José Rosell Villasevil - Sencillamente Cervantes (VI)

De nuevo el éxodo

La familia Cervantes/Cortinas se ha convertido en numerosa. Cuatro niños que piden pan, cada vez con mayor apetito, y con los emolumentos que genera la consulta del modesto «zurujano», cada vez más reducidos en el tamaño y más dilatados también en la frecuencia

POR JOSÉ ROSELL VILLASEVIL

La familia Cervantes/Cortinas se ha convertido en numerosa. Cuatro niños que piden pan , cada vez con mayor apetito, y con los emolumentos que genera la consulta del modesto «zurujano», cada vez más reducidos en el tamaño y más dilatados también en la frecuencia.

Además, y como muy bien nos dice el sabio Refranero, «No cabíamos en el fuego y...», la abuela abandonada, que al parecer viviera con María , al casarse Martina , el hermoso fruto de los amores con el gitano aristócrata, don Martín de Mendoza , ambas mujeres deciden acogerse también bajo el aleamparo del bueno de Rodrigo. Y aunque sea evidente la satisfacción maternal de ver casada a la deliciosa veinteañera, con el prestigioso escribano alcalaino Diego Díaz de Talavera , la dote debió esquilmar de tal modo la fortuna de María, que se vio obligada a desprenderse de la propia casa. De todas formas, en algo ayudaría a los necesitados hermano, cuñada y sobrinos.

Por Córdoba, entretanto, todo marcha sobre ruedas. El leal Andrés, se ha casado con una rica dama de la Noble Villa de Cabra, y don Juan, definitivamente instalado en su querida tierra natal, vive a lo principesco asistido por dos criados, así como por la tierna María Díaz, que le quita mil canas, y a quien en justa recompensa ha dotado generosamente, según consta en documento escribnil testamentario.

Mas, en la vieja Compluto, con la unidad familiar de Rodrigo hecha ya cuadrilla de ocho personas, la situación se va poniendo, más que difícil, imposible en esos negros finales del año 1550. Así es que, sin poder demorarlo por más tiempo, en la primavera del siguiente será cuando la familia realice el traslado hacia la corte, a la sazón en Valladolid; y Miguel , con sus tres años y medio de vida, comenience a purgar, inocente, esa injusta condena de un pecado original nunca cometido, inmerso en la mala estrella implacable de los Cervantes: el éxodo.

La ciudad del Pisuerga, corona de brillantes de Castilla, es centro cortesano por entonces del más dilatado Imperio de occidente. Corte de los Milagros , donde pululan juntos el miserable, el rufián ilustrado y el hidalgo hambriento, es hormiguero burocrático y cuartel general de una legión de caballeros pretendientes, malabaristas oteadores de la prebenda, víctimas propiciatorias luego de otra pléyade de honorables busconas, cortesanas deslumbrantes.

Aquí -pensaría en voz alta el «zurujano» don Rodrigo , hechizado quizá ante tamaño despliegue de oropeles-, si Dios no lo remedia, nos vamos a forrar en oro.

Vamos a instalarnos nosotros con él, con ellos extramuros de la ciudad, en el llamado Arrabal de Sancti Espiritus , en una casa de dos plantas cuyo alquiler ha contratado, por medio año, la todavía discreta y guapa María de Cervantes. Asistiremos atónitos al montaje de aquella casa-clínica de humo y sueños, que obliga al al pobre hombre a subscribir una obligación, con fea máscara de compra, pero con muchas pintas de infame encubierta mohatra.

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