un incendio: en una vivienda de la calle Las Monjas, 50, subiendo por la carretera a la plaza del pueblo. Tardaron un plisplás en llegar al bloque de pisos , de tres alturas, mientras los bomberos de Belvís de la Jara, Talavera de la Reina y Santa Olalla iban de camino: «Nos encontramos a gente fuera caminando de un lado para otro, entrando y saliendo del edificio. Pusimos orden y advertimos a los vecinos que no podían estar dentro del bloque por el fuego. Nos dijeron que estaban todos en la calle, aunque nos aseguramos de que nadie había dentro, por lo que fuimos puerta por puerta».
Las llamas se habían producido en el salón de una vivienda de la primera planta, posiblemente por un cortocircuito en un árbol de Navidad. Todo estaba oscuro y los dos agentes se alumbraban con sus linternas, pero sólo podían hacerlo en los primeros tramos; el resto, a tientas. «En la primera planta, al lado del piso donde estaban las llamas, la puerta de la otra vivienda estaba cerrada. Nos habían dicho que estaba vacía, que el señor estaba en Madrid, pero nosotros aporreamos la puerta con las manos y las piernas, casi la tiramos. Entonces nos abrió un hombre medio desnudo y asustado porque le habíamos despertado y no sabía que había un incendio en el edificio. Le dijimos que corriera para abajo».
Antonio y Juárez cerraron la puerta del piso donde estaba el incendio y volvieron a la calle. Entonces les informaron de que había una familia en el tercero, un padre y sus dos hijos -una niña de 9 y un niño de 5-. Llegar a ella era el objetivo final de los dos agentes, que pidieron a los moradores que salieran al balcón. «Arroparos bien, que los bomberos llegan ya», les gritaban desde la calle.
El apaño que les dio oxígeno
Era imposible llegar a ellos sin oxígeno a partir de la primera planta por la cantidad de humo negro en la escalera. Entonces, a los guardias se les ocurrió ir al centro médico, a unos doscientos metros, que está abierto las 24 horas. Juárez fue a la carrera y cogió una bombona de oxígeno y una mascarilla con rejillas. Volvió al incendio, pero los dos agentes se encontraron con un problema: les entraba en los pulmones más humo que oxígeno. Echaron de maña y allí mismo hicieron un apaño: taparon las rejillas con unos esparadrapos que les facilitó el equipo médico que había llegado, lo que les permitió respirar más oxígeno que humo. «Nos íbamos turnando la mascarilla. Cogíamos oxígeno y hacíamos un tramo de escalera para llegar al tercero. Pero todo esto sin pensarlo mucho. Si lo pensamos, no lo hacemos» .
Según subían a oscuras y a tientas, porque las linternas ya no alumbraban, Juárez y Antonio iban rompiendo las ventanas de los descansillos. Provocaron así el efecto chimenea y la escalera se fue liberando del denso humo negro. Así llegaron hasta el piso donde se encontraba atrapada la familia en el balcón. Había pasado media hora. «Aporreamos la puerta, pero no nos oían. Por eso avisamos por teléfono a un compañero que estaba abajo para que los avisaran. Nos abrieron la puerta y cogimos a los críos». Juárez pilló al más pequeño de los menores, que lo tapó con una manta; Antonio, a la niña, y con el padre corrieron todos juntos escaleras abajo, ya con el camino bastante despejado de humo.
Aparecieron en la calle entre los camiones de los bomberos, que acababan de llegar y que se encargaron de apagar el incendio y poner el broche a esta historia con un final feliz a las puertas de la Navidad .
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