Toledo como nunca se ha visto
Durante seis largas semanas la Ciudad de las Tres Culturas ha permanecido desierta, como un decorado de película
Últimas noticias del coronavirus, en directo
Hasta que el alivio del confinamiento se activó el pasado 26 de abril, permitiendo la salida a las calles de niños, primero, y mayores, deportistas o simples paseantes, después, la ciudad de Toledo ha vivido recluida en los balcones y ventanas atisbando una extraña realidad a la que no daba crédito.
Noticias relacionadas
Esos primeros días y semanas del obligado encierro por la entrada en vigor del decreto del Estado de Alarma, la ciudad se quedó congelada , como si una nueva glaciación se cerniera sobre la tierra. Se volvió triste y oscura, y las sombras cubrieron el bullicioso escenario de la vida urbana. La gran soledad exterior que quizá todos intuían desde sus casas propició imágenes insólitas de una de las ciudades más bellas del mundo y Patrimonio de una Humanidad que la había abandonado.
Desapareció todo tipo de turismo , principal fuente de ingresos, —quién se acuerda ya de los grupos de chinos andando presurosos por la calle de Santo Tomé—, y en la calle Cervantes la estatua del insigne escritor parecía preguntar al viento «¿pero dónde os habéis ido todos?». Muy cerca, los soportales del centro neurálgico de la ciudad, Zocodover, solo cubrían sombras y a veces el sol, cuando salía, se colaba por las columnas ante las que no paraba ni un solo autobús. Un precioso espectáculo sin espectadores.
Aquellas primeras seis semanas desde el fatídico 14 de marzo pocos se atrevían a salir y si lo hacían era por cubrir las necesides básicas de las familias con la compra en supermercados o en farmacias, y la vuelta al hogar era precipitada y temerosa por el fantasma de un maldito virus que mataba diariamente a miles de personas en los hospitales y residencias de ancianos, y que se contagiaba con asombrosa facilidad, según decían por televisión un día, y otro, y otro más.
Los pocos seres humanos que se colaban por plazas y callejones parecían zombis errantes sin destino, y sus rostros cruzados con mascarillas imprimían aún más irrealidad a la escena . «¡Silencio, se rueda!». El aire era plomizo y por el puente de la Cava que conecta la glorieta del hostal del Cardenal con la zona de Cigarrales ni un solo coche circulaba . En la Vega, con el parque cerrado y precintado, y el tiovivo soñando con los niños, se erigía la imponente Puerta de Bisagra más sola que la una, y a su alrededor la primavera florecía esplendorosa . Frente a frente, el Hospital de Tavera miraba pétreo graciosas escenas de animales que nunca se habían acercado tanto al centro de la ciudad y el trino de los pájaros tenía un timbre especia l, como si hubieran decidido afinar a coro sus voces para participar en una sinfonía con que celebrar la desaparición de la raza humana.
En la plaza del Ayuntamiento, la catedral primada seguía ahí, como vigía de la ciudad y envuelta su torre en andamios; tan sola la plaza, que hasta el nuevo arzobispo, desde su ventana con vistas, se admiraba en sus redes sociales de tanta soledad. Aunque pocos pudieron verlo, el Tajo siguió fluyendo contaminado entre los solitarios puentes de San Martín y Alcántara. Y la estatua de Bahamontes, en el Paseo del Miradero, pedaleaba sin descanso como queriendo tirar hacia arriba de Toledo y volver a llenarla de vida.