ARTES&LETRAS: HACERSE EL VIVO
Maigret en La Sagra
«Le dije que era un honor para mí conocerlo en persona; en mi tierra, curiosamente»
![Maigret en La Sagra](https://s1.abcstatics.com/media/espana/2020/01/18/maigret-kWyF--1248x698@abc.jpg)
Supe que era él aun viéndolo de espaldas . Grueso y fuerte, el cuello del abrigo alzado, con sombrero y la pipa en la boca, observaba las ventanas iluminadas de la plaza con aire de andar perdido.
El cielo empezaba a oscurecerse y soplaba un aire aún más frío que el de la mañana. Me acerqué a saludarlo. Le dije que era un honor para mí conocerlo en persona, por fin, después de tanto tiempo. En mi tierra, curiosamente. En La Sagra. Parecía sorprendido de que alguien le hubiese reconocido. Pero ¿cómo no reconocerlo? «Sé más cosas de usted que de mis amigos de aquí del pueblo», le dije.
Sé que nació en el campo, que sus padres quisieron que fuera médico o abogado, que inició la carrera de Medicina pero pronto la abandonó para empezar como ayudante del comisario y convertirse él mismo a los pocos años en Comisario Jefe, cargo que nunca quiso abandonar, a pesar de las reiteradas propuestas de ascenso para ser director de la Policía Judicial, por no acabar sus días encerrado en una oficina, con trabajo de oficina.
Consciente de que no estaba en La Sagra para hablar conmigo, sino que habría viajado desde tan lejos con el propósito de desvelar algún importante misterio, le pregunté si podía ayudarlo en algo. «Busco a un hombre», dijo. Le indiqué un bar cercano, porque en los bares, atento a las conversaciones de los clientes, ha resuelto muchos casos.
Maigret se quitó el sombrero nada más entrar y lo dejó sobre el mostrador , junto a un periódico que cerró y apartó enseguida a un lado, sin mirarlo. Desconfía de la política , entre otras cosas porque los casos más desagradables que ha tenido que investigar fueron políticos y porque la vez que se sintió más humillado fue cuando, envuelto en una maquinación política, tuvo la impresión de hacer frente a una fuerza sin nombre, sin rostro, imposible de definir.
Le pregunté por su mujer, si se había acordado de llamarla para comunicarle que llegaría tarde. Viven en la calle Richard Lenoir. No tienen hijos. En Meung-Sur-Loire tienen una segunda vivienda, adonde se retiran siempre que hace buen tiempo.
Entre vinos, le fui confesando mi admiración, sobre todo por esa actitud suya de preferir comprender a juzgar . No le interesa tanto atrapar al criminal como conocer su realidad y sus causas. De hecho, hasta parece disgustarle el momento en que, por pura obligación protocolaria, debe mandarlo a prisión, casi da la impresión de hacerlo a regañadientes. Y nunca usa pistola. Prefiere resolver los crímenes a su manera, dando lentas chupadas a su pipa , metiéndose en la piel del verdugo o la víctima durante todo el tiempo que dure la investigación, visitando su ambiente, frecuentando los mismos lugares, pensando como pensaría la persona a la que pretende dar caza.
Cuando vi que, tras apurar el vino, echaba mano a su sombrero, me ofrecí a llevarlo en coche, porque sé que no sabe conducir . Tampoco nadar. Y los aviones le dan angustia.
«Prefiero ir andando», dijo, y cerrándose el cuello del abrigo se encaminó hacia la puerta. Le deseé suerte en su investigación: «Ojalá encuentre cuanto antes a su hombre» . Se volvió hacia mí un momento, mirándome entre el humo azulado que brotaba de su pipa. «Ya lo encontré», contestó.
A través de la ventana lo vi alejarse, con su andar plomizo, perdiéndose en la encrucijada de una noche tan igual y tan diferente a la que caería en ese mismo instante sobre los bulevares parisienses . Un hombre que visto así, por la espalda, parecía no tener otra cosa que hacer que fumar su pipa y abismarse en la contemplación de la calle, por la que corren estos extraños animales, los seres humanos, sin saber adónde van ni qué pretenden.
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