¡Ojo, lluvia!: «Desde la riada, no duermes»
En apenas 40 metros, ABC recoge el testimonio de vecinos de una calle de Cobisa a los que la DANA del primer día de septiembre les ha marcado económica y psicológicamente
Estas son las zonas donde más lloverá por la DANA
Los ojos de Ana se cristalizan cuando recuerda la cantidad de gente, mucha de ellas desconocida y en algunos casos enferma, que pasó por su casa después de la riada que se llevó por delante media vida en la planta baja de su chalé unifamiliar. «Algunos días, más de quince personas. Iban y venían a las casas según las necesidades del día a día. Si algo bueno hay que sacar de esto, es la humanidad de las personas. Aquí la gente venía remangada, con cubos, con palas, con lo que hiciera falta», relata esta mujer pizpireta, que recuerda el olor a pozo en el ambiente varios días después de la trágica jornada.
Su familia vive en la calle de Ricardo Díaz Sáez, una de las más golpeadas en Cobisa (Toledo) por la DANA del 1 de septiembre. «Nunca olvidaré el día, me incorporé al trabajo por la mañana, pero por la tarde vino la riada». Ana es maestra de escuela desde hace más de tres décadas y ahora está de baja médica por los efectos psicológicos provocados por esa depresión atmosférica aislada. «Salvo por los embarazos de mis dos hijas, ha sido la primera baja laboral en mi carrera profesional -cuenta-. Fui con la verdad por delante».
Los médicos le dijeron que lo necesitaba. «En el cole debes estar al cien por cien. Y la cabeza no estaba en lo que tenía que estar. Es muy duro psicológicamente; con esta desgracia tienes que estar en un millón de cosas y las personas tenemos un límite». Ahora que se ha recuperado, más o menos, del tremendo varapalo de la riada del primero de septiembre, volverá al aula esta semana que entra.
A pesar de la adversidad, de haber tenido que caminar con el agua hasta la cintura por su casa, Ana no pierde el buen humor. Para contarte que tendrá que comprar otra lavadora porque se le acaba de romper la que tenía, echa mano de un refrán sobre una vaca, la leche y los cuernos. Y eso que ya se ha hecho a la idea de que el Consorcio de Compensación de Seguros no les traerá regalos. «Dos personas del consorcio que venían de Vigo estuvieron el lunes y me pusieron un ejemplo. Con el seguro que tenemos, si los daños fuesen de 72.000 euros, podríamos recuperar unos 12.000. Más claro, imposible. Me dijeron también que, para tener unos daños muy cubiertos, habría que pagar un mínimo de 700 euros al año y un máximo de unos 2.000. ¿Quién paga un seguro así? », se pregunta. «Yo no conozco a nadie».
Pero Ana sí sabe de vecinos que, debido a un ERTE, no habían renovado el seguro de la casa el día antes de la riada porque no podían hacer frente a su pago.
Sacos de tierra en la puerta
No hace falta recorrer más de 40 metros de la calle de Ricardo Díaz Sáez para palpar el recelo con el que los vecinos afrontan desde el 1 de septiembre de 2021 el anuncio de lluvias fuertes en la zona, como ha sucedido esta semana.
Luis, un jubilado que vive enfrente de Ana, colocó unos sacos de arena plastificados, a modo de trinchera, en el acceso a su garaje y en la puerta exterior por lo que pudiera ocurrir. «Los puse el domingo por si venía algo parecido a la riada del otro día», explica el propietario ‘La bohème’, como se puede leer en una pieza cerámica en la puerta de entrada a su casa, también de dos plantas.
Luis durmió «de esa manera» la noche del martes al miércoles pasados. Quizá algo mejor que Víctor, que reside un poco más abajo. «La nube del pasado martes duró diez minutos;si dura veinte, se pasa el agua otra vez», asegura este jubilado en la calle mientras señala con un dedo la altura que alcanzó el agua, que estuvo a punto de rebosar las aceras.
Afirma que esa noche no durmió. «Y eso que fue una nube normal, no lo que cayó días atrás», tercia su vecino Ángel, también jubilado y a quien siempre le han dado pavor las tormentas. «Cuando me preguntaban, respondía que uno no sabe lo que puede pasar. He sufrido muchas tormentas, pero como la del 1 de septiembre, ninguna».
Víctor es de abrir el ojo a las siete de la mañana, pero la madrugada del miércoles se despertó a las dos y se desveló. «Desde que ha pasado esto, no duermes», concluye este antiguo empleado de la Fábrica de Armas de Toledo. «Vemos las nubes y te pones nervioso; ves a la gente quitar los coches de la calle y subirlos a lugares más altos» , describe Ángel, que no pierde el buen humor a pesar de todos los recuerdos que se ha llevado el lodazal.
«¡Qué viene a por nosotros!»
Víctor ha perdido un coche, «siniestro total» y tiene destrozada la planta baja, donde pasaba todo el día entre sus 90 metros cuadrados. Dentro del garaje, una grieta ha partido una pared en dos.
En su casa la lengua de barro alcanzó una altura de 116 centímetros el día de la riada. Él estaba en la planta baja recogiendo con una fregona cuando, de repente, el agua le llegó a la rodilla. «Entonces dije a mi mujer: ‘¡Vámonos de aquí, que esto viene a por nosotros!’ Subimos por las escaleras a la primera planta y me acordé de mi perro, Yoko, al llegar al último escalón. Bajé y el animal, un pinscher que era muy bueno, se había ahogado. El agua me llegaba por el pecho», se señala.
«Psicológicamente, te da muy fuerte», reconoce este pintor aficionado, que ha perdido su estudio, sus cuadros y unos 300 libros sobre temas toledanos. «Estas aguadas -una técnica pictórica-no las voy a tirar; intentaré rehacerlas», cuenta mientras mira unas fotografías antiguas que ha puesto a secar.
Arreglar los desperfectos le costaría un riñón: 90.000 euros, según un presupuesto que le han dado. Es casi la mitad del dinero que se gastó hace 10 años en acondicionar toda la planta baja. «Hemos perdido hasta la pellica. Si arreglo el suelo, levanto un tabique y juego al tenis, que soy aficionado», dice medio en broma, medio en serio.
Pero no se olvida de lo más importante:«Hemos estado a punto de morir alguna persona. Si la tormenta del 1 de septiembre nos pilla por la noche... Algunas veces se queda mi nieto pequeño durmiendo aquí, en una camita supletoria que teníamos. Si a mí me pilla ahí...».
«El seguro no nos dice nada, de momento», contesta Ángel, que echa en falta la presencia de los arquitectos y de los aparejadores municipales en su casa mientras camina hacia el chalé de su hija, Ana, que vive enfrente de Víctor desde hace diez años.
El Ayuntamiento de Cobisa, que ha calculado en unos 500.000 euros sólo los daños en los servicios municipales, ha colocado un contedor junto a la finca de ella, que no tiene muro porque la riada lo destruyó.
El agua causó tantos destrozos fuera como dentro. Lo que fue una cocina parece ahora una habitación de un lugar en guerra, como si hubiera estado abandonada durante décadas, como si estuviera en obras todavía. «¡Qué barbaridad!», exclama el periodista al entrar. Y se hace el silencio. «Encima nos han robado. Una thermomix, un ordenador, una cafetera,... que estaban en el garaje» , enumera Ángel. Porque el muro que ya no existe ha sido sustituido, provisionalmente, por un alambrado.
La cocina está vacía de cualquier atisbo, salvo los tubos de desagüe de algún electrodoméstico. Todavía queda barro y un cepillo rojo apoyado en la pared espera que alguien continúe con la limpieza. Porque en esta casa hay trabajo para rato, y eso que llevan ya más de dos semanas doblando el lomo.
Junto a la cocina hay una habitación que fue un salón con una librería toda llena de libros. «Los hemos tirado todos», se lamenta Ana, que hacía su vida en la planta baja, la que tenía acondicionada. Ahora esta mujer de 37 años duerme en casa de sus padres mientras limpia a diario un recinto en unas condiciones difíciles de describir con palabras.
«¿Sabes tú algo de los seguros?» . Ana responde así a la pregunta del periodista, que niega con la cabeza. Como su padre, como su tocaya de enfrente o como Víctor, Ana tendrá que reunir documentación, fotografías y presupuestos para que el Consorcio de Compensación de Seguros le pague algo. «Hay cosas que no han aparecido», tercia mientras su amigo Óscar muestra un vídeo del río de lodazal y aguas bravas que fue la calle de Ricardo Díaz Sáez la tarde del 1 de septiembre. Pavor. «Aquí había un cerramiento y el agua reventó la puerta», asegura Óscar, aunque por un momento uno duda de que en ese lugar hubiera habido una puerta porque no queda ni rastro.
«¿Se te ocurre alguna solución para evitar inundaciones?» , cuestiono a Ana. «Pregunta al alcalde, al ayuntamiento, yo no lo sé», responde. «¿Y has pensado en marcharte a otro lugar más seguro, como piensan algunos vecinos?». «No», sentencia. «Llevo toda la vida viviendo en Cobisa y en esta zona nunca nos había pasado esto. El agua no me había pasado ni a la puerta. Cuando llovía, bajaba por la calle, pero no entraba en las casas». Hasta que el 1 de septiembre una tormenta les cambió la vida en la calle de Ricardo Díaz Sáez. Ahora a las administraciones les toca mover ficha.
Noticias relacionadas