La sesión en la que no se dejó hablar a los diputados
González, Fraga y Carrillo avivaron la andanada contra la UCD en el Congreso
«No hubo debate, pero sí tormenta parlamentaria ». Ese fue el encabezamiento con el que el ABC contextualizó el 31 de marzo de 1979 la crónica sobre la primera investidura de un presidente del Gobierno tras la aprobación de la Constitución. Una sesión celebrada en plena campaña, a solo tres días de las que serían también las primeras elecciones municipales. Enmarcada en toda la efervescencia de la reciente democracia, pero durante la cual, paradójicamente, no se permitió a las fuerzas políticas contestar al programa del candidato, Adolfo Suárez, antes de votarlo, lo que desembocó en una bronca monumental, con «grandes protestas y pateos» en la grada.
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Sentados en el hemiciclo estaban Jordi Pujol (CiU), Blas Piñar (Unión Nacional), Xabier Arzalluz (PNV) , ausentes los tres diputados de Herri Batasuna, y al frente de la oposición el socialista Felipe González, que protagonizó junto con Manuel Fraga (Coalición Democrática) y Santiago Carrillo (Partido Comunista) un conato de revuelta en los escaños, exigiendo poder tomar la palabra.
El viejo Reglamento
Pero no fue posible. Y es que, a falta de un formato establecido y con el Reglamento provisional de las Cortes anteriores, y anterior también a la Carta Magna en la mano, el presidente interino del Congreso, Landelino Lavill a, hizo uso de sus facultades para disponer que «sin preceder debate alguno» se procedería a votar inmediatamente después de que Suárez expusiera su programa y solicitara la confianza de la Cámara.
De nada sirvieron los «abucheos, pitidos y pataleos» de los que da cuenta la hemeroteca, ni la moción firmada por 102 diputados que presentó Felipe González -y que Fraga pidió respaldar en voz alta el primero- en la que se solicitaba que los diputados pudieran alterar el orden del día y propiciar las intervenciones. «Me resisto a creer que ocasión tan solemne como la que vivimos, que tanta trascendencia debe tener para el destino de nuestro pueblo , no sea digna de un debate parlamentario en profundidad y que se hurte a esta Cámara la posibilidad de una amplia confrontación», invocó en vano el socialista.
Lavilla mantuvo su criterio, remitiéndose reiteradamente a su potestad y, en segundo término, a unas consultas previas habidas «con los representantes de todas las fuerzas políticas» , en las que dijo se revelaron «posiciones inflexibles» que le obligaron, «contra lo que era su voluntad» , a negar los turnos reclamados.
Pero fue Carrillo quien, pidiendo orden a gritos en mitad de la turba, dejó constancia para el Diario de Sesiones de que en aquellas consultas solo la UCD -que sumaba 168 escaños- se había opuesto al debate, y a propósito dejó una de las proclamas más célebres del día. « Este es un precedente nefasto -sentenció-, el precedente de que aquí, con una minoría mayoritaria y con algunos añadidos coyunturales, Unión de Centro Democrático restringe la soberanía del Parlamento y se cisca en la autoridad del Pleno del Parlamento».
Para la memoria de ambiente, las actas oficiales reflejan que, al inicio del discurso de Adolfo Suárez con veinte minutos de retraso por la andanada, «muchos diputados situados en los escaños de la izquierda producen murmullos y toses y abren ostensiblemente sus periódicos». ABC narró que, en la hora y doce minutos que duró la alocución, « los diputados socialistas estuvieron entrando y saliendo del hemiciclo» y que, al final, el candidato fue «calurosamente aplaudido por los diputados centristas».
La anécdota final
Con todo, hubo mayoría absoluta , 183 votos a favor sumados los de UCD, los nueve de los de Fraga, los del Partido Socialista de Andalucía-PA, UPN y Partido Regionalista Aragonés. CiU se abstuvo. La investidura terminó a las dos horas y media -todo un récord, comparado con lo que ha venido después - y con la fortuna de una anécdota humorística final que ayudó a aplacar ánimos. Un diputado del PSOE fue llamado a votar dos veces, como «García Plaza» y luego con su apellido real, Gracia Plaza. Tuvo que pedir aclaración sobre si se había registrado su «no» a Suárez o el silencio con que reaccionó al segundo llamamiento y, cuando le fue despejada la duda por la Presidencia, añadió que tampoco se llamaba «Isidro», como se le había convocado, sino Isidoro.
En las actas consta como dos personas. Y su voto «no» se atribuye a Isidro García Plaza, el nombre inexistente.
La «embestidura»
El debate llegó por la tarde, pero necesariamente desnaturalizado -puesto que Suárez ya había sido elegido-, y viciado por los reproches interminables. Tan dado a los hallazgos verbales, Xabier Arzalluz advirtió que lo sucedido por la mañana, «más que una investidura» se parecía a una «embestidura».
Pujol lamentó que al jefe del Gobierno se le había dado un «cheque en blanco», y González hizo notar que los «noes» tenían detrás medio millón de votos más que los «síes », pero el más duro fue Carrillo, que se preguntó «¿qué habéis ganado impidiendo un auténtico debate en esta Cámara?, y se contestó haciendo referencias al «espíritu autoritario» propio del pasado. En ABC, Jaime Campmany tituló «La investidura del pataleo» y extrajo una lección: «Habrá que aprender, señores de la minoría, que en la democracia gana la mayoría».