José Rosell Villasevil - SENCILLAMENTE CERVANTES (XX)
«Las Cervantas»
Las hermanas de Cervantes defienden sus derechos, rompen todos los parámetros de comportamiento femenino dentro de una época de sumisión al padre, al hermano, al esposo no exentos ninguno de tiránica manía protectora , como si de esclavas se tratara
Las hermanas de Cervantes , como con anterioridad su tía María, enfrentándose a la poderosa Casa del Infantado, y luego la sobrina Constanza, así como la enérgica hija natural Isabel de Saavedra, defienden sus derechos, rompen todos los parámetros de comportamiento femenino dentro de una época de sumisión al padre, al hermano, al esposo no exentos ninguno de tiránica manía protectora , como si de esclavas se tratara.
Las «Cervantas», todas alfabetizadas, izan la bandera de su libertad contra viento y marea, y, adelantándose varios siglos, viven su vida exigiendo bravamente unos derechos que ya las leyes de entonces, paradójicamente, en buena parte les asistían.
Miguel adoró a sus hermanas; y ellas, siempre vieron en Miguel el hombre adelantado socialmente en grado sumo , como si hubiese caído de otra galaxia compuesta de paraísos liberales. Pero no, su grandeza consistía precisamente en lo contrario: era una persona normal, «con sus tachas buenas o malas», cual luego él hará decir a la rústica, pero profundamente sensata, Teresa Cascajo.
Fue muy valiente. Nadie en la literatura de los siglos XVI-XVII se atreviera presentar a sus mujeres con tamaña categoría liberal e inusitada predisposición a novedosos criterios sociales, precoces modelos remotos de actuales logros femeninos.
Desde su primera obra, «La Galatea» (1585), en que «Gelasia» expresa abiertamente su pensamiento revolucionario: «Libre nací y en libertad me fundo»; pasando por Preciosa, heroína de «La Gitanilla», quien responde a su noble vehemente enamorado solicitante, aludiendo al poder de los patriarcas del rancho: «..estos señores podrán entregarte mi cuerpo; pero mi alma es libre, y siendo libre ha de seguir en tanto que yo la posea»; para detenerse en Marcela, la libérrima pastora del «Quijote»: «Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos...»
Unos días después de la oscura muerte del príncipe don Carlos, uno de aquellos contertulios de don Rodrigo, el rico negociante genovés Juan Francisco Locadelo, toma de la mano a la gentil Andrea y la leva ante el escribano Francisco Orti. Allí va a subscribir un documento de donación de bienes a favor de la joven, tan substancioso como sorprendente en la letanía de vestidos, joyas, ricos muebles, enseres y otros valiosos elementos que configuran una casa bien puesta, además de 300 escudos de oro en oro.
El motivo de tales presentes, radica en el texto de esta valiosa pieza de archivo: «Por cuanto tengo -dice- mucha obligación e soy en mucho cargo a la señora doña Andrea Cervantes (…), una porque estando yo ausente de mi natural en esta tierra, me ha regalado y curado de algunas graves enfermedades que he tenido (…), y en mi utilidad otras cosas que yo tengo obligación de remunerar y gratificar». (9/VII/1568)
De Andrea, hay descubiertos alrededor de 25 documentos, y la mayoría son demandas por «promesa matrimonial incumplida», delito que con una indemnización económica sancionaban los tribunales.
En algún caso, como el referente a los hermanos Portocarrero, Alonso y Pedro , de noble prosapia, se hallan afectadas tanto Andrea como la casi adolescente Magdalena, respectivamente. Ambas hermanas litigan contra los dos hermanos.
«No insulten nunca a la mujer caída...», escribirá más tarde el entrañable Víctor Hugo .
«Las Cervantas» nunca fueron carga para sus padres , fueron su benéfico apoyo. Y cuando sus hermanos, Miguel y Rodrigo, cautivos en Argel, precisan de altas sumas para su rescate, sobre todo el primero por quien piden una alta cifra, aparte el esfuerzo de la bendita madre, doña Leonor, sus hermanas venden y dan todo sin importarles quedar en la miseria. ¿Acaso no es más que glorioso el atenuante?
«Nunca insultéis a la mujer caída«, insiste el tolerante autor de «Los Miserables». Y uno se atreve a preguntar también, como cristiano: ¿acaso el Hijo del Hombre repudia a María Magdalena? «...porque todo recobra nueva vida con la luz y el amor».
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