ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA: HACERSE EL VIVO

Palos y astillas

«Tienen de once a trece años, son repipis y se expresan todas igual, con una mezcla de ñoñería arrabalera»

Estoy sentado en un bar de Toledo , en un rincón junto a la ventana, pegado a la barra tras la que se mueve la camarera, que es pequeñita, suramericana. Me habría gustado quedarme en la terraza, fumando, pero el mal tiempo lo impide. Soy el único cliente, pido una copa de vino de la tierra, saco un libro (uno del psiquiatra Laing) y me pongo a leer uno de sus nudos:

Nuestro deber es criar a nuestros hijos para que nos amen, respeten y obedezcan.

Si no lo hacen, han de ser castigados,

de lo contrario no cumpliríamos con nuestro deber.

No tardan en entrar por la puerta , con un escándalo ya anunciado desde la calle, varios matrimonios con sus hijos , o hijas, porque todas son niñas. Entran, vocingleros y aparatosos, y, sin pedir permiso a la camarera, como si estuvieran en sus casas cambiando el mobiliario del salón , empiezan a mover sillas y mesas para poder sentarse todos juntos, salvo las niñas, que ocupan una mesa cercana. Los padres piden café. Las niñas, Cola Cao. Sigo leyendo:

Si crecen para amarnos, respetarnos y obedecernos

es una bendición que los hayamos criado como es debido.

Uno de los padres se acerca a la barra , remolón, como si se le hubiera antojado decirle algo a la camarera pero se le hubiera olvidado en el trayecto. Es alto y pechugón y se mueve deslavazado, como una marioneta convulsa , y tiene cara de sheriff loco y corrupto. Se planta finalmente a mi lado, mira un rato a la camarera, la camarera, que no da abasto en preparar cafés, lo mira también a él, él la sigue mirando como si supervisara todo y al cabo dice: «El mío muy cargado». E impostando voz varonil, añade: «Ya sabes. De hombre».

Martín Sotelo, escritor

Satisfecho tras haber dejado claro que él quiere un café de hombre, vuelve a su sitio, junto a su mujer, con andares más orgullosos y viriles. Al rato se acerca otro padre. Este habla más bajito y no se ha colocado tan pegado a mí, por lo cual, con el guirigay de fondo, no acierto a saber qué le está diciendo a la camarera, pero debe de ser algo similar a lo que le ha dicho el otro.

Les pone por fin sus cafés. Y a las niñas, sus colacaos . Con pajita, dice una, justo la niña que tengo enfrente, de cara, que es la que parece llevar la voz cantante del grupo. Las demás, envidiosas, dicen que también ellas quieren tomárselo con pajita. Tienen de once a trece años, son repipis y se expresan todas igual, con una mezcla de ñoñería arrabalera. La conversación que tienen consiste en que una dice cómo le gusta tomarse a ella el Cola Cao, la de al lado dice cómo le gusta a ella, la siguiente opina que a ella así no, que a ella así sí, la otra que le gusta así y la otra que le gusta asá.

Se acerca a la barra una madre para decir que su café esta frío . La camarera le dice que puede calentárselo otra vez, pero que la máquina no calienta más. La otra le contesta que entonces no, que entonces para qué, si le va a salir igual de frío. Es que beberse un café frío, hija, se queja , y regresa disgustada a la mesa con los otros padres. Una niña (quizá la hija de la mujer del café frío) se gira de pronto sobre su taburete y le grita a la camarera que el suyo está muy caliente , que si le puede echar un poco más de leche fría. La camarera va a echarle un poco más de leche fría. Cuando se va, la misma niña, con el mismo tono remilgado e intempestivo, le suelta otra voz: «¿Le puedes echar espumita?».

Si cuando crecen no nos aman, ni nos respetan ni nos obedecen

o bien los hemos criado como es debido

o bien no:

si es así

algo debe de estar ocurriendo con ellos;

si no es así

entonces algo debe de estar ocurriendo con nosotros.

Palos y astillas

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