«Te habituabas a las bombas»

Nalio ha colgado el uniforme de policía nacional después de casi 40 años dedicado a servir al ciudadano: desde la lucha contra grupos terroristas a traer nuevas vidas a este mundo

Los tres uniformes, como policía armada y policía nacional, que Nalio vistió durante su carrera profesional ABC

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En su casa del pueblo, Nalio guarda los tres trajes que vistió durante su vida profesional: el gris de policía armada y los dos (marrón y azul marino) como policía nacional. «La gente decía: ‘de grises y de marrones, siguen siendo unos cabrones’», recuerda entre risas.

Para este reportaje, este hombre nacido en 1956 ha elegido el seudónimo que utilizó cuando trabajó en el norte de España en la década de los 80, los llamados «años de plomo». «Vi a muchos compañeros morir y tuve que recoger sus cadáveres» , exterioriza con tristeza.

Lo que va a leer a continuación está recogido en un diario que Nalio escribió de 1978 a 1991, aunque no sabe dónde lo guarda. «Cada día apuntaba lo que me sucedía en mi trabajo y lo que ocurría en España relacionado con la actividad policial que se conocía».

Nalio no había pensado en dedicarse a perseguir gente mala. Se fue con 18 años a cumplir con el servicio militar obligatorio para quitárselo de encima lo antes posible. Estuvo dos años como voluntario. Pero un buen día un compañero suyo le habló de ingresar en la Policía Armada: «Se cobra bien», le dijo para convencerlo. El colega le rellenó la instancia y el intrépido Nalio solo tuvo que preocuparse de firmarla. «Yo tenía una cultura media-alta e incluso carné de conducir desde los 18 años, algo poco frecuente entonces». Antes de licenciarse, Nalio realizó unas pruebas y aprobó. Donde ponía el ojo, ponía la bala, como los buenos tiradores.

Después de su paso por la Academia de Policía, que estaba en el madrileño barrio de Canillas (en lo que ahora es la sede de la Dirección General de la Policía y de algunas especialidades), el primer destino de Nalio fue Madrid. 1977. «Con 21 años ya trabajaba como un gris, como policía armada, en un periodo convulso de toda la transición. Había atentados terroristas, en los que mataban a policías, guardias civiles, periodistas, taxistas,...».

Gente de su entorno le dijo que no diera el paso, que podría perder la vida en cualquier esquina, pero él tiró hacia adelante: «Me gusta la profesión de policía y el destino será el que dios quiera» , respondía siempre.

Estado de un vehículo tras un atentado terrorista Fotografía facilitada por Nalio

Nalio empezó a moverse por una zona de alto riesgo, aunque una de las primeras intervenciones que recuerda tiene que ver con el deporte: el entierro de Santiago Bernabéu, presidente del Real Madrid.

Al año siguiente fue enviado a un lugar que él solicitó porque le traía muy buenos recuerdos de la mili. Aquello coincidió con el paso de policía armada a policía nacional, y con ello el cambio de indumentaria: de gris a marrón. « El traje marrón lo llamábamos el carajillo , independientemente de que alguno lo tomara, porque la chaqueta era marrón oscuro y el pantalón beige, además de una camisa blanca y una corbata negra».

Formó parte de una compañía móvil de motos, que consiguió reducir el alto índice de delincuencia que existía en aquel lugar. «En aquellos años también se aumentaba la plantilla, lo que ayudaba, indudablemente, a reducir los delitos».

En su nuevo destino aprendió muchísimo: «Eras un policía para todo; se hacía de todo, sin especializaciones, con lo que acumulé muchísima experiencia en poco tiempo».

Pero, por circunstancias «que uno ni quiere ni desea», tuvo que cambiar de lugar de trabajo y recaló en una compañía de reserva general, cuyos agentes eran conocidos, coloquialmente, como antidisturbios. Aunque Nalio tenía una ciudad como base, trabajaba en toda España e iba a dónde le necesitasen. Así estuvo una década. «En un año estuve 327 días alternos fuera de la base. Fue mi récord. Y, si contamos los días de vacaciones, pues estuve todo el año sin pisar la base».

«Tiré y nos tiraron»

Conflictos laborales, partidos de fútbol, miembro de seguridad cuando los Reyes de España visitaban Palma de Mallorca,..., incluso fue uno de los 1.000 agentes en las sesiones celebradas en Madrid, en 1982, de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa. Aquel año también estuvo el Papa Juan Pablo II en España y ocurrió la rotura de la presa de Tous. Y allí estaba Nalio; cualquier día, a cualquier hora.

«O en muchísimas amenazas de bombas, unas ciertas y otras falsas, o haciendo patrullas para controlar a terroristas por valles donde tu vida corría peligro». El terrorismo azotaba muy fuerte: ETA, Grapo y grupos independentistas. «Aunque suene raro, te habituabas a los tiros, a las bombas, a los enfrentamientos con terroristas, que llevaban unos chalecos antibalas cojonudos y unos coches blindados tan buenos como los nuestros», desvela Nalio. «Tiré y nos tiraron. No tuve que matar a nadie, porque nunca estuve en un cuerpo a cuerpo; siempre fue para intimidar . Raro será el policía en activo que, en la calle, no haya tenido un enfrentamiento en el que haya tenido que utilizar su arma reglamentaria».

No se le olvida la imagen del obispo José María Setién, en el País Vasco, cuando este sacerdote católico mandaba retirar la bandera de España puesta sobre el féretro de una víctima de ETA para poder entrar el ataúd en la iglesia. «Recuerdo verlo en jarras en la puerta hasta que la bandera era retirada. ‘¡Aquí no entra con la bandera de España!’, decía. Pero luego llegaba el terrorista muerto y su féretro pasaba con la ikurriña’».

Tampoco la cara del ministro de Interior José Barrionuevo, «al que llamábamos ‘el enterrador’, porque siempre iba a poner la medalla al féretro con la bandera de España y la gorra del agente asesinado. No iba a decirnos qué buenos éramos, no teníamos ninguna palmadita suya en la espalda». De vez en cuando, rememora Nalio, aparecía la banda de música de la Policía, desplazada desde Madrid, para ofrecer un concierto en algún acuartelamiento. «No sé si lo harían para calmar los nervios o cambiar las mentes», añade.

«El terrorismo supone una tensión continua, porque estás enterrando a compañeros que conoces. El que está allí arriba luchando (se refiere al País Vasco) lo hace codo con codo con un policía o con un guardia civil —medita—. Fuera de allí, sigue siendo compañero, un hermano, algo que la gente que no ha estado allí no lo sabe. Daba igual que fueras policía o guardia civil; todos éramos lo mismo».

¿Y cómo lo llevaba su familia?

Desde el principio, fue complicado. Las personas no aceptaban que tú estuvieras donde mataban a la gente. Pero te creabas una adicción y yo me sentía policía (alarga las últimas sílabas). Cuando llegaba a casa con unas barbas hasta aquí (se señala el pecho), con unas malas pintas, de madrugada, y salían mis hijos a mirar, yo tenía que llevar siempre un regalo para tener un acercamiento. Porque mis hijos llegaron a estar sin verme hasta tres meses en algunas ocasiones durante los diez años que me moví por toda España.

El 23-F y Jon Manteca

En esa década también vivió, piel con piel, el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. «Le pregunté a un guardia qué hacía allí y me respondió que no lo sabía; que estaba haciendo un curso de tráfico cuando le dijeron que subieran a unos autobuses. Unos guardias iban uniformados; otros, a medias o con partes diferentes del uniforme,..., hubo improvisación».

Y tuvo delante a Jon Manteca, más conocido como el Cojo Manteca, en una manifestación de estudiantes el 23 de enero de 1987 en Madrid. Se hizo famoso por destrozar mobiliario urbano con una de sus dos muletas (le faltaba una pierna).

Los diez años de Nalio en los antidisturbios, hasta 1989, dieron para vivir también situaciones muy trágicas. «Tenía experiencia, había asistido a diversos atentados, y te vas curtiendo; al cirujano, por ejemplo, no le puede dar miedo la sangre» . Recogió restos humanos de las 180 personas que murieron en el accidente del Boeing 747 que el 27 de noviembre de 1983 cayó envuelto en llamas en Mejorada del Campo, a 10 kilómetros del aeropuerto Madrid-Barajas. Y estuvo igualmente en el monte Oiz, donde el 19 de febrero de 1985 un Boeing 727 chocó contra una antena de ETB (de la televisión pública vasca) y dejó 148 víctimas mortales.

«La vida de policía es ser un poco samaritano, como la madre Teresa de Calcuta, y, por otro lado, lo que llama la gente ‘represor’. Pero no es así; tú estás para cumplir unas normas, aunque te duela; pero como le puede doler a un juez cuando dictamina una sentencia a favor o en contra. Él está para hacer cumplir la ley», reflexiona. «Lo que está haciendo, prácticamente al 100 por cien, es ayudar a la sociedad».

Porque Nalio también asistió dos partos como policía: uno en un portal y otro dentro de un coche. «En uno de ellos, no me acuerdo en cuál, utilicé los cordones de mis botas para atar el cordón umbilical», apostilla. Y, en las huelgas por conflictos laborales, «nosotros íbamos a restablecer el orden para que el resto de ciudadanos pudiera circular por las calles y acudir a sus quehaceres. La gente piensa que había enfrentamientos. Pues, no. Llegábamos y veíamos lo que hacían los manifestantes; mientras tanto, tomábamos chorizos y pancetas con ellos en algunas ocasiones; casi siempre había diálogo».

Vehículo policial tras una intervención Fotografía facilitada por Nalio

Habla también de los linchamientos públicos contra un detenido: «Tú, como policía, tienes que custodiar al presunto autor de unos hechos. Y, si está herido, lo llevas al hospital. Me da igual que sea un terrorista, un delincuente habitual o por violencia machista. Yo estoy viendo a un ciudadano con unas características y yo soy el intermediario entre él y el juez. Tú convives con un detenido cuando lo arrestas. Y lo tienes que cuidar hasta que vaya al juez. Le dice lo que ha hecho: «Yo soy el policía y tú eres el ladrón. Aquí no hay más. Nosotros vamos a decir al juez lo que, presuntamente, ha hecho, custodiando las pruebas y los testigos que pudieran existir».

Y vuelve a citar a la madre Teresa de Calcuta para ejemplificar el trabajo de la Policía. «He alimentado a mucha gente necesitada, mi bocadillo se lo he dado a muchas personas porque yo consideraba que estaban más necesitadas que yo, aunque no puedes hacerlo con todo el mundo. Aquella persona a la que ha ayudado un policía estará agradecida eternamente».

A su paso por los antidisturbios le siguieron destinos más «tranquilos». Aunque nunca le pusieron una pistola en la cabeza, sí se abalanzaron sobre él con un estile y, en otra ocasión, con unas tijeras cuando iba a cachear a un individuo. «En este caso la solución fue pegar dos taponazos (tiros) a la pared y decirle al individuo: ‘el siguiente va a tu cara’. No ocurrió, pero sí sirvió para que depusiera su actitud».

Con numerosas condecoraciones después de casi 40 años en activo, Nalio ya no trabaja como policía. «A mí no me ha costado el cambio de vida, como sí les ha podido ocurrir a otros compañeros. Si acaso, acostumbrarme a levantarme cuando quiera; solo fueron unos días. Pero nada más. No tienes una hora de entrada y menos de salida, ni tienes que fichar. Estás más libre. Ganas, física y mentalmente, un mil por mil». Y ha vuelto al País Vasco, a ciudades y zonas donde trabajó durante los sangrientos «años de plomo»: «Yo lo tengo muy olvidado, no lo veo con ninguna animadversión».

¿Y si volviera a tener que elegir una profesión?

Volvería a presentarme para ser policía.

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