Rafael del Cerro Malagón - VIVIR TOLEDO

Otras reseñas sobre hospitales toledanos entre 1936 y 1965

El hospital de Soliss, el de Santa Lucía, en el paseo del Tránsito, y el de San Nicolás

Portal y patio del antiguo sanatorio de Soliss en la plaza de San Justo FOTOS: RAFAEL DEL CERRO

RAFAEL DEL CERRO MALAGÓN

En el verano de 1936 la atención sanitaria existente en Toledo , como el conjunto de la ciudad, se vio damnificada por la irrupción de la guerra. El nuevo complejo del Hospital Provincial, situado junto al castillo de San Servando, al quedar batido desde el Alcázar, así como su principal acceso desde el puente de Alcántara, hizo que, a medio plazo, se habilitase un hospital de sangre en un lugar más seguro como era el antiguo monasterio de San Bernardo. Allí eran llevados los efectivos de las fuerzas republicanas, evacuando a Madrid los casos más complicados. A partir de octubre, con la ciudad ya sujeta al gobierno franquista, el Colegio de Doncellas se convertía en otro hospital de sangre donde curaban a soldados, legionarios, requetés y voluntarios falangistas que guarnecían Toledo. A medida que se estabilizó el frente del Tajo, la atención quirúrgica del Provincial recobraba su actividad, destinándose, en 1937, uno de sus pabellones a convalecientes militares, con una sección específica para los soldados marroquíes. En estos años de la Guerra Civil se anotan, por ejemplo, la entrega solemne, el 29 de enero de 1937, de los cadáveres de dos oficiales rumanos, alistados en la Legión, para ser devueltos a su país por el príncipe Alexandru Cantacuceno, en medio de honores castrenses tributados en la plaza del cardenal Silíceo, tras su paso por las asistencias sanitarias del Colegio de Doncellas . También, en julio del mismo año, llegó con su séquito a Toledo el «bajá de Alcazarquivir», acompañado del interventor de Servicios Marroquíes en España para visitar a los efectivos moros encuadrados en los tabores de Regulares hospitalizados en la ciudad. También el Cuerpo de Ejército del Maestrazgo llegó a instar su propio punto sanitario, o botiquín, en la Escuela de Artes, lugar que además acogió otros servicios militares durante la contienda, mientras que el Centro intentaba organizar su actividad académica en aquel difícil escenario.

Por otra parte, la destrucción del Alcázar y su entorno urbano, en septiembre de 1936, dejaba en el suelo cúmulos de ruinas y numerosos edificios seriamente dañados en la calle Juan Labrador, donde, en 1935, la mutua patronal Soliss había abierto un sanatorio. Sin embargo, en la también afectada cuesta de los Pascuales, se mantuvo en pie la clínica del doctor Luis García Cappa que logaría continuar abierta hasta los años cuarenta. En el marco de la posguerra, diversas circunstancias personales, marcaron el ocaso de otros centros privados (como habían sido los de José Rivera y Ramón Delgado), o dieron paso a una etapa ya distinta. Las atenciones hospitalarias generales ─públicas y benéficas, al margen de la Maternidad y el Psiquiátrico─ continuaban siendo el Hospital Provincial administrado por la Diputación.

El 15 de julio de 1946, la citada entidad de Soliss, tras rehacer su actividad mutualista, inauguraba un completo centro médico con 40 camas, bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen , que situó ahora en el número 3 de la plaza de San Justo, esquina con el callejón del Toro, en un inmueble de rotunda portada barroca que fue preciso respetar. Allí se planificaron cuatro plantas, según un proyecto del arquitecto José Gómez Luengo elaborado cuatro años antes. En la baja, en torno a un patio con claraboya, se instalaron consultas, salas de espera, capilla, depósito de cadáveres, despachos y conserjería. En la principal se situó una amplia sala de reuniones, tres habitaciones para enfermos, vestuarios y otros servicios. La segunda planta acogía un quirófano, diez habitaciones y otras dependencias para el personal del sanatorio. La última se destinó a vivienda del administrador. El sótano reunía las cocinas, el lavadero y otras dependencias auxiliares. La actividad clínica y hospitalaria de este sanatorio permaneció de manera continuada hasta los años ochenta, atendiendo todo tipo de consultas, tratamientos, partos e intervenciones quirúrgicas. En la actualidad, de este sanatorio queda en el exterior un artístico anuncio ─forjado por el artista y socio fundador de la mutua, Julio Pascual ─, en tanto que, en el interior, pervive una huella cerámica con la advocación mariana que identificaba aquel centro asistencial.

También, en plena posguerra, surgió otro pequeño hospital en el número 6 del sonriente paseo de San Cristóbal, que sería denominado de «Santa Lucía». La iniciativa, fechada en 1946, era del doctor Gerardo Vilar Sanz , especializado en oftalmología, que encargó la obra al arquitecto Flaviano Rey de Viñas. En principio se adecuó un edificio de viviendas, ya previsto en 1936, para alojar ahora un sanatorio que reuniría consultas, sala de curas, quirófano, ocho habitaciones, oratorio y otras dependencias. En 1947 se aumentó una planta más para ampliar el número de camas. En 1959 se añadía un terreno colindante que permitiría habilitar nuevos quirófanos, más plazas hospitalarias, depósito de cadáveres y garaje para ambulancias. En este centro concurría la actividad privada de varios médicos y de algunas mutuas para atender a sus afiliados. Como el sanatorio de Soliss, su cierre llegó hacia 1983, derribándose todo su conjunto en 1984 para dar paso a un edificio de viviendas particulares.

Como tercer recuerdo hospitalario privado señalemos el abierto, a principios de 1959, en la calle de las Cadenas, junto a la iglesia de San Nicolás, cuyo nombre fue adoptado por su impulsor, el traumatólogo Ricardo Agustín Puente. En un edificio levantado un año antes previsto para negocio hotelero, se alteraron ciertos espacios para acoger salas de consulta, quirófanos, laboratorio y otros usos. La vida de esta clínica fue corta, pues, en 1965, se estrenaba el Hospital Virgen de la Salud de la Seguridad Social, el gran centro que, por fin, iba a tener Toledo. Esta circunstancia hizo que los centros privados citados caminasen a un inminente cambio o cierre. En el caso concreto del sanatorio de San Nicolás , el edificio, una vez sellada la función sanitaria, volvió a su idea primitiva en 1966: acoger una residencia para viajeros. Y es que, si bien el turismo ya era una realidad creciente en la España de los años sesenta, Toledo carecía de alojamientos hoteleros adecuados. Pocos años después, en julio de 1968, sería inaugurado el Parador Nacional Conde de Orgaz, por cierto, no lejos del Hospital Antituberculoso, iniciado en 1952, dentro de un plan nacional para erradicar esta enfermedad que aún reinaba con fuerza en los años de posguerra.

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