José Rosell Villasevil - SENCILLAMENTE CERVANTES (XXXVII)
En el reino de Talía
Miguel fue un hombre predispuesto para el teatro; era la afición -junto con la poética- de su vida desde la más tierna edad
Miguel fue un hombre predispuesto para el teatro ; era la afición -junto con la poética- de su vida desde la más tierna edad. En El Quijote (II – XI) lo explica muy bien por boca de su personaje gemelo, diciendo a los cómicos de la Carreta de Las Cortes de la Muerte, de Angulo el Malo: «...porque desde muchacho fui aficionado a la caratula, y en mi mocedad se me iban los ojos tras de la farándula».
En el «Viaje del Parnaso», en algún terceto del Capítulo IV, expresa también sus vivencias teatrales: «Yo, con estilo en parte razonable,/he compuesto comedias que en su tiempo/gozaron de lo grave y de lo afable», o el que dedica al título de una de su comedia actualmente perdida, y que tanto triunfó en los escenarios: «Soy por quien “La Confusa”, nada fea,/pareció en los teatros admirable/y esto a su fama es justo de le crea».
Nadie mejor que él puede explicar su trayectoria teatral y sus conocimientos sobre el tema, así como sus inquietudes técnicas e innovadoras: «Y esto es verdad que no se puede contradecir, y aquí entra el salirme yo de los límites de mi llaneza: que se vieron en los teatros de Madrid Los baños de Argel , que yo compuse; La destrucción de Numancia y La Batalla Naval , donde me atreví a reducir las comedias a tres jornadas, de cinco que tenían; mostré, o, por mejor decir, fui el primero que representase las imaginaciones de los pensamientos escondidos del alma, sacando figuras morales al teatro, con general y gustoso aplauso de los oyentes; compuse en este tiempo hasta veinte comedias o treinta, que todas ellas se recitaron sin que se les ofreciese ofrenda de pepinos ni de otra cosa arrojadiza; corrieron su carrera sin silbos, gritas ni barahúndas...»
Resultaba harto complicado para dramaturgos y actores aquél «tinglado de la antigua farsa» madrileño, con tan pocos corrales de comedias. Y los que había, estaban bajo el control y privilegio exclusivo de las hermandades benéficas, que los asignaban caprichosamente abusando de la gran demanda. Es aquí donde Getino de Guzmán pondría a disposición de Cervantes todo el prestigiado poder de su mano izquierda. Además, las compañías compraban las comedias y hacían con ellas de su capa un sayo cortando, añadiendo a su texto e interpretándolo a su antojo.
Las sesiones teatrales se daban alrededor de de las tres de tarde -dependiendo de la época del año-, a plena luz del sol y sin techo ni toldo protector alguno, con el escenario casi a la altura del espectador, y éste separado por sexos, con las mujeres de clase media y baja en la «cazuela», estamento elevado sobre las «gradas» de los varones o «guerrilleros», que así les llamaban por el escándalo que a la mínima equivocación, demora u otro cualquier lapsus de los cómicos organizaban. Solo los «aposentos», libraban a las damas de cierto relieve de aquella amalgama y barahúnda; eran las ventanas de los aposentos que al corral daban, utilizados como palcos improvisados, caros pero discretos. El resto hablaba sin parar, gritaba y denostaba, únicamente descansando para comer frutas o alajús, y beber hidromel o aloja, que allí se expendían abundosamente.
A Miguel, «raro inventor» y precursor de tantas cosas, con una buena formación teatral desde la niñez sevillana, con el P. Acevedo en los Jesuitas, y en la calle admirando al gran Lope de Rueda y otros, vino a preparar el teatro moderno español, como un san Juan Bautista de la farándula. También nos lo cuenta, con la sinceridad y la nobleza que le caracterizan: «Tuve otras cosas en que ocuparme; dejé la pluma y las comedias, y entró luego el monstruo de naturaleza; avasalló y puso debajo de su jurisdicción a todos los farsantes; llenó el mundo de comedias propias, felices y bien razonadas, y todas, que pasan de diez mil pliegos los que tiene escritos, y todas (que es una de las mayores cosas que puede decirse) las ha visto representar, u oído decir por lo menos...»
La experiencia teatral fue muy bonita, y culminaba uno de sus sueños; ganó dinero y fama , dando solución a muchos de sus problemas económicos pendientes. Pero no olvidó la pluma, la dejó veinte años en silencio público, desde la aparición de «Galatea» hasta la explosión, como el nacimiento de una estrella, de «El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha». Y aquí sí que tomaría oficialmente el cetro universal y eterno, con ésta, su «Gran Comedia de la Humanidad».
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