Usos (perversos) de la memoria
No se puede dar lecciones de memoria histórica en una Barcelona que rememora el 90 aniversario de los bombardeos italianos del 38 pero olvida a la treintena de presos franquistas fusilados el 11 de agosto de aquel mismo año
¿La memoria «histórica» de la izquierda bebe de la paradoja. Se acusa al pacto de la Transición -el despreciado «régimen del 78»- de amnesia y se patrocina la retirada de nomenclátor, símbolos y monumentos de la época franquista.
La obsesión por hacer tabla rasa alcanza incluso a las placas del Ministerio de la Vivienda en los edificios de «renta limitada». A falta de propuestas (factibles) para nuestro presente - Sánchez gobierna vía decretazo y Colau no cumple su programa de vivienda social-, el izquierdismo infantil recurre como siempre a los réditos del «contra Franco vivíamos mejor» (Vázquez Montalbán dixit).
En 2017 este cronista conversaba al respecto con Jean-Yves Jouannais (Montluçon, 1964), autor de «El uso de las ruinas» (Acantilado), un libro que deberían leer quienes rigen los desatinos de la memoria histérica. Jouannais puso por primera vez sus ojos en una ruina bélica a los diez años; su abuelo le llevó a Verdún, escenario de la gran matanza de 1914: «Era la trinchera de las bayonetas», recordaba. Profesor, crítico de arte y redactor jefe de la revista Art press, ha publicado «L’idiotie» (2003), «Artistas sin obra» (2014) y «El uso de las ruinas» (2017): el conjunto de su ensayismo mereció en 2014 el premio Roger Caillois del PEN Club francés.
Hace una década, Jouannais emprendió en el Centro Pompidou la «Enciclopedia de las guerras», ciclo de conferencias que ha de ocuparle toda la vida. Según sus cálculos, escribirá la última entrada al cumplir setenta y tres años... Como punto de partida, el curioso enciclopedista tomó el «Bouvard y Pécuchet» de Flaubert - un apasionado de la historia militar- y leyó todo lo que cayó en sus manos acerca de la guerra.
En «El uso de las ruinas», Jouannais no sigue un orden cronológico. Sus pesquisas transitan de la guerra de Sucesión de 1700, al Cartago arrasado por Escipión, un lector de Heráclito ; su orden del mundo es ir sembrando escombros al azar: «Sólo salvaron una enciclopedia agrícola que no sirvió de gran cosa porque habían cubierto los campos de sal»; bombas de fósforo se despeñan sobre Dresde; el bombardeo salva a Víctor Kemplerer -autor de «La lengua del Tercer Reich»- del último viaje al campo de exterminio: «Gracias al caos de las explosiones pudo escapar y sobrevivir a la guerra», explica Jouannais.
Pero la sustancia más sensible de «El uso de las ruinas» lleva el nombre de Michael Cinei. Tras los atentados del 11-S , el buque «USS New York,» dedicado a la guerra contra el terrorismo, se construyó con ocho toneladas de acero provenientes de las Torres Gemelas. Entre esas ruinas estaban los restos de Michael. Su madre, Nancy, se mostró orgullosa. El episodio, subraya Jouannais, «descubre, acaso sin tener conciencia de ello, que la guerra, por moderna que sea, no es más que un cuerpo a cuerpo».
Que una ruina sea o no conservada atañe, sobre todo, a su propósito político. La catedral de Rennes, incendiada por los prusianos en la gran guerra, fue reconstruida; la ciudad de Oradour-sur-Galane, destruida por el Waffen-SS en 1944, se dejó tal como la dejaron, como un museo a cielo abierto. Belchite podría ser su paralelismo español.
Concluimos la conversación con una pregunta comprometida. La obsesión de borrar símbolos y debelar monumentos del franquismo mientras se reivindica la memoria histórica. Jouannais no dudó: «Que haya tantas huellas del franquismo es lógico, porque ocupó una porción importante de la historia española. Mi idea es que todo eso debe permanecer y juzgarse, nada debe ser borrado porque somos una sociedad mayor de edad. Gracias a la democracia se ejerce la mirada crítica sobre la Historia . Es curioso, porque la guerra civil es tal vez la única guerra explicada por los vencidos; por lo menos, esa es la versión que conocimos en Francia».
Hacer desaparecer lo que huela a franquismo denota impotencia interpretativa de la Historia y renueva el afán vengativo que mostraron los vencedores de la guerra civil. Si Franco dominó el territorio militar y el encuadramiento social, el relato hegemónico sobre lo sucedido fue de los perdedores. Quienes califican de amnésica la Transición después de cuarenta años de dictadura, han dedicado otros cuarenta años a construir un relato sectario sobre lo ocurrido en España entre 1936 y 1975 al dibujar un cuadro idílico de la II República.
No se puede dar lecciones de memoria histórica en una Barcelona que rememora el 90 aniversario de los bombardeos italianos del 38 pero olvida a la treintena de presos franquistas (casi todos catalanes) fusilados el 11 de agosto de aquel mismo año en el castillo de Montjuïc, un espacio -como la Modelo y pronto la comisaría de Vía Layetana- acaparado por la memoria oficial del nacional-populismo. Guste o no, esa es, también, memoria de todos. Lo demás son usos políticos de las ruinas o, directamente, perversión moral.
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