Hilario Barrero - ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

Diario de un jubilado en Nueva York (37): Santo Tomé, un barrio sin fronteras (1)

«El barbero, poco amigo de curas, le hacía la tonsura al párroco, el exaltado falangista dialogaba con un joven anarquista...»

Santo Tomé en 1955. Jean Paul Margnac. TOLEDO OLVIDADO

POR HILARIO BARRERO

Un barrio con personalidad propia es un microcosmos. No sólo por los negocios y establecimientos que le dan carácter y personalidad, o porque conserve una iglesia con uno de los cuadros más famosos de la pintura universal. El barrio de Santo Tomé era un ejemplo de convivencia entre vecinos de diversas ideologías políticas , religiosas, culturales y sociales, sobre todo teniendo en cuenta las heridas y perjuicios de una no tan lejana guerra civil. Regreso a los cincuenta.

La mujer de un destacado comunista compraba en la tienda de ultramarinos de un policía armado , la madre de un cura vestía con ropas de los vecinos al Judas que sería quemado al atardecer, el devoto militar se engalanaba, al llegar el 18 de julio, con medallas, sable y guante blanco y se paseaba por el barrio, camino del Gobierno Militar a dar la cabezada, mientras un niño lo veía pasar, el exaltado falangista dialogaba con un joven anarquista, el barbero, poco amigo de curas, le hacía la tonsura al párroco, el santo director de un colegio prestaba unos preciosos jarrones a la parroquia, para el monumento del Jueves Santo, el librero vendía novelas de un escritor republicano junto con tebeos de El guerrero del antifaz, y el ilustre médico y escritor republicano asistía a misa de doce al cobijo de «El entierro del Conde de Orgaz ». Era como un retablo cívico y ejemplarizante de un barrio en el que todos se conocían y se respetaban.

El barrio tenía su Corpus Christi que los vecinos llamaban «El Dios chico», lo que enfurecía al párroco . Las campanas de la parroquia tocaban a misa y a muerto. Uno recuerda, sentado en el balcón de su casa, ver al famoso doctor, en las soleadas mañanas de un mayo refulgente, hablando a la salida de misa con un ilustre escultor que había vuelto del exilio y que se quedó a morir en Toledo, atendiendo a algún poeta que le solicitaba un prólogo para un libro de poesías a su madre, o cambiando recuerdos con un maestro carpintero que ayudó a cubrir de colchones el cuadro del Greco para protegerlo de los bombardeos.

Diario de un jubilado en Nueva York (37): Santo Tomé, un barrio sin fronteras (1)

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