Sevillanía torera pura en el 800 aniversario de Añover de Tajo

Cayetano obtuvo tres orejas, Morante de la Puebla dos y una Pablo Aguado

Mario Gómez

El 800 aniversario de la fundación de Añover de Tajo merecía que, una villa tan taurina, tuviera un cartel con los máximos exponentes. Así lo demostró el coqueto coso toledano que vistió sus mejores galas para acoger a una de las ternas con más alicientes de cuantas pueden vislumbrarse en el orbe taurino.

Morante no necesita presentación, pero si la necesitase, su montera calada en el patio de caballos y su cuajado vestido en terciopelo mostaza hacían retrotraer a una época de toreo antiguo, en las que los matadores arrastraban fervores y en las que las broncas, como la de su primero, también son toreras. Cayetano es látigo y seda, Rivera y Ordóñez y quien da todo lo que tiene y no se deja nada en el hotel poco se le puede reprochar; al igual que Pablo Aguado, llamado y quién sabe si elegido a ocupar el trono sevillano y que con un toreo vertical y con la yema de los dedos capta adeptos a la rapidez que sus muñecas embarcan suavemente las embestidas.

Confió el Ayuntamiento en el aroma sevillano para conmemorar la efeméride en el coqueto coso encalado y de color albero.

Entre tanto salió el primero, un bonito cuatreño de Luis Algarra Polera, que tuvo de armónico lo mismo que de justo de fuerzas, que no era poco. Se vivió un silencio cuasi maestrante cuando Morante se abrió de capote. Blandeó y la gente protestó . Una estampa gallista dejó el cigarrero brazos en jarra viendo un tercio de banderillas que se convirtió en mero trámite. La espera de la ilusión y la desilusión. Pues después de la una vino la otra, cuando cogió la pañosa y ante un inválido no quiso darse coba ni ahondar en un pozo que sabía que no tenía agua ni lucimiento. Dos por alto, tres a media altura y un abaniqueo por la cara. Entró a matar y la gente, entre incredulidad y bronca, se lo reprochó con algunos pitos.

Al cuarto lo recibió con ganas. Dejó detalles con el capote, la suavidad pareció ser la medicina ante un animal que tenía condiciones, pero no demasiada duración. Pronto se vino abajo y José Antonio quiso hacer faena con una exquisita suavidad solo comparable con el terciopelo de su chaquetilla. No había más, pero quiso Morante no defraudar a cuantos profesan el morantismo y cuando mejor estaba sufrió una aparatosa voltereta que le hizo caer de cabeza al albero . Se levantó espoleado y recetó un ramillete rodilla en tierra que levantó al respetable de sus localidades. El morantismo vive y procesiona no solo en Semana Santa, sino allá donde José Antonio se acartela. Mató despacio, haciendo perfectamente la suerte, marcando los tiempos. Dejó una estocada hasta los gavilanes y recibió un doble trofeo que elevó como eucaristía entre las alabanzas de sus fieles . Era víspera de Domingo de Ramos y Morante había sentado cátedra; no por la vía del arte, sino por la de la raza.

Cayetano hizo gala de su sangre . Bendita la rama que al tronco sale y para el madrileño llevar sangre Rivera y Ordóñez debe ser espoleante para en una misma faena combinar ambos registros. Ante el segundo, buscó ahormar las embestidas ante un animal abanto. Muy comprometido, se sentó en el estribo para torear a dos manos en la distancia corta. Vio que no rompía del todo hacia adelante y optó por echarse de rodillas para corresponder a la entrega de los aficionados. Dio la cara de forma aguerrida como Rivera y con el más clásico toreo de Ordóñez . Toreo pausado y reposado a pies juntos en unos momentos y exponiendo y apretando en otros. Gustos aparte, Cayetano siempre responde. Hizo un esfuerzo en la corta distancia y a pesar de una espada que solo viajó a medias, paseó un trofeo por una faena boyante de entrega y aprovechamiento de un animal medio.

Al quinto lo recibió genuflexo y enfrontilado y asentado lo toreó con la muleta. Dio los tiempos que el animal requirió y aprovechó el material que tenía delante. Garra y empuje en los pases de pecho con los que recordó al malogrado Paquirri . Una estocada atravesada valió para que doblase su oponente y en el clamor de la tarde pasear un doble trofeo.

Pablo Aguado llegaba en buen aire tras el triunfo de Castellón . La afición toledana, ayuna del tipo de toreo que el sevillano instrumenta, quería volver a paladear una tauromaquia de suavidad, pecho de frente y yemas de los dedos en cada muletazo. Así respondió el espada en el saludo a su primero. Se atisbó lo que atesoran sus muñecas y con la muleta siguió por el mismo palo. Imagen vertical y encajada que hizo disfrutar a los presentes mientras que duró el de Algarra, que al igual que sus hermanos tuvo buenas intenciones, pero no demasiado fondo. Voluntad y desempeño que fue dado al traste con los aceros y dejó todo en ovación con saludos.

Ante el sexto quizá se vio la imagen más próxima a la plenitud de Aguado que se ha podido percibir en lo que va de temporada. Un capote lacio y un animal que perdía las manos. La suavidad y gusto de quien tiene la hierba en la boca dio por los suelos con las continuas pérdidas de manos del que cerraba el festejo. De este modo, solamente una faena de muleta a media altura pudo mantener con vida las esperanzas de quien anhelaba ver el toreo del sevillano. Se salió con garbo con tres muletazos por bajo hasta los medios, como prólogo de una faena de justa medida que estuvo cargada de emoción . Los tendidos se involucraron en el trasteo y un garboso final a pies juntos puso en sus manos un posible doble trofeo que cercenó el manejo de la espada dejando todo en una oreja. Un silencio sepulcral precedió un alarido desgarrador por el fallo. Aguado cayó de pie en el coso, a pesar de no poder refrendar el triunfo.

Morante abandonó el coso a pie por voluntad propia, Cayetano a hombros por méritos contraídos y Aguado por sus desavenencias con los aceros.

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