«Era feliz detrás de unos chorizos»
José ha sido el azote de muchos delincuentes durante décadas, pero la jubilación le ha llegado. Después de 40 años deja la Guardia Civil, «que ha sido mi vida»
![José, en el despacho de un compañero el pasado diciembre](https://s1.abcstatics.com/media/espana/2019/01/06/foto-guardia-jubilacion-U30861160104GrH--1248x698@abc.jpg)
«Muchos me decían que era un gilipollas, pero yo respondía que era feliz en mi trabajo. Siempre he trabajado a gusto. Como jefe de grupo, podía haberme quedado en la oficina; sin embargo, donde había una entrada y registro con peligro, allí estaba yo, con el chaleco puesto». José (nombre ficticio por petición propia) ha sido un tipo dedicado a la Guardia Civil —«ella ha sido mi vida»—, aunque su familia es otra realmente: «Mis hijos se han criado con mi mujer esperando ver a su padre» .
Pero le ha llegado también la jubilación en el cuerpo después de 40 años. Y eso que nunca había pensado vestirse de verde. Hijo de un carpintero, fue un adolescente al que no le gustaban los libros. Por eso empezó joven a dejarse las manos en la carpintería que su familia tenía en un municipio de Ciudad Real. «Trabajaba un montón, echaba muchísimas horas, porque no había tanta maquinaria y herramientas como ahora. Pero no se ganaba dinero y con 17 años me fui voluntario al Ejército». Estuvo veinte meses en Madrid, tiempo en el que aprobó un curso para cabo y se marchó a Leganés para enrolarse en el Regimiento Saboya.
Entre imaginarias y maniobras, algún compañero habló a José de la idea de apuntarse a la Guardia Civil. «En mi vida había pensado en eso. Iba a volver a la carpintería después de licenciarme en el Ejército, pero ya sabía lo que había en el negocio de mi padre». Por eso, y con las ganas de ganarse las lentejas de otra manera, echó la instancia en el benemérito cuerpo. Aprobó y el 1 de septiembre de 1975 se incorporó a la Academia de Guardias de Úbeda (Jaén). Allí permaneció 6 meses y su primer destino fue una compañía de antidisburbios de Madrid. Él tenía 20 años.
Cuenta su vida como si estuviera examinándose de unas oposiciones. Cantando la lección sin la más mínima duda. Como si leyera un libro; el libro de su vida.
«Cuando yo llegué como guardia era una época convulsa, de manifestaciones, de huelgas, que eran... no veas cómo eran». José se movía por todo Madrid. Él y sus compañeros se desplazaban en vehículos Land Rover nuevos y usaban solo mosquetones, a los que metían la bala para lanzar una pelota o un bote de humo; y luego usaban una baqueta para sacar la vaina. La tecnología de la época.
Prestó servicio de seguridad exterior en la Prisión Provincial de Madrid —aunque todo el mundo la conocía como la cárcel de Carabanchel—, y también escoltó a generales. «Fueron los dos años en los que vestí el uniforme en toda mi vida profesional. Luego solo lo hice para recibir condecoraciones, en actos oficiales y para hablar con un teniente coronel».
«Cualquier día te matan»
Con 22 años, José pudo colgar el uniforme en el armario porque aprobó el examen que le permitió entrar en un grupo de Información. «Era una época en la que había muchos atentados terroristas en Madrid». Y la capital de España se la recorría en un coche camuflado, desde las nueve de la mañana hasta una hora indeterminada. No tenía horario y sí el arrojo juvenil. «Yo iba a mi aire para obtener información, pero no con un objetivo concreto». José se llevaba muchos días su propio coche y se presentaba con detenidos, un día sí y otro también, en la Dirección General de la Guardia Civil. Él solito se encargaba de localizar a delincuentes en busca y captura, aquellos que eran más escurridizos. «Aunque era un niño con una pistola colgada en el cinto, yo tenía mucha sangre fría». Con su expediente, José empezó a granjearse a sus superiores. «El jefe de la unidad me decía: ‘Cualquier día te matan’. Y yo le respondía: ‘Pues si me matan, mala suerte, mi capitán’».
Investigó muchos atentados terroristas en los que murieron compañeros, y también volvió a la prisión de Carabanchel, aunque de paisano, para detectar posibles fugas, atentados terroristas o artefactos. Con la pinta que tenía, no le resultaba difícil mezclarse con el público que acudía a ver a presos. «Parecía más chorizo que muchos de los que había allí» .
En 1984 aprobó un curso para ascender a cabo y le enviaron como comandante de puesto a una pequeña localidad de 400 habitantes. Tan desconocido para él era su nuevo destino que tuvo que mirar en un mapa dónde estaba el pueblo. Pero José nunca llevó allí los muebles desde Madrid. Días antes del traslado, un teniente coronel se fijó en el relevante expediente de José con solo 29 años: tenía un perfil idóneo para un grupo de Información. Pero era una época en la que los teléfonos móviles no existían, por lo que a José le tuvieron que localizar llamándole a una entidad bancaria de su pueblo, donde solo había cuatro teléfonos.
Entonces volvió a descolgar del armario el uniforme para entrevistarse con el teniente coronel, quien le fue muy clarito: «Quiero que te quedes como jefe del grupo de Información, pero, si luego no vales, regresas a tu destino como comandante de puesto». Había uno o dos atracos todas las semanas en la provincia donde iba a trabajar. Y el hijo del carpintero aceptó el trato, pero con tres peticiones: gente joven, de su edad (29 años), vehículos camuflados y facilitad de movimiento en toda España. «¡Pues, venga; hecho!», respondió su superior.
Y José alquiló un piso para su familia, aunque él apenas lo pisaba. « No había noche y día para mí (alarga las palabras). Atraco que había, allí estaba el primero. También estafas, robos con fuerza, hurtos, corrupción de menores... y homicidios. Antes no era como ahora, que está todo especializado». El cabo José mandaba un grupo de 25 personas por una carambola: el sargento estaba gravemente enfermo y el oficial había ascendido.
Empezó a tejer una red de colaboradores y confidentes tan buenos que le permitió adelantarse a los malos en muchas ocasiones y detenerlos antes de que consumaran sus fechorías. «Los atracos a bancos los llevábamos resueltos casi al 100 por cien. Me iba a la sucursal, veía las imágenes y estudiaba el modus operandi, y me movía por las prisiones».
El desafío de algunos jueces
Echaba muchas horas, muchos días, para esclarecer todo tipo de delitos. «Yo vivía para la Guardia Civil». En horas pasaba de encargarse de un homicidio, al rato de un atraco y luego de una gran estafa o de un delito de drogas. Su celo profesional era tal que jueces de primera instancia e instrucción le planteaban retos: «Cabo, no tiene narices a cazar a tal delincuente. Le va a costar». Y él respondía: «Sí, señoría, me va a costar, pero lo voy a trincar» . Palabra de José; misión cumplida.
Realizó curso de Información, Policía Judicial y de Drogas. También llegó el ascenso a sargento en 1995. Por su sobresaliente expediente, pudo permanecer en el mismo destino. Y, durante mucho tiempo, fue felicitado, por la acumulación de buenos servicios, en el boletín oficial que la Guardia Civil publica a primeros de año.
Pero en su piso era casi un extraño. «Iba a mi casa, me duchaba, me cambiaba de ropa y a seguir en el tajo. Ni dormía. No tenía vida familiar. Mis hijos se han criado con mi mujer esperando ver a su padre». De todos modos, José se ha sentido siempre respaldado por su familia. «Mi esposa ha sufrido mucho, ha estado muchas semanas sin tenerme al lado y con el temor a que yo muriera en cualquier momento. He estado metido en muchas movidas».
¿Y ha estado cerca de la muerte?
Sí, sobre todo cuando iba a detener a bandas de extranjeros que miden poco la vida de una persona. Con chaleco o no puesto, había veces que pensabas que podía ser el último día.
¿Ha hecho buenas migas con delincuentes?
A uno fui a prisión a leerle sus derechos porque averigüé su participación en un delito durante un permiso. Cogió los barrotes y me gritó: ‘¡Hijo de la gran puta, te tengo que matar cuando salga de aquí! ¡La única misión que tengo es matarte!’. Dije en prisión que me avisaran cuando saliera. Ahora es amigo mío. Tengo muchos conocidos a los que he detenido y no me guardan rencor. Los veo y me tomo una cerveza con ellos. Tengo amigos hasta en el infierno y los seguiré teniendo.
Dos espinitas clavadas
Ya en la reserva desde hace tres años, tiene dos espinitas clavadas porque no logró esclarecer dos homicidios: el crimen de un hombre en un club de alterne y la muerte de una chica con medio kilogramo de cocaína dentro de su cuerpo. Sin embargo, está muy orgulloso de haber resuelto un execrable caso de abusos de menores que llevó a un pederasta y a su compañera a prisión.
La primera semana sin tener que ir a trabajar, a su mujer le parecía extraño que estuviera en casa . «Pero fue solo esos siete días. Desde entonces no paro. Tengo tantos amigos gracias a mi profesión que cada día me llama alguno. Hago mucha vida social. Como una vez a la semana en mi casa..., y a lo mejor». Ese tiempo que no dedicó a sus hijos lo compensa ahora con la dedicación a sus nietos, los ojitos del abuelo.
No se arrepiente de la vida que ha llevado por su profesión, y durante la que ha recibido varias condecoraciones con distintivo blanco, además de medallas al mérito policial y militar. «Lo mío era estar en el barro. Era feliz detrás de unos chorizos, jugándomela constantemente. He vivido por y para la Guardia Civil, a la que amaré hasta que me muera. Y a mis compañeros siempre los querré muchísimo».
Noticias relacionadas