José Rosell Villasevil - SENCILLAMENTE CERVANTES (XXXVIII)

La tabernerita de Tudescos

Pasó por el teatro madrileño el Príncipe de las Letras, dejando su huella profunda

José Rosell Villasevil

Pasó por el teatro madrileño el Príncipe de las Letras , dejando su huella profunda. Tan honda, que ha transcendido al tiempo y al mundo, pues con solo uno de los títulos entró, de hecho y derecho, al paradisíaco reino de los clásicos. Supo plasmar grandeza en su «Numancia», y después de más de cuatro siglos, continúan realizando sobre ella en la mayoría de las Universidades del planeta, valiosos trabajos de investigación. Para entender en su justa medida los valores humanos que se encierran en el dramatismo de «La Numancia» de Cervantes, es preciso sumergirse con él en las remotas aguas de la sabiduría, donde dormitan Sófocles, Esquilo y Eurípides. Verán como «la mano de nieve» renacentista del «Famoso todo», les viene a despertar.

Ni siquiera dejaron de entenderlo, a su manera, aquellos alborotadores «guerrilleros» e ingenuas «cazoleras», que llenaban los corrales de comedias de la época, sin necesidad de que se les estafase intelectualmente, como luego hiciera el «Fénix» con sus comedias, «...pues como las paga el vulgo es justo/hablarle en necio para darle gusto».

Miguel vivió quizá uno de los momentos más felices de su complicada existencia, triunfante en los teatros de la corte del Imperio mayor de la tierra. Y Venus, la más inquietante diosa del Olimpo, le premia con el protagonismo en la troyana contienda de una sublime pasión.

¿Apareció la ninfa entre las frondosas alamedas del festivo Henares, o en las voluptuosas del padre Tajo? No; era la preciosa regente de una taberna en la calle de los Tudescos, cuya sonrisa asomada al coral de sus labios, diluye las esencias eróticas del divino aloque de Valdepeñas, y hace perder los estribos de amor.

Ana de Villafranca , o Franca de Rojas , era madrileña; había venido al mundo hacía unos dieciocho años en el distrito de la Arganzuela, en la «ca» Toledo castiza y chulapa. Era la hija mayor de Juan de Villafranca, que ejercía el modesto oficio de «suplicacionero» (¿recuerdan la dieta que recomienda a Sancho el Dr. Pedro Recio de Agüero?); pero no se asusten si lo lo ignoran: era, sencillamente, un barquillero.

A su madre, Luisa de Rojas, no le salían los números con los escasos medios que aportaba el precario negocio de su cónyuge, por lo que entiende oportuno traspasar una de aquellas bocas. Así que, apenas iniciada la adolescencia, Ana entra como sirvienta en casa del alguacil Martín Mugica y su bondadosa mujer, Damiana Alfaro , de salud delicada, quien compasiva lega a la niña, en su testamento, una dote de cien ducados a percibir una vez contraído matrimonio.

Falleció doña Damiana pronto, y Ana hubo de volver a desequilibrar el hogar paterno, por lo que la mejor solución eracumplir las mandas escribaniles, y heredar los benditos ducados. Así que, sin más, la pobre familia hipoteca los sueños de la niña en aras de unas nupcias no deseadas, con un burdo analfabeto «de las Asturias de Oviedo» (como dcen los documentos), residente en Madrid y ejerciendo el oficio de tratante en el Rastro, que luego alternará con la explotación de una taberna en la corte.

Cuando Miguel regresa a Madrid del largo cautiverio argelino , en las Navidades de 1580, aquella musa ignorada comparte hogar con un hombre al que, cuando menos, aborrece.

La gentileza, la discreción, la conversación amena y elegante de un Príncipe de la Palabra , debieron cautivar a Ana desde el primer momento. Y aquellos amores gloriosos -o diabólicos- debieron ser tan intensos, como el incendio incontrolado que devora cuanto se le pone delante.

Mi admirado amigo, don Emilio Maganto Pavón , el cervantista más documentado en los estudios sobre la amante e hija del «Escritor alegre», ha logrado encontrar en la parroquia de «Sanjuste», o de los Santos Justo y Pastor de Madrid , la partida bautismal del fruto de aquél histórico idilio, que el tratante acepta como primera hija legítima del matrimonio. Era Isabel de Saavedra , la única hija conocida del autor del «Quijote.»

El importante documento, por tantos años rastreado infructuosamente, dice así; «En 9 días del mes de abril de mil y quinientos ochenta y cuatro años, yo Francisco Calvo, teniente cura de la iglesia de sant Justo y Pastor desta villa, baptizé a Isabel, hija de Juan (debió decir Alonso) Rodríguez y su mujer Ana de Vilafranca, fueron comp Juan de Artigas y...»

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