La siniestra maquinaria

El mayor delirio de nuestra era es la democracia europea. Es imposible que todo no acabe en fascismo

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, en el Parlamento Europeo EFE
Salvador Sostres

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Hacía años que no sentía tanto miedo como el lunes, de visita en el Parlamento Europeo. Es la más siniestra maquinaria que jamás he conocido al servicio de la anulación del individuo, de su total sometimiento a una burocracia apabullante, atroz, que no tiene otro finalidad que la de asegurarse que en ningún rincón permanece el menor deseo de aún ser original y libre. Mi estupor no es euroescéptico ni un reproche a la Unión Europa en su concepto. Mi pavor es al imperio del funcionario ensimismado. De todo lo que en mi vida he visto es lo que más se ha parecido a la extinción de la Humanidad en su esfuerzo por ser libre. Es el ensayo general del Mal preparando el desembarco del mismísimo Diablo, que si algún día regresa físicamente a la Tierra, se instalará en el Parlamento Europeo de Estrasburgo. En ningún otro lugar se sentirá tan en casa.

Paseando por sus pasillos colmeneros, con aterradores hileras de despachos, me sentí cautivo y desarmado entre una legión de funcionarios que habían de repente tomado el control de mi vida. En cada pasillo, un torno. En cada torno, un funcionario que decidía si te dejaba pasar con la arrogancia de quien sabe que tiene tu existencia completa en sus manos. Me detuve en una esquina para contemplar el río de presidentes, vicepresidentes y asesores, todos con la mirada perdida y el paso redundante, abducidos por la siniestra maquinaria. Una diputada me habló de algunas normativas y cuando en un minuto había usado ya más palabras de las que Jaime Gil de Biedma necesitó en Pandémica, era imposible no pensar que había enloquecido y que su inútil verborrea había dejado de guardar para siempre cualquier proporción con la realidad . Es el expansionismo de quien sabe que tiene todo el tiempo y toda la fuerza para aplastar tu pobre esperanza, para reducirte a engranaje y que asustes a los que vendrán. Y los de la derecha se parecen a los de la izquierda, y entre Puigdemont y González Pons pronto habrá mucha más similitud que diferencia, y sus espaldas doblegadas les asemejarán mucho más que lo distinto que puedan pensar sobre España. Vi a Esteban: paseaba como un espectro, muy a juego la destrucción de aquella casa. ¡Con lo que fue! Entiendo a cualquiera que quiera marcharse y que sienta la urgencia de hacerlo a toda prisa. Entiendo la angustia de querer y no poder salir de aquel edificio endiablado, porque fue el lunes mi angustia. Cuando con Carmen Macías, periodista de La Razón, intentamos marcharnos, tardamos media hora en lograrlo, y entre pasillos, ascensores y tornos, hubo momentos en que pensé que jamás lo conseguiríamos y tuve que tomarle la maleta a Carmen, porque entre el cansancio de la jornada y el humillante laberinto estuvo a punto de desfallecer. El mayor delirio de nuestra era es la burocracia europea. El hombre libre tiene a su más declarado enemigo en Estrasburgo y en Bruselas.

Es imposible que todo esto no acabe en fascismo. El fascismo de los funcionarios como una Stassi controlando cada uno de tus movimientos, y el fascismo de quien más temprano que tarde se siente comprensiblemente perseguido, rodeado y asediado, y al tomar impulso para liberarse no puede frenarse cuando ya ha incendiado la terrorífica casa y se lleva a media Europa por delante.

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