ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA: HACERSE EL VIVO
Tu propia aventura
«Mi imagen de la felicidad: sentado en un sillón, junto a una ventana...leyendo algún ensayo de Montaigne o de Stevenson o de Chesterton o un cuento de Chejov»
En mi casa sólo había tres libros , un Kamasutra, un manual de sexualidad para jóvenes y un volumen de tapa dura, negro y grande, sobre el futuro, que, a falta de una habitación propia para estudiar, usaba a modo de tabla sobre mis piernas para hacer la tarea, en el salón, mientras veía la tele.
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A diferencia de la mayoría de escritores, que heredan el pedigrí y las bibliotecas de sus antepasados, y dicen ser lectores empedernidos desde pequeños, yo de niño, acostumbrado a pasarme el día jugando en la calle, no leía más que los libros juveniles que nos mandaban leer obligatoriamente en clase y los que cogía del colegio público Miguel de Cervantes, de Esquivias , cuando, una vez a la semana, nos mandaban a la biblioteca a elegir alguno de los muchos libros acumulados entre el polvo de las estanterías: algún tebeo de Astérix el Galo o de Tintín o algún librojuego de esos escritos en segunda persona que brindaban al lector la posibilidad de elegir entre distintas acciones que determinaban la suerte del protagonista, convirtiéndose en responsable de su propia aventura . Con ellos aprendí que la verdad nunca es unívoca, que el azar imprevisto es tan importante como la elección voluntaria y meditada, que si te empecinas en querer controlar el destino acabas entrando en un bucle viciado , y que no hay un único final sino muchos, todos decisivos pero sin gran importancia, porque, si no te gustaba uno, podías hacer como que no te habías enterado, volver atrás y elegir otro mejor.
De entre los libros que leíamos en voz alta en clase, recuerdo con agrado Las nieves del Kilimanjaro , en una edición abreviada, edulcorada y con ilustraciones para niños, muy alejada del desgarrado cuento de Hemingway , leído algunos años después con una admiración que aún perdura, acrecentándose cada vez que lo releo, pero en la que ya aparecía la historia del cadáver de leopardo reseco y congelado en la cima, la más alta de África, con casi seis mil metros, sin que nadie hubiera conseguido explicar qué había ido a buscar aquel leopardo en aquellas alturas. Con el tiempo, descubrí que escribir no es más que imaginar las huellas de ese leopardo , seguir el hilo de Teseo en el laberinto del Minotauro.
El primer libro de adultos que leímos en clase fue El misterio de la cripta embrujada , de Eduardo Mendoza , a propuesta de Jesús Quintana, mi mejor amigo , casi un hermano, compañero de pupitre curso tras curso hasta el primer año de instituto, con quien compartí tantas risas por cualquier cosa y tantos codazos cada vez que la profesora de Lengua descruzaba las piernas para volver a cruzarlas. En aquella novela de Mendoza, un personaje femenino dejaba entrever en un descuido el vello púbico , con la posterior escena de sexo con el protagonista. Hubo un tartamudeo en el estudiante que tuvo la suerte de leer esa parte, seguido de un carraspeo, y muchas risitas nerviosas y muchos sonrojos entre los compañeros.
La adicción a la lectura surgió cuando me suscribí a una colección de Stephen King . Iba mi madre a Correos a por ellos, y yo era feliz cada vez que la veía llegar con el paquete, mientras rompía el cartón y quitaba el plástico de los libros. Con trece, catorce años, empecé a robarle horas al sueño para saber qué pasaba con aquellos personajes , qué vendría después y cómo acabaría aquello. En aquella época, Juan José Plans tenía su programa de dramatizaciones radiofónicas, Historias, en Radio Nacional de España, y que ahora, gracias a Internet, puedo volver a escuchar cuando quiera, las veces que quiera, evocando a aquel niño que cada madrugada de domingo , a pesar de tener que levantarse pronto el lunes, seguía despierto en la cama hasta las tantas , arrebujado bajo las mantas, con la radio despertador encendida sobre la mesilla, esperando la voz cavernosa y profunda del presentador para que le contara alguna historia de miedo escrita por Stevenson, por Oscar Wilde, por Maupassant, por Poe…
Luego vinieron muchos libros, todos lo que fui metiendo en casa a poco que tuviera algo de dinero. Son ellos los que conforman mi imagen de la felicidad: sentado en un sillón, junto a una ventana, con un cigarrillo a medio consumir en un cenicero y una copa de vino al lado, leyendo algún ensayo de Montaigne o de Stevenson o de Chesterton o un cuento de Chéjov.