ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA: HACERSE EL VIVO

Historias de carretera

«El mismo trayecto que recorro yo ahora en coche lo recorrió mi abuelo infinidad de veces a lomos de una mula»

«Esta realidad de carretera y cielo llameante donde uno se siente libre»

POR MARTÍN SOTELO

Uno de los mayores placeres de esta vida es conducir solo . Enfatizo lo de solo porque únicamente así se puede ser consciente de la libertad, cuando nadie mira (nadie juzga) y no tienes que dar conversación y fumas y pones la música que te da la gana y puedes desviarte cuando quieras del destino previsto para mear o estirar las piernas o contemplar, apoyado en el capó, el vuelo majestuoso de una cigüeña o un águila.

Siempre me causó fascinación la imagen del jinete solitario atravesando un paisaje desértico con unas lejanas colinas al fondo, tras las cuales tal vez le aguarde la salvación, o tal vez la muerte. Un paisaje, por otro lado, no muy distinto al de esta llanura manchega . Y el caso es que ahora, con un mundo tan diferente, vas aquí dentro del coche, atravesando la nada , y miras alrededor, lo que ya has dejado atrás y lo que aún queda por delante, tan igual, y piensas que todo, de tan viejo, parece nuevo. El mismo trayecto que recorro yo ahora en coche lo recorrió mi abuelo infinidad de veces a lomos de una mula.

En Estados Unidos, hace casi un siglo, en plena Gran Depresión, había un programa de radio llamado Historias de carretera. En él contaban historias de feriantes, de presos, de mendigos, de endemoniados que vagaban a su suerte entre el polvo de los caminos y de predicadores que deambulaban por las cunetas en busca de un lugar propicio para construir su iglesia. Lo más parecido que se ha hecho en España fue La ley de la calle, presentado por Arturo Pérez-Reverte , y que apenas pude escuchar porque en cuanto me enganché (con apenas diez años) lo quitaron.

Es en aquel niño de diez años, ya insomne, en quien pienso mientras conduzco . Como si aquel niño, con el transistor debajo de la manta contándole historias de mayores, se estuviera contemplando a sí mismo después de tantos años, ya mayor él también, y en el adulto que ahora es identificara a alguno de los protagonistas de aquel retablo maravilloso que entonces sólo podía imaginar y en donde el poli se topaba con el forajido en algún cruce de mala muerte de alguna carretera perdida para mirarse como iguales.

Ahora la radio del coche me informa de medidas, horarios, climatología, estimaciones, sondeos, precauciones y accidentes. Con semejante panorama, pensar en cualquier desgracia es inevitable. S i fuera así, pienso, si pasara algún percance, acudirían los de siempre, policías, enfermeros, bomberos , otros conductores -pocos, pero alguno habría- dispuestos a echar una mano en lo que hiciera falta. Gente que se gana el respeto y la admiración enlodazándose de realidad cada día. Nunca acudiría un político, ni maldita falta que hace . Están muy ocupados, con sus eslóganes de publicistas. Y casi mejor así. Mejor que nos dejen la realidad a nosotros -la misma que ellos se pasan el día negando. Esta realidad de carretera y cielo llameante donde uno se siente libre . Tan libre como un vaquero al que aún le queda su vieja montura, algo de whisky en la petaca y una última bala en la recámara. Tan libre como Cervantes, sobre su Rocinante , en tiempos en los que no había democracia ni medios de comunicación ni libertad de expresión ni sistemas de navegación por satélite, atravesando en solitario estos mismos parajes , de camino al sur, donde lo esperaba una cárcel que lo haría aún más libre.

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