Enrique Sánchez Lubián - ARTES&LETRAS
«Memorias de un desmemoriado», último guiño literario de Galdós a Toledo
Centenario de su publicación
Durante cincuenta años, Pérez Galdós mantuvo una estrecha relación con la ciudad de Toledo , convirtiéndola en escenario de numerosas de sus obras y encontrando en ella refugio para su sosiego y tranquilidad. Aquí le esperaban buenos amigos, como el pintor Arredondo, el historiador Francisco Navarro Ledesma , el ingeniero Sergio Novales, el fotógrafo Casiano Alguacil, el canónigo Wenceslao Sangüesa, Mariano Portales, campanero de la Catedral, Hermenegildo, el carrero que le llevaba desde la estación del ferrocarril a la finca de «La Alberquilla» o el abogado Juan García-Criado, a quien inmortalizó como «Don Suero» en su novela «Ángel Guerra». En su último texto literario, «Memorias de un desmemoriado», publicado por entregas durante el año 1916, don Benito no se olvidó de su admirada Toledo dedicándole un par de capítulos y alguna «boutade»: convertir el Alcázar en moderno y confortable hotel al servicio del turismo.
En 1915, y a petición del semanario La Esfera , Galdós, enfermo y casi ciego, comenzó a dictar sus recuerdos biográficos, que comenzarían a publicarse por entregas el 4 de marzo de 1916 bajo el titulo «Memorias de un desmemoriado». El escritor desdeñó el género puramente autobiográfico para convertirlo en un ejercicio literario donde mezclaba la ficción con la realidad, intercambiando impresiones y diálogos con viejos conocidos y personajes de sus novelas y obras de teatro. «Un amigo mío –comenzaba su texto- con quien me unen vínculos sempiternos ha dado en la flor de amenizar su ancianidad cultivando el huerto frondoso de sus recuerdos [...] Escrita la primera parte de sus apuntes biográficos, no ha muchos días que la puso en mis manos, pidiéndome que llenase yo sus lagunas o paréntesis que hacen de su obra una mezcolanza informe, sin la debida trabazón lógica de los hechos que se refieren». El conjunto de artículos fue reimpreso de forma conjunta en 1920.
En el primero de los capítulos dedicados a Toledo , Galdós recordaba las semanas pasadas en la ciudad trabajando en la novela «Ángel Guerra», que se había publicado en 1890, mientras que el segundo se dedica, de manera casi completa en la Catedral. No obstante en el mismo, y hablando de la importante presencia de turistas que en aquellos años ya llenaban los establecimientos hosteleros toledanos, don Benito lanzó una osada propuesta: «¡Qué fabuloso número de extranjeros atraería Toledo -decía- si el Alcázar fuera convertido en hotel!». «Esto es un sueño –añadía-, esto es imposible, pero a mí me gusta lanzarme a la región de las bellas hipótesis. Ya me imagino las salas, anchas crujías y la grandiosa escalera de aquel inmenso edificio invadidas por un gentío procedente de todas las partes del mundo». Pocas líneas después, el propio autor consideraba la propuesta como «ensoñaciones quiméricas», afirmando que en el grandioso edificio bien instalada estaba la Academia de Infantería.
Con los recuerdos literarios recogidos en «Memorias de un desmemoriado», Galdós concluía los textos dedicados a Toledo, que se habían prolongando durante varias décadas: «Toledo (su historia y su leyenda». Las generaciones artísticas en la ciudad de Toledo» (1870), «El Audaz. Historia de un radical de antaño (1871), «Los Apostólicos» (1879), «Un faccioso más y algunos frailes menos» (1879) y «Ángel Guerra» (1890-1891). A ellos se suman referencias toledanas en otras obras, por las que discurren varios personajes con raíces en estas tierras.
¿Qué encontró Galdós en Toledo para darle un protagonismo tan destacado en sus obras?
Siendo niño, a los ocho años, realizó la maqueta de una ciudad medieval para jugar. Con cartones, maderitas, cristales de colores, engrudo, cera y yeso modeló un encrestado caserío que se levantaba junto a un río, cruza do por un puente y rematado por una catedral de apariencia gótica. ¿Era Toledo la materialización de una fantasía infantil? Desconocemos si aquel entretenimiento surgió de su propia imaginación o tras la contemplación de alguna lámina o grabado. El caso es que cuando el inquieto don Benito llegó por primera vez a la antigua capital visigoda posiblemente reencontrase en ella sentimientos muy queridos, que quizá la sumiesen en contradicciones al conocer la decadencia que trascendía al pasear por sus callejones y cobertizos o al traspasar el umbral de sus derruidos palacios. En un artículo publicado en 1894 en Argentina en «La Prensa», Galdós recordaba como en sus interminables conversaciones con Federico Balart, periodista y crítico de arte, la ciudad de Toledo surgía recurrentemente en las mismas.
Además de ese recuerdo, Galdós encontró en Toledo buenos amigos con quienes compartir sus inquietudes y, también, la tranquilidad que a veces no disfrutaba en Madrid. Uno de los primeros fue el pintor Ricardo Arredondo , en cuya casa-estudio, ubicada en el antiguo Palacio de los Adrada, pasó muchas horas de agradable compañía, conversaciones y juegos, asomándose a una extraordinaria terraza sobre la vega toledana, donde también se vislumbraban las sierras de Gredos. El pintor contribuyó a que Galdós comenzase a apreciar la pintura del Greco, conociese los conventos toledanos, entablase relación con el canónigo Wenceslao Sangüesa y el fotógrafo Casiano Alguacil y le recomendó la pensión que las hermanas Figueroa tenían en la calle de Santa Isabel, donde el escritor alumbró algunas páginas de su imprescindible «Ángel Guerra», novela en la que quedaron retratados algunos de sus amigos toledanos.
En «Memorias de un desmemoriado», Galdós no se olvidó de Arredondo, recordando como un día estando ambos comiendo en la hostería de Granullaque almorzaba también allí el emperador de Brasil, don Pedro de Braganza . Esta coincidencia, según aportación documental de José Pedro Muñoz Herrera , historiador toledano fallecido hace unos meses, tuvo lugar el 17 de febrero de 1872, dato que certifica la pronta amistad entre Galdós y Arredondo.
Aunque menos recordada que otras amistades toledanas, Francisco Navarro Ledesma fue figura fundamental en el vínculo entre don Benito y Toledo . Su relación venía de tiempo atrás, cuando siendo estudiante en la Universidad Central de Madrid, Navarro Ledesma preparó un homenaje al escritor canario. Pasado el tiempo Galdós recurrió a él para documentar numerosos pasajes de la segunda parte de «Angel Guerra». La correspondencia entre ambos es muy ilustrativa al respecto. Así, por ejemplo, el escritor inquiría detalles tan dispares como la descripción de los trajes típicos bargueños, el patronímico de los habitantes de la Sagra, la categoría -¿posada o mesón?- de la Fonda de Remenditos junto a Santo Tomé , si el Cristo de las Aguas era cristo muerto o de agonía, época de floración de los almendros o cual era el cigarral más próximo al Puente de San Martín, recomendándole, para mejor conocimiento de estas casas de recreo toledanas, la lectura de los textos de Tirso de Molina.
La relación entre ambos fue tan cercana que en cierta ocasión, anunciándole Galdós una próxima visita a Toledo le pedía discreción sobre la misma «pues mucho me temo me rodee el elemento literario (dudo que tal elemento exista, y existirá sin duda) porque si tal plaga cae sobre mí, me veré imposibilitado de trabajar, y de ver las cosas como a mí me gusta verlas, enteramente solo, o acompañado de una sola persona que comprenda este oficio». Por su parte Navarro, galdosiano acérrimo e incondicional, se calificaba como «monaguillo» del escritor canario. Con unas palabras suyas, reflejando la pasión literaria de Galdós por Toledo, concluimos este estas líneas recordando el centenario de «Memorías de un desmemoriado»: «Aprovechando esta ventaja que Dios le dio [a Galdós], llega a Toledo y recorre en siete u ocho días la ciudad que tiene más que ver entre todas las de España, y sin insistir nunca, se apodera de la ciudad callejón por callejón, monumento por monumento, piedra por piedra, y lo que es más asombroso, tipo por tipo; y cuantos hemos vivido en Toledo, reconocemos que ese maravilloso libro llamado «Ángel Guerra» hay cien veces más Toledo que cuanto escribieron Amador, Quadrado, Bécquer, Latour, Gautier, Amicis, Barrés, etc., etc.».
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