Richard Jones, el ingeniero inglés que quiso abastecer de agua a Toledo hace 300 años
En 1722 presentó al Ayuntamiento de Toledo una propuesta similar a la de Juanelo Turriano en el siglo XVI para subir las aguas del río Tajo a la ciudad
Mucho se habla en las últimas fechas del agua del Tajo. No en vano, el 19 de junio de 1972 , de lo que se acaban de cumplir 50 años, el gobernador civil de Toledo comunicó a través de un oficio a todos los alcaldes de las poblaciones toledanas surcadas por el río que, en cumplimiento de la circular número 48 de la Dirección General de Sanidad , quedaba prohibido el baño público en el cauce al comprobarse que sus aguas estaban contaminadas.
Pero si bañarse en el Tajo es ya casi una utopía, siglos antes lo que parecía un imposible era abastecer de agua a la antigua ciudad de Toledo debido a su difícil orografía. Desde que en el siglo II después de Cristo una riada destruyera el embalse romano de Alcantarilla , que conducía por gravedad el caudal del río Guajaraz hasta incluso la legendaria Cueva de Hércules de la calle de San Ginés de Toledo, la escasez del líquido elemento ha sido una pesadilla constante para los toledanos.
Durante siglos nuestros antepasados se tuvieron que abastecer de pozos casi salobres y de escaso caudal, aljibes que recogían el agua de lluvia desde tejados y patios, así como gracias a los aguadores (los llamados azacanes en Toledo), que subían a lomos de sus recuas de asnos cientos de cántaros cada día, desde el mismo río o desde las modestas fuentes de los alrededores (Cabrahigos, Solanilla, Pontezuelas y otras menores aún).
Así, hasta que en el siglo XVI el ingeniero italiano Juanelo Turriano , cuyo nombre está ya asociado para siempre con Toledo, ideó una máquina hidráulica para llevar agua del río Tajo a la ciudad, salvando un desnivel de más de 100 metros. La primera subida de agua tuvo lugar el 23 de febrero de 1569 y suministraba a la ciudad 14.100 litros de agua al día , que era una vez y media lo pactado. Sin embargo, el Ayuntamiento no quiso pagar, debido a que el agua se almacenaba en el Alcázar y, por tanto, era para uso exclusivo del rey.
Turriano propuso a la ciudad la construcción de un segundo artificio, y se reservó derechos para su explotación. La obra fue completada en 1581 y, aunque sí cobró, no pudo hacer frente a los costes de mantenimiento de la estructura, por lo que tuvo que acabar cediendo su control y murió en la indigencia. Toledo se quedó finalmente sin el ingenio que nunca pagó y sin resolver un problema que se alargó en el tiempo.
Pero, aunque Juanelo Turriano es el más conocido, el italiano no fue el único ingeniero que intentó dar una solución a esta cuestión, que pese a ello siguió quedando inconclusa. En 1722, justo ahora hace 300 años, el ingeniero británico Richard Jones presentó al Ayuntamiento de Toledo una propuesta para el abastecimiento de aguas a la ciudad. Así lo contaba el historiador toledano Julio Porres Martín-Cleto en una publicación titulada ‘El Artificio de Juanelo’, dentro de la revista ‘Temas Toledanos’, editada por la Diputación Provincial de Toledo en 1987.
El objetivo de Jones, tal y como señalaba, era «proveer abundantemente de agua necesaria a poca costa de cada vecino que la quiera pagar». Curiosamente, la doble instalación elevadora que el ingeniero británico proyectó no se situaría sobre los restos de la de Juanelo, posiblemente por ser del patrimonio real, sino una en el Río Llano, entre los molinos de Pero López y el puente de Alcántara, y otra en la tabla del río, desde la puerta de Doce Cantos río abajo.
Según indica el historiador toledano, «el negocio estaba costeado íntegramente por el ingeniero inglés y se resarciría cobrando a cada vecino el agua si lo quería contratar, llevada a domicilio por tuberías de plomo. Es evidente que tuvo que proyectarse un depósito final dentro de la ciudad; pero de ello no hay noticias, como tampoco del sistema mecánico escogido. El Ayuntamiento se quedaba al margen de toda financiación y sólo cobraría cada año 60 reales como canon simbólico que reconociera su domicilio directo ; es decir, la cesión del negocio era a censo enfitéutico».
Además de servir el agua a domicilio, Jones instalaría varias fuentes en los parajes elegidos por el municipio, para usarlas si se produjera algún incendio. Los vecinos podían, o no, contratar con Jones y pagar en todo caso el agua y tuberías al precio que convinieran; se supone que en proporción al caudal y a la distancia. Pero no podían dar agua a los que no quisieran comprarla, salvo a los pobres en verano para beber.
El ayuntamiento daría los terrenos para instalar los ingenios, incluso la huerta de San Pablo (al pie del Miradero y a orillas del río) si Jones lo creía necesario, pagando éste el arrendamiento a su dueño. Tendría el monopolio de la subida, pero sin prohibir que siguieran los aguadores con su actividad tradicional. La cesión alcanzaba a Richard Jones y a sus herederos. De hecho, el Archivo Municipal de Toledo conserva documentos que demuestran que el ingeniero inglés estaba dispuesto .
«Obtenida autorización del Consejo de Castilla, comenzó Jones sus trabajos aportando varios carros de madera, que pagó de inmediato. A continuación fue a Inglaterra para comprar las piezas de su ingenío y contratar oficiales expertos, piezas que comenzaron a llegar en 1725, consistentes en 34 tubos de 10 quintales cada uno, y adquiriendo nuevos materiales de origen británico, traídos por tres barcos distintos, por un total de 6.000 quintales; más 21 carros de madera, traída de Piedralaves (Avila). Falto sin duda de la financiación suficiente, formó en Inglaterra una compañía con otros seis socios (lores dos de ellos) y designó en Madrid un apoderado, inglés también y comerciante. Desde 1725 a 1727 comienzan las instalaciones toledanas», relata Julio Porres en su texto.
Enterrado en San Nicolás
Pero el 17 de octubre de 1727 Richard Jones falleció en Toledo , al parecer por accidente, siendo enterrado en San Nicolás. Y la obra quedó interrumpida, sin que ni su apoderado ni sus presuntos herederos (era soltero) asumieran la responsabilidad de terminarla. «Su representante intentó resarcir los anticipos de la compañía, que cifró en 205.390 reales de plata; pero no se le permitió llevarse los materiales por no probar que le pertenecieran», dice el historiador toledano.
Hasta 1728 siguieron los trabajos, pero como no se pagaron salarios a los obreros, éstos se llevaron herramientas y el Ayuntamiento ordenó recoger todos los efectos bajo la custodia de un depositario. Al final se almacenaron todos los materiales en el Pósito municipal -hoy estación de autobuses- y en la torre albarrana próxima a la Puerta Nueva, entregándose algunas herramientas en 1761 al coronel Luis Urbina, venido a Toledo para instalar la Fábrica de Armas ordenada por el rey Carlos III.
Hasta aquí llegó otro intento infructuoso de dar solución al problema centenario de la ciudad, que tuvo que esperar finalmente hasta 1948 para ver cómo, gracias a la traída del río Torcón , el agua corriente llegaba a las casas de los toledanos.
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