Toledo, crónica de una pandemia
«El álbum del coronavirus» relata con imágenes la vida de una ciudad en Estado de Alarma
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Desde el pasado 14 de marzo el diario ABC de Toledo ha publicado en su edición de papel «El álbum del coronavirus », una sección eminentemente gráfica que daba cuenta del insólito escenario en que la ciudad se convirtió tras decretarse el Estado de Alarma. Más de 130 imágenes y textos se han sucedido sin descanso en las páginas del diario, que, día tras día, llegaba de madrugada a los quioscos, -sector junto al de los periodistas catalogado de esencial-, durante el largo confinamiento por la pandemia.
En mis salidas diarias hacia la redacción de ABC, cuyos balcones se asoman a la Plaza de Zocodover, comencé a desviar mis pasos por diversos itinerarios para captar con la cámara del móvil lo que ocurría en la ciudad , y también lo que no ocurría, ya que la soledad ensombreció el bullicioso escenario de la vida urbana y las calles y plazas aparecían desiertas. Los parques se cerraron, y en la Vega el tiovivo quedó cercado por un cordon policial. La vida se vivía en los balcones y todas las tardes, a las ocho, resonaban los aplausos de los vecinos aún incrédulos de lo que estaba pasando.
Se clausuró también el cementerio municipal y la presencia del Ejército empezó a ser habitual mientras el carnicero con mascarilla veía pasar por su ventana los camiones de la UME. Extraños seres con escafandra desinfectaban las calles y en el estanco podías encontrarte con un bombero enmascarado que volvía de la casa de una anciana víctima del Covid-19. Porque muchas personas mayores perdieron la vida en las primeras semanas de la pandemia y en los balcones se colgaron negros crespones.
Quedaron suspendidas todas las celebraciones, como la Semana Santa, y un sacerdote recorrió las calles desiertas de un pueblo con el Lignum Crucis en sus manos, escoltado por un coche policial. Los turistas que fotografiaban la estatua de Cervantes se esfumaron del Casco Histórico para no volver, como las risas de los niños, encerrados en casa. Y en los quirófanos, extenuados y enfermos, los sanitarios luchaban contra un virus desconocido que se expandía sin tregua. La ciudad se cerró y los controles policiales en las salidas vigilaban a todo presunto fugitivo.
Poco a poco, comenzó la desescalada. A las seis semanas salieron los niños, luego los ancianos y el resto de la población. Las terrazas de los bares congregan ahora la contenida represión del ocio y las tiendas despiertan tímidamente del cierre obligado. Las calles ya están habitadas por rostros con mascarilla y todos esperan la llegada de la vieja normalidad . Es hora de cerrar «El álbum del coronavirus».
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