Una «superstar» tardía de las togas

A punto de jubilarse antes de Navidad tras una longeva carrera en el Ministerio Público, Navajas ha explotado en graves acusaciones contra compañeros suyos en la jefatura de la Fiscalía del Tribunal Supremo

Manuel Marín

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En dos días de furia y exceso tras cuarenta años de fiscal, Luis Navajas (Granada, 1948) se ha revelado como una «superstar» tardía de las togas y como un dinamitador de esos equilibrios imposibles que siempre necesitó la Fiscalía, y que pocas veces ha tenido. A punto de jubilarse antes de Navidad tras una longeva carrera en el Ministerio Público, Navajas ha explotado en graves acusaciones contra compañeros suyos en la jefatura de la Fiscalía del Tribunal Supremo -el teniente fiscal es el número dos del fiscal general de turno-, y ha derrochado una sobreactuada locuacidad impropia, por atípica y sorprendente, del cargo que aún ocupa.

Su manera de hacer implosionar la Fiscalía destapando miserias íntimas, rencores históricos, despechos ideológicos y desprecios personales larvados con los años, ha sido inédita en la historia de nuestros Tribunales. Presentarse en el «prime time» radiofónico para defenderse de las críticas por su rechazo a investigar penalmente al Gobierno por su gestión del coronavirus, y hacerlo afirmando que él no es fiel a ningún político , sino únicamente a tres «emes» -monárquico, madridista y monógamo- delata una parte desconocida y un tanto excéntrica de su hasta ahora opaco perfil público. Porque es tanto como sostener, por ejemplo, que cualquier otro fiscal fiel a tres «bes» -barcelonista, borracho y bígamo, por ejemplo- no merecería perdón de Dios porque solo la «eme» reúne las virtudes vitales necesarias para ser un fiscal libre de toda sospecha. Lo mismo vale para su criterio impuesto de que el Gobierno no debe ser investigado. El teniente fiscal soy yo, y punto.

Y es extraño, porque Navajas nunca fue un autoritario en una carrera jerárquica y muy endogámica. Ha sido «número dos» con hasta seis fiscales generales del Estado designados por Gobiernos tanto del PSOE como del PP, lo cual tiene un indudable mérito profesional, y hasta en cuatro ocasiones ha ejercido como máximo cargo del Ministerio Público en funciones. Sin embargo, las tensiones internas en un ambiente hostil, un sobrevenido afán de protagonismo que siempre había permanecido oculto y reservado para otros jueces y fiscales de más porte mediático, o quizás la cercanía de su jubilación, cuando ya poco importa lo que digan de uno, le han hecho romper la baraja. Y es la Fiscalía la que queda en un pésimo lugar a los ojos de la opinión pública . La del Supremo, por la existencia de fiscales conservadores ideologizados que pretendían influir sobre él; la de Anticorrupción por mantener un plus elitista de intocabilidad en pleno proceso de renovación de los dos polémicos fiscales del caso Villarejo; la del Constitucional..., váyase a saber por qué. El único fiscal libre, de la Fiscalía fetén de toda la vida, se despide del cargo dejando al Ministerio Público bajo la sombra de una sospecha sucia. Como si la presunción repostera de un pasteleo crónico no fuese ya suficiente prejuicio en cada proceso de renovación del Poder Judicial.

Luis Navajas siempre fue fiscal y en ocasiones, desde pronto en sus primeros destinos en la Guipúzcoa de los años más negros de ETA, su criterio ya resultaba conflictivo. En 1989 ya saltó a las portadas con un dictamen que fue bautizado como «informe Navajas», en el que acusaba a relevantes cargos de la Guardia Civil de la comandancia donostiarra de Intxaurrondo de liderar una red interna de tráfico de drogas. Intxaurrondo siempre fue el icono de la Benemérita en la lucha contra ETA, y mucho más que un símbolo cuando a su frente estaba Enrique Rodríguez Galindo. El caso quedó en agua de borrajas, pero le valió duras críticas en un momento en que tanto la Guardia Civil como el Ejército eran objetivo preferente de los terroristas.

A Navajas, unos compañeros de carrera le achacan una capacidad técnica depurada . Pero otros sin embargo cuestionan su rigor jurídico más allá de cualquier sesgo ideológico. Nunca militó , que se conozca, en ninguna de las dos representativas asociaciones de fiscales, ni la conservadora, ni la progresista, y siempre actuó por libre. Quizás por eso nunca antes aireó como ahora sus cuitas jurídicas y las presiones que recibía -o ejercía-, o las desautorizaciones que él realizaba frente a otros fiscales. En cualquier caso, nunca habría sido número dos de la Fiscalía si no gozase de prestigio interno y de una capacidad de trabajo fuera de toda duda.

Sin embargo, en algunas etapas de su vida profesional ha sido un coleccionista de reveses y cuestionado internamente, como lo fue por su actuación al frente del caso Prestige . También fue el promotor del sobreseimiento del caso por el que en 2012 Baltasar Garzón fue investigado por prevaricación tras haberse declarado competente para instruir una causa revisionista por los crímenes del franquismo. Navajas consideró que no debía juzgarse a Garzón por ello. Por entonces, el antiguo juez de la Audiencia Nacional había consolidado ya una estrecha vinculación personal con Dolores Delgado , la fiscal general que optó por no relevar a Navajas y mantenerlo como teniente fiscal hasta su jubilación.

Ahora reconoce que siempre tuvo sus «dudas» sobre si los líderes independentistas catalanes debieron ser juzgados por rebelión , pero entonces calló. No quiso imponerse, pero eso no ha sido óbice para que ahora haya pasado la factura al cobro a los cuatro fiscales del caso que apostaron por ese delito, y no por sedición. «Algunos siguen llorando por las esquinas», dice en tono de vendetta, por la desautorización de que fueron objeto por la sentencia del Supremo. Hoy son muchos fiscales, de acuerdo o no con sus criterios jurídicos sobre la investigación penal al Gobierno, los que le reprochan su voladura descontrolada de la carrera, las formas elegidas para su exceso, el tono displicente y desahogado con que alude a querellas y denuncias tras la muerte de 30.000 personas y, sobre todo, la nube tóxica de contaminación con la que ha cubierto a la Fiscalía en los momentos más críticos de nuestra historia reciente.

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