José Rosell Villasevil - SENCILLAMENTE CERVANTES (XI)

Las primeras letras

No fue Miguel, afortunadamente, el niño prodigio que se viese puesto en situación propicia de venir a ser atracción de feria.

Por José ROSELL VILLASEVIL

No fue Miguel, afortunadamente, el niño prodigio que se viese puesto en situación propicia de venir a ser atracción de feria. Es el muchacho normal, alegre, travieso y vitalista cuya única precocidad consistió en poseer un agudo sentido de la observación. Esto es lo que le hizo archivar en su memoria prodigiosa, las escenas más tristes y los más trágicos momentos que hubo de pasar junto a su desafortunada familia.

¿Sería este el desencadenante etiológico de la disfemia o tartamudez que afectara a su «pico» a todo lo largo de su fabulosa existencia?

Sesenta años más tarde, nos dice en el Prólogo de sus «Novelas Ejemplares»: «Será forzoso valerme por mi «pico», que, aunque«tartamudo», no lo será para decir verdades».

Tengo la seguridad plena de que las primeras letras, las aprendió Miguel en la pedagogía amorosa de su santa madre, doña Leonor, quien no consentiría que ninguno de sus hijos fuese analfabeto, ya varón o ya hembra. Notable contraste con el analfabetismo endémico de la época , que, en el caso de la mujer, era enorme en todos los estratos sociales; bástenos como ejemplo, el caso concreto de doña Leonor de Torreblanca, la abuela paterna, que siendo hija y nieta de médicos, y esposa de un letrado, iletrada fuese ella.

Por entonces había abierto escuela de primaria, en Córdoba, A lonso de Vieras , hijo de Gonzalo Cervantes y de Beatriz de Vieras, parientes transversales originarios de Granada, donde habían sido, por tradición, maestros cantores en la catedral, cuyo traslado a la capital de los Califas se debe, al haber ganado plaza (más ventajosa) en la monumental, otrora gloria universal islámica de las mezquitas.

Felices días aquellos de la vital niñez de Cervantes , ahora que no falta el pan en casa, alternando en la escuela, en las calles, plazas y arrabales de la ciudad risueña, con buen número de muchachos de su edad, geniales luego algunos, y que fueron sus amigos de por vida.

Entre ellos estaba el entrañable Tomas Gutiérrez; Alonso de Cervantes Sotomayor; Gonzalo de Saavedra de quien toma, por admiración, el segundo apellido; Juan Gutiérrez , que luego lo cambiase por Juan Rufo; Juan de Castilla y Arguallo, o Gonzalo Gutiérrez Luque...

El caldo de cultivo es óptimo para que se vaaya nutriendo de belleeza la tierna mentalidad del futuro prohombre.

Cuando, ya en los últimos pasos de su vida, Miguel escribe las páginas irrepetibles de la Segunda parte del Quijot e, revelándosele en el pensamiento las imagenes de su intensa biografía, se viene a dar cuenta de que, tanto en su niñez como en su adolescencia, y luego en su madurez, Dios le había regalado las ocasiones más enjundiosas para que pueda alcanzar un ministerio altamente privilegiado: la cátedra de la multicultura popular. Y plasma como icono y guiño chispeante, con dos o tres pinceladas, a la gentil y efímera Casildea de Vandalia...

Sin estas experiencias del viejo«al-Ándalus», junto con las de Argel, de Toledo y las de Esquivias, Miguel de Cervantes no hubiera podido pisar nunca los dorados reinos de la Inmortalidad.

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