Cien años de Toledo:Piedad

«Urabayen será el verdadero descubridor de Toledo para la literatura»

Félix Urabayen

POR JUAN JOSÉ FERNÁNDEZ DELGADO

Fue en noviembre de 1911 cuando Félix Urabayen vino por primera vez a Toledo como profesor de Pedagogía en la Escuela Normal del Magisterio, ubicada entonces en la plaza de Abdón de Paz. Y lo hace después de haber ejercido en Pamplona, Huesca y casi un año en el Instituto General Técnico de Castellón como profesor de Pedagogía. Desde este destino permuta con don David Santafé, profesor en la Escuela Normal de Magisterio de Toledo, motivado, sin duda, por lo que contaban de Toledo los maestros de la narrativa española –Pérez Galdós, Blasco Ibáñez, Azorín, Baroja, doña Emilia, Valle-Inclán en La lámpara maravillosa -, y Bartolomé Cossío y Maurice Barres, del Greco, pues Toledo y su pintor eran descubiertos para el Arte y la Literatura a principios de siglo. Y a ello se ha de añadir la gran afición a la pintura de Urabayen en aquellas fechas en que no tenía decidida su carrera literaria . Y nada más llegar a la ciudad, se entrega a buscar por las calles y plazuelas toledanas y por las iglesias y conventos la ciudad imaginada y al pintor recién descubierto. Y este callejeo y la búsqueda de la obra del pintor candiota por la ciudad será lo que nos presente en Toledo: Piedad , primera novela de Urabayen, de la que este año se cumple el centenario de su aparición ; es, también, la primera de la extraordinaria trilogía que dedica a la ciudad, completada con Toledo la despojada (1924) y Don Amor volvió a Toledo (1936).

Y en su deambular comprueba que todo lo leído era, en su mayor parte, cierto, pues, aunque con timidez, habían llegado a Toledo los afanes de modernización representados, por ejemplo, por el renombrado Hotel Castilla , y se había convertido en objetivo turístico y en reclamo de anticuarios, chamarileros y de gentes entendidas en arte, aún se ofrecía como una necrópolis que guarda entre sus ruinas bellas joyas enterradas. Y, novelísticamente, descubrirá que debajo de ese manto mortecino, ruinoso e inerme de la ciudad, aún hay vida, que revitalizada originará una fuerza centrífuga que se expandirá por toda España como semilla regeneradora. Y esta imagen de ciudad cargada de vida la simboliza en una joven y hermosa mujer toledana: Piedad , con la que se casará el protagonista, personaje de corte nietzchiano procedente del Pirineo, matrimonio del que nacerá la esperanza de ese fruto dinámico y regenerador. Esta identificación de la ciudad con una mujer hermosísima y enigmática y un poco casquivana, pues tendrá varios amantes y ella se deja hacer por todos, aunque no se entregue a ninguno, la desarrolla a lo largo de la trilogía. En este sentido, Urabayen será el verdadero descubridor de Toledo para la literatura… Cada una de estas novelas presenta un modelo de ciudad distinto : en Toledo: Piedad , la ciudad recién «descubierta»; en Toledo la despojada, la ciudad «vivida» , maltratada por sus habitantes que la despojan de sus riquezas artísticas, y la ciudad «deseada» en Don Amor volvió a Toledo , donde proyecta cambiar el curso del Tajo a su entrada en la ciudad para hacerlo fructífero.

Pues bien, Fermín, el alter-ego del narrador, llega a Toledo procedente del norte de España atraído por la ciudad «leída» y se dispone a encontrarla en la morfología y el paisanaje de la ciudad. En su callejear, que se desarrolla a partir del «Trabajo II», titulado, precisamente «La corteza de Toledo. Las Taifas», además de sus correrías en solitario y, luego, con Piedad, se sirve, entre otros, de un extraordinario «cicerone», don Agustín Montesclaros, al que llama Palas Atenea: juntos visitan monumentos, acuden a la catedral y buscan la obra del Greco dispersa por iglesias, conventos y museos. También le acompaña en algún escarceo cultural Roger, un personaje entendido en arte que sirve de contrapunto a las opiniones del narrador. Y son tales y tan novedosos los comentarios sobre el pintor y sus cuadros, que merecieron elogiosas palabras de Cossío.

El primer lugar que visita, quizá incitado por recuerdos de Gustavo A. Bécquer, es San Juan de los Reyes , lugar al que volverá muchas veces acompañado por Piedad; después, va a la iglesia de San Justo y recrea la leyenda de «El Cristo de las cuchilladas». Con don Agustín, acude a la plaza del Ayuntamiento: aquí observan a un grupo de mujeres cotilleando mientras llenan sus cántaros de agua, ante las que exclama Palas Atenea: «Seguimos sin agua: peor que en la Edad Media»; sin embargo, hoy y desde hace bastante tiempo, los políticos al uso empotran en un muro el agradecimiento del pueblo de Toledo al personaje que los sació la sed. Después, por la calle Ancha , donde ve hermosas toledanitas que encandilan a los cadetes y a profesores que van a sus clases a la Academia, llegan a la mezquita del Cristo de la Luz , desde cuya terraza describe el ancho panorama de la Vega Baja y de las lejanas huertas que cierran el horizonte. Don Agustín glosa la leyenda del famoso «Cristo de la Luz».

Para adentrarse en la sociología toledana, el protagonista acude al casino, pues «La aljama verdadera de la clase obrera es la taberna. El parlamento de la clase media es el casino» , y como observa que esa es una trascendental universidad para el conocimiento sociológico, se hace socio del «Nuevo Casino de Navarro Ledesma», emplazado en la explanada de San Juan de los Reyes. Observa a los casineros agrupados en dos históricas e irreconciliables familias toledanas: los Zúñiga , toledanos integrados por concejales y exconcejales, y los Silva , entre los que se incluye el narrador, compuesto por forasteros y diputados y exdiputados provinciales. Entre la vulgaridad allí citada, destaca la entrañable historia de Quinito, el pianista del casino.

Y por el barrio de Santo Tomé y la calle Bodegones , acuden a la catedral para ver el Expolio y el narrador hace una interpretación muy original de las tres figuras del ángulo inferior del cuadro. Salen, y por la plaza del Mercado y la de la Plata, «asilo antaño de semitas ricos y hogaño de burgueses acomodados», llegan a la iglesia de San Vicente para visitar la Asunción, adonde regresan en otra ocasión en que el cuadro es transfigurado por un rayo de sol atardecido.

En fin, «volvemos a las cuestas ásperas, a los callejones sombríos, embrujados de lánguido sueño» y entran en la capilla de San José , donde hay copias de cuadros del Greco, cuyos originales volaron al otro mundo, es decir, a Estados Unidos… En el museo del Greco, se pregunta el narrador por el modelo real que hubo de sirvirle para pintar a San Bernardino

Continúa el rastro artístico del Greco por la ciudad y llega a santo Domingo el Antiguo ; en el colegio de Doncellas Nobles, busca un San Francisco del Greco… Acude también a iglesia de san Nicolás , donde hay más grecos,«y llego al Miradero», y baja hasta la orilla del río y las huertas toledanas. La Vega, el Hospital de Afuera , donde se detiene, sobre todo, ante el sarcófago del cardenal; las Covachuelas... Las sinagogas y «penetramos en Santo Tomé».

Un día encuentra a Piedad , hermosa y culta toledana, en el museo del Greco y se convertirá en «la imagen lírica de Toledo», c on quien recorrerá la ciudad a partir de ahora . El punto de encuentro de los amantes es el claustro de San Juan de los Reyes, donde «Piedad… tiene una (gárgola) favorita entre todas» y desde donde inician sus recorridos: cobertizos, paseo de los Melancólicos, «una terraza solitaria con honores de jardín», «colgada entre las murallas y el Cristo de la Vega». Pasean también «por el atrio de Santo Domingo» y ante la casa en que vivió la novia de Hernán Cortés; por la calle Las Tendillas, llegan a la plaza de Padilla. Juntos acuden a romerías: la de San Blas, a la de la Guía, a la de Labastida… Describe con detalle la romería del Valle … Y desde el puente de San Martín, van a los Lavaderos. Como localiza la casa de Piedad en el barro de San Lucas, identificada con el taller de Julio Pascual, es otro motivo para hablar de estas callejas y de su intrahistoria. La despedida de soltero se celebrará en el cigarral de «Esquivias». Los recién casados parten hacia las tierras del norte cargados de aquella esperanza simbólica.

Toledo: Piedad fue saludada con entusiasmo por la crítica especializada cuando apareció: Gómez Baquero, César Barja, Cansinos-Assens, Félix Lorenzo, Fernández Almagro, García de Nora, etc., le dedican comentarios elogiosos. Se trata de una novela «motriz», una vez que en ella se sintetizan y condensan los grandes temas de la narrativa urabayenesca y otros subtemas que encontrarán posterior desarrollo: la idea del injerto regenerador, desarrollado en La última cigüeña (1921), donde monta centrales eléctricas en las márgenes del Guadiana extremeño con esa finalidad revitalizadora, y en Don Amor volvió a Toledo , donde el tema cobra especial relevancia; numerosos personajes de otras novelas encuentran su germen en esta primera, y el valor simbólico de los protagonistas de Toledo: Piedad , portadores de lo esencial de sus respectivos pueblos de origen también lo encontramos en otras novelas posteriores. Además, varias secuencias con título propio, integradas en diversos capítulos de la novela, aparecen incorporadas en otros libros posteriores o como artículos independientes en revistas o periódicos. Así, el capítulo III del tercer «Trabajo» de Toledo Piedad dedicado al Greco aparece en Vidas difícilmente ejemplares (1930) como «estampa» independiente titulada «Vida ejemplar de un pintor famoso»; y antes la había publicado en la revista Atlántico, núm. 1, junio de1929 con el título de «Vida ejemplar de un pintor misterioso». Y Serenata lírica a la vieja ciudad (1928) se abre, precisamente, con una maravillosa estampa titulada «Elegía de un galán», donde el Tajo se duele por no poder abrazar plenamente a Toledo , integrada, a su vez, en el capítulo II del «Trabajo IV», y también aparece publicado en los famosos folletones de El Sol. Ocurre además que, si de las páginas de Toledo: Piedad salen capítulos –estampas literarias-, para incorporarse a otros libros del autor o a las páginas de El Sol, un artículo anterior a 1920, publicado en la revista Castilla, núm. 5, mayo de 1918, «Ante la tumba del poeta» Garcilaso, se integra en el capítulo I del «Trabajo IV» de Toledo: Piedad con una ligera variante en el título: «Ante el sepulcro del poeta» en San Pedro Mártir. Y, por último, si Toledo: Piedad es la primera novela conocida de Urabayen, existe un texto anterior a la novela y, también, al artículo último citado: me refiero a «Elogio de la ciudad de Toledo» , publicado en el periódico independiente El Centinela el 18 de abril de 1918 que, a su vez, recoge del El Liberal , cita que no hemos encontrado en dicho periódico.

Es también Toledo: Piedad una novela «abierta», pues el protagonista, al regresar a su valle baztanés, brinda a sus paisanos esta idea reformista y les invita a bajar a Castilla para fecundarla industrialmente; y novela de «la esperanza» también es Toledo: Piedad , aunque al final de la trilogía y de las demás novelas, quede truncada dicha esperanza. En fin; aún hoy Toledo: Piedad se ofrece como verdadera guía de Toledo porque nos habla de lo consustancial de la ciudad , pues ya averiguó Félix Urabayen que Toledo es tanto pasado como presente, y esa fusión es y será siempre actual puesto que en esa mezcla indisoluble se cifra la esencia de Toledo.

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