José Rosell Villasevil - SENCILLAMENTE CERVANTES (XIX)
El maestro López de Hoyos
Miguel vive en Madrid su plena y alegre juventud, adaptándose a esa corte farragosa
Miguel vive en Madrid su plena y alegre juventud, adaptándose a esa corte farragosa y confusa en dramáticos sucesos reales, comentados «sotto voce» en las antesalas y cacareados a voz en grito en los mentideros, de tan enorme gravedad como la muerte sospechosa y extraña del príncipe don Carlos, o el fallecimiento desgarrador de la joven reina doña Isabel de Valois. Ambas desgracias invadieron de amargura y luto a la mayor parte de los corazones nobles que latían en la aparentemente insensible Villa y Corte.
Pero el momento es próspero para los Cervantes , es para ellos como un oasis en mitad del desierto cruel que colmó casi toda la existencia de aquella familia condenada a vivir entre desgracias y contínuas vicisitudes.
Han heredado recientemente de la abuela materna, a don Rodrigo parece que no le falta trabajo, así como buenos conocidos y mejores amigos, y su casa parece por el número de italianos que la frecuentan, el Consulado de esa ilustre nación en Madrid.
Andrea , que después de ser madre ha consolidado en su esbelta figura todos los atractivos y encantos frutales de una belleza rubia adorable, fémina encantadora de su época y modelo propicio para un Tiziano o un Rubens , cría a su bondadosa Constancica tan ricamente; y ella, a pesar del abandono del presunto novio sevillano Nicolás de Ovando , no ha perdido la sonrisa ni la esperanza de enganchar por ley alguna sabrosa cuantía por incumplimiento de promesa matrimonial De ella ya hablaremos más adelante largo y tendido.
Para nuestro Miguel, su dicha y nuestra suerte fue el encuentro con el clérigo humanista don Juan López de Hoyos , así como por ser su alumno en el celebrado Estudio de la Villa.
No era don Juan el superdotado pedante catedrático, engolado de ciencias; era un hombre sencillo, cargado eso sí, de socráticas virtudes humanísticas, rebosante de limpia humildad. Era el modelo admirable del culto Maestro, y su grandeza radicaba precisamente en la conexión con el propio discípulo receptivo, por cuya correcta formación vivía.
Pienso humildemente, que el encuentro de ambos, maestro y pupilo, ejerció en el primero la culminación del sublime pedagogo, y en el segundo -pese al tan corto como tardío alumnado- el espaldarazo que ha de permitirle iniciar el camino tortuoso hacia el reino de los inmortales.
El cura propio de San Andrés, preceptor del Estudio de Humanidades de la Villa de Madrid, fue decisivo en Miguel para que alcanzase la alta cumbre de todos los humanos saberes.
Ambos a escondidas, como dos niños rebeldes al férreo sistema religioso, político y social en que se hallan encorsetados, leen al gran Erasmo de Róterdam , de quien los libros andaban prohibidos.
Y creo que la esencia magistral de el Quijote , al margen de su carácter técnico de protonovela, no se puede concebir sin Erasmo y sin su «Elogio de la Locura», y detrás de todo esto, moviendo los invisibles hilos del gran retablo, la mano providencial de don Juan López de Hoyos.
Se pueden contar con los dedos de una sola mano las personas que, adelantándose en el tiempo, ven en el joven Miguel de Cervantes al futuro «Famoso todo»,al «Poeta alegre», al «Regocijo de las musas», así como a quien iba a ser honra y gloria de toda la Humanidad. Uno de ellos fue don Juan López de Hoyos, por eso le califica de inmediato como «Mi caro y amado discípulo».
¡Ay si supiésemos, cada uno desde su sitio, valorar debidamente la trascendencia que en nuestra vida han ejercido los benditos Maestros!
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