VIVIR TOLEDO

La presa del Artificio. Los molinos de San Servando

Entre el viejo puente de Alcántara de Toledo y su moderno «sucesor» ubicado aguas abajo siempre hubo molinos harineros que, en un caso, perduró hasta principios del siglo XX

La presa del Artificio en 2018. FOTO RAFAEL DEL CERRO

Por RAFAEL DEL CERRO MALAGÓN

Entre el viejo puente de Alcántara de Toledo y su moderno «sucesor» ubicado aguas abajo, el río Tajo salta sobre la que fue llamada presa del Artificio, nombre que recordaba al prodigioso ingenio que ideó el cremonés Juanelo Turriano, en 1569, para poder bombear cuatrocientas cargas de agua diarias hasta el Alcázar. En este paraje siempre hubo molinos harineros que, en un caso, perduró hasta principios del siglo XX. Recordemos que, para impedir la libre edificación de aceñas en un mismo cauce, siempre hubo fueros vigilantes sobre los derechos del agua, lo que aseguraba jugosas rentas a sus dueños. Los molinos pertenecían a reyes, a la Iglesia, a la nobleza, a las órdenes militares, mayorazgos, etc. Tras las desamortizaciones del XIX, la burguesía se hizo con aquellas industrias al tiempo que los renovaron y les dieron nuevos usos.

Esta evolución se aprecia perfectamente en la orilla izquierda del Tajo, una vez que ha rebasado el gran arco del puente de Alcántara de Toledo , sitio donde gana fuerza la corriente para mover regularmente las aceñas, ya que en esta zona se va estrechando el cauce antes de encarar el meandro rocoso que abraza la ciudad.

La historia sitúa aquí los molinos de San Servando –en ocasiones citados como de San Cervantes- adscritos a los frailes benedictinos de San Víctor de Marsella, traídos por Alfonso VI a finales del siglo XI a un monasterio cercano al castillo de San Servando. Un siglo después, al dejar los religiosos la ciudad, sus aceñas pasarían a otras manos, continuando su rentable explotación en el tiempo. En 1751, el Catastro de Ensenada cita el molino de «San Cerbantes» con seis piedras molineras, entonces propiedad de Lorenzo de Robles Gorbalán que, además, poseía otras tres en la otra orilla.

En un plano de la Memoria de Francisco Javier de Cabanes (1828) sobre la navegabilidad del Tajo, se dibuja la presa del Artificio y dos leves salientes en la orilla izquierda, el primero con lo que parece una pasarela hacia la referida presa. Un texto anejo indica: «Molinos de Dn. Gaspar Montoya y el Vizconde de Palazuelos ». Sin otros datos que podamos verificar, cabe pensar si ambos nombres aluden, respectivamente, al arrendatario y al arrendador de entonces. Este detalle gráfico coincide con unas ruinas hoy visibles, cuya fábrica -tal vez del XV-, conservan sillares tallados bajo una tosca mampostería trabada con cal y arcos en rosca de ladrillo. Subsiste el saetín, el angosto canal por el que corría el agua para mover la rueda hidráulica vertical allí alojada. Su giro, con un sistema de transmisión, movía la piedra horizontal (la voladera) que molía el grano sobre la piedra inferior o solera. Todo ello estaba instalado en una estancia de la que aún subsisten sus cuatro muros bajo una techumbre de teja ya perdida.

Ciertas fotografías del siglo XIX, algunas de los toledanos Begué y Alguacil , muestran el exterior de este molino en distinto estado cercano a unas casas utilizadas como almacenes y modestas viviendas. En este lugar, hacia 1864, se alzaría un gran edificio de tres alturas para albergar una fábrica de harinas en 1864, cuya estructura perduró hasta la quinta década del siglo XX.

En 1866 consta que los dueños de la presa del Artificio y los molinos de ambos extremos eran Lino Pérez , un conocido personaje local, y Francisco Esteban Herrera (titulado como conde de Esteban en 1878), diputado a Cortes por Toledo (1867-1868) y senador del mismo distrito (1870 y 1891). En julio de 1870, Francisco Esteban afrontaba unos arreglos en la presa que dejó sin caudal a la Elevadora inaugurada en el mes de enero anterior para abastecer de aguas a la población. Y es que, las habituales avenidas invernales destruían las presas y, en consecuencia, paralizaban los molinos harineros. En 1885, el senador Esteban recordaba al Ayuntamiento que se le abonase la tercera parte del gasto efectuado en el azud del Artificio, conforme a lo estipulado en un acuerdo suscrito, en 1869, pues la citada Elevadora se levantó en un canal de su propiedad.

En 1897, el nuevo dueño de la presa y de las aceñas de San Servando, el industrial Francisco García Moreno añadió en un costado del edificio molinero de 1864 un cuerpo sobre el cauce del río para acoger a La Imperial . Fábrica de Electricidad. Por dos arcadas inferiores pasaría la corriente del río que movería unas dinamos del «sistema Thury» de 140 voltios. Las pruebas efectuadas el 15 de abril de 1898, seguidas de un convite de «pastas, vinos y habanos», fueron positivas. Seguidamente se inició el tendido de una red propia para competir con la Electricista Toledana , creada por Santos González Triana , que había estrenado el nuevo alumbrado en la ciudad, en 1890.

En 1898, Francisco García recordaba al Ayuntamiento que la cesión del canal, acordada en 1868, la hizo para que la Elevadora surtiese de agua a la ciudad. Sin embargo, denunciaba que, desde 1895, en su interior, se permitió montar a La Toledana una turbina generadora de electricidad que vendía al municipio, situación que resultaba dañina para los intereses de La Imperial . A pesar de todo, García publicitaba unas tarifas muy bajas. En noviembre de 1902, el industrial ya había fallecido, pues al estrenarse una turbina de 140 caballos, estaba al frente de la fábrica, su viuda Irene Martínez de Pinillos, y como director técnico (sólo hasta 1903) F rancisco Reizábal Gracía-Criado, empresario que, en 1905, instalaría en Zocodover un exitoso pabellón: El Cinematógrafo Imperial. En 1903, sin duda como una promoción comercial, La Imperial hacía un alarde de alumbrado en el barrio de Santo Tomé con motivo de la fiesta de Nuestra Señora de Montesión. En 1910, la compañía figuraba aún en los listados de centros que producían energía eléctrica en Toledo que, años después, cambiarían totalmente.

Entre 1927 y 1930 se trabajaba en abrir la carretera que partía del torreón exterior del puente de Alcántara, bajo el castillo de San Servando, hasta el nuevo pontón que, aguas abajo, se inauguró en 1933. Aquellas obras eliminaron las antiguas edificaciones allí existentes. Tras la Guerra Civil, le tocaría el turno a la fábrica harinera de 1864, quedando solamente en pie el esqueleto de la central eléctrica de La Imperial .

Rafael del Cerro, historiador
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