El palacio que alojará a peregrinos y viandantes
El proyecto de restauración contempla convertir el edificio del siglo XVIII, la Casa de las Torres en Tembleque, en una hospedería con 32 habitaciones
Los vecinos de Tembleque han recibido con alborozo la noticia del Plan Nacional de Turismo Xacobeo 21–22. Se trata de la Casa de las Torres, el majestuoso palacio del siglo XVIII que preside el antiguo Camino Real de Madrid desde las afueras del municipio toledano. Desde que la familia Fernández–Alejo dejara de habitarlo y pasara a propiedad estatal, interiores y techumbres se han ido deteriorando, resquebrajando y escombrando, sin que nadie pudiera evitarlo, debido a la inabarcable financiación que precisaban las reparaciones.
Hoy, la esperanza ha renacido en este pueblo de 2.000 habitantes, y el proyecto de restauración será cubierto en parte por una ayuda de 3,2 millones de euros que ha concedido el Ministerio de Industria, Comercio y Turismo, incluyendo otros municipios clave de los Caminos de Santiago. Tembleque acoge peregrinos desde tiempos inmemoriales , como demuestra por ejemplo el mapa trazado por Juan Pedro Villuga de 1546. Por sus calles pasan los caminos de Levante y Sureste que parten de Alicante y Murcia.
La ayuda del Plan Nacional irá destinada a rehabilitar y consolidar el palacio, divisando en un horizonte no muy lejano una hospedería de 32 habitaciones , cuyos bocetos ya están sobre la mesa. El alcalde del municipio, Jesús Fernández, adelanta que se hará previamente un «lavado de cara» que tendrá por misión atraer a nuevos inversores. Y en consecuencia, una importante ampliación en el equipamiento turístico de un municipio que recibe entre 16.000 y 17.000 visitantes al año, de los cuales el 25% son internacionales, indica Miguel de las Heras, concejal de Cultura.
Sello de credenciales
Los peregrinos que pasan por Tembleque, cuya credencial pueden sellar en sus iglesias o en la oficina de turismo, disponen de farmacias y casas rurales, pero no es raro verlos alojándose en hoteles, como ‘La Posada’, que recibe entre 30 y 40 peregrinos –de un total de 300 que cruzan al año el municipio, según el registro de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Villanueva de Bogas– cada mes de marzo, abril y mayo. Los demás viandantes vienen del Norte para adentrarse en tierras andaluzas, cuenta Francisco Cebrián, gerente del hotel.
Como huésped, el peregrino, debido a su pulcritud y su discreción, es bienvenido en los establecimientos hoteleros. Fernando Escribano, fiel aficionado al peregrinaje, subraya estas virtudes del peregrino, puesto que no ensucia, se acuesta temprano y abandona sin más el hotel hacia las siete u ocho de la mañana. En 2016 Escribano escogió la ruta del Levante para hacer su ‘Camino Solidario’, disfrutando de la oportunidad de ver una «total representación de España».
Ornamentación
Para imaginar sobre el terreno la futura casa de huéspedes, me cito en la entrada del palacio con el concejal de Cultura, que hará las funciones de guía. Mientras esperamos que nos traigan la llave, Miguel de las Heras hace una relación de la ornamentación y el simbolismo de la fachada principal. En su horizontalidad típica barroca, marcada por ventanas y cornisas, reparamos en el conjunto decorativo del portal, flanqueado por las dos columnas adosadas, cinceladas con ornamentación vegetal. Encima, sobre los capiteles, la balconada, de fina labor de rejería, ceñida por el frontispicio que contiene el escudo de armas de la familia, acompañado por dos carabelas, recuerdo del pasado indiano de su fundador, Antonio Fernández Alejo.
El barroco hispanoamericano creció en torno a dos focos: Perú y México, de la mano de una burguesía comercial floreciente que estrechó lazos entre Madrid y Sevilla y los territorios de ultramar. Fue en México donde prosperó este vendedor de libros, que llevó la religión, la filosofía, la literatura y la cultura a la población autóctona, y de México tomó probablemente el modelo para levantar su palacio.
La visita empieza en el patio central, renacentista, claustrado por arquerías de yeso, medallones y espaciosas crujías. Nos acercamos al brocal del aljibe, pieza en ochavo, de granito, tallado de una sola pieza, algo que tiene gran mérito según cuenta De las Heras. Reparamos en el vestíbulo, adornado con las peanas que sujetaron las esculturas que saludaban al visitante, hoy desaparecidas, por los numerosos saqueos que sufrió el edificio. Visitamos las antiguas cocinas y salas de invitados, inconfundibles por las chimeneas y el ambiente familiar que aún se percibe. Anexas a la casa, las caballerizas y los cobertizos, destechados y vencidos por la maleza, de gran amplitud para dar cabida a los labradores que venían de realizar las faenas del campo con sus carros de labor.
Subimos por unas angostas escaleras, agachando la cabeza para evitar los techos que han ido cediendo con el tiempo. Las galerías están abovedadas con un enfoscado blanco impoluto. Aquí debieron de estar colgados los retratos de indios mexicanos y las tablas de la escuela alemana que señaló el conde de Cedillo en su Catálogo Monumental. Accedemos a las habitaciones particulares, y al oratorio, pieza fastuosa, de base octogonal, con robustas pilastras marmóreas, de orden toscano y corinto, adosadas en las esquinas, que flanquean las hornacinas de las inexistentes imágenes religiosas, con una bóveda mudéjar de tracería, hecha de madera, la madera que trajo Fernández–Alejo de los aserradores mexicanos, también para fabricar los artesonados y las puertas, algunas de las cuales están en pie.
En este nivel encontramos la escalera principal, de generosos peldaños, aunque impracticable por los desprendimientos. Consta de tres tramos y eldescansillo, disposición típica de la famosa escalera imperial hispana que proliferó en la arquitectura religiosa y civil de la época. La ventana deja entrar la luz solar que resalta la blancura de sus paredes y sus molduras. En el techo se aprecia el encaje de la gran lámpara que en los atardeceres debió arrojar por doquier sus haces de luz.
Panorámica del pueblo
Desde las torres vemos las más altas perspectivas que se pueden obtener del pueblo. En la parte de atrás un parque, con árboles, farolas y una fuente, afable recuerdo de las zonas ajardinadas que rodearon al palacio.
También, al otro lado de la calle, viviendas que fueron casas de campo –recuerdo que estamos en las antiguas afueras–, cuadradas con patio central, de las más grandes que hay en la actualidad, dependientes de los antiguos moradores del palacio. En el nivel del tejado nos adentramos por un dédalo de buhardillas y pasadizos, donde falta la luz –el concejal comenta que algunos años el palacio lo utilizó el Ayuntamiento de forma lúdica como ‘Casa del Terror’–. Los muros, espesamente enfoscados, albergaban las despensas y las vinaterías, con unas repisas mordidas donde se dejaban las tinajas con el zumo de uva en su interior, aprovechando el refrigerio de estos sombríos rincones.
Acabamos la visita en una de las torres de este impresionante edificio, y siguiendo con la vista los tejados, reparamos en la torre frontera y en el pináculo que sujeta el nido de cigüeñas. La madre, y los tres cigoñinos, advierten nuestra presencia, alzan la cabeza y se ponen vigilantes. Estas aves son las únicas inquilinas del palacio que quedan, aunque ya se han ganado el derecho de residencia, pues están protegidas, y lo seguirán estando, por lo que es muy probable que sean las primeras en admirar la hospedería ya terminada.
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